Archive for 2004
Todo iba mal.
Originalmente, hoy no quería comer solo en la oficina. Así que a la hora de la comida, y aprovechando que el tráfico está un poco más soportable que de costumbre gracias a la época de vacaciones, decidí ir a mi casa. Sólo mandé un mensajito a mi mamá para que supiera que iba para allá. Diez segundos después, me llaman al celular para decirme que en la casa no hay nadie, que hay comida pero que yo tendría que calentarla.
Llamo por celular a tres amigos y los tres me dicen que o no pueden ir a comer conmigo o que tienen cosas que hacer. A estas alturas ya estaba tan enojado que ni siquiera me fijé en lo inverosímiles de sus excusas; yo me sentía la persona más desgraciada del mundo: sin amigos, sin comida, sin familia y sin nadie de compañía.
Regreso a la oficina sin saber qué comer, cuando un Costco se aparece en mi camino.
Decido comer los deliciosos (y carísimos)
wraps de pavo y queso suizo que venden en el interior de la tienda y, mientras voy rumbo a la zona de comida, encuentro que el DVD de The Firm está a $88.00. Por si no lo sabían, The Firm es una de mis películas favoritas (bueh, tengo como dos mil películas favoritas, pero
The Firm entra en la categoría de las que me gusta ver una y otra y otra y otra vez… y también entra en la categoría de las que el resto de las personas consideran como aburridísima [que es el mismo caso de El Informe Pelícano]).
Ahorita estoy en mi oficina. Y aunque nada salió como estaba planeado, estoy viendo mi peliculita en el DVD de la laptop, con mi wrap de pavo y queso suizo y un refresquito.
Desde aquí, un mensaje a todos los que no pudieron ir a comer conmigo (mi familia incluida!): __________________________________!! (inserte aquí la frase más insultante que conozcan)
A pesar de haber sido educado en una escuela de religiosos (o quizás, debido a eso), no suelo confiar en los curas. Si tengo un problema, si me carcome la conciencia y necesito confesárselo a alguien o si necesito consejo, no acudo con mi padrecito de cabecera (que, además, no tengo) o con mi consejero espiritual. Siempre que tengo alguno de esos problemas, generalmente se resuelve al calor de unas chelas o unos vodkas con algún cuate.
Pero si todo eso falla y necesito un verdadero gurú al que necesito contarle mis males o pedirle consejo… voy a la peluquería de Max & Beto.
Resulta que esta peluquería tiene su historia. El dueño es un mexico-italiano de nombre Max que tenía su local muy cerca de la que ahora es mi casa. De hecho, yo nunca habría conocido este lugar sino fuera porque en el ocaso del año de 1977 (comienza a sonar ‘Blowin’ in the Wind’ de Joan Baez) a un par de mocosos se les ocurrió casarse. Dentro de los preparativos, el novio fue a cortarse el pelo a alguna estética de renombre y lo dejaron como oveja trasquilada. Paniqueado porque la boda sería en dos días, preguntó por alguna buena peluquería donde le pudieran arreglar el horrible corte que le habían hecho a precio de oro. Una amiga le recomendó un pequeño local ubicado cerca de la Colonia Narvarte. El resto es parte de una historia con final feliz: el novio queda con un corte magnífico y se casa con la novia y son felices para siempre.
Bueno, no para siempre, pues dos años después tienen a un pequeñuelo que vendría a modificar de muchas formas su vida y sus niveles de presión arterial.
Así es, adivinaron. La joven pareja son mis papás y el pequeño retoño soy yo.
Desde entonces, mi papá no acude con otro peluquero que no sea Max y a mí, que desde mi primer corte de pelo me llevaron a esa peluquería, me lo corta su ayudante de nombre Beto.
De esta forma, nunca he conocido otro peluquero ni otra peluquería. Sólo hubo un pequeño paréntesis en donde Beto huyó por razones desconocidas para regresar tres meses después al sentir el karma de todos aquellos cuya vida se encontraba absolutamente desequilibrada por la falta de su peluquero de cabecera.
En mi caso, ir a la peluquería es todo un evento. !Imagínense cuando llego al lugar en donde llevan cortándome el pelo veinticinco años! Desde luego me echaron muchas porras cuando entré a trabajar al radio y también cuando decidí salirme, ahí estuvieron cuando tuve mi etapa de rebeldía (todos los ñoños tenemos una etapa de no-ñoño) y decidí dejarme el pelo largo y también cuando tuve mi primer trabajo serio y tenía que tener un corte impecable.
Durante el corte se hablan de muchas cosas, de política, cultura, sexo, religión… Generalmente el que comienza es Max (que ya está bastante viejito) y el que le da cuerda es Beto. Son como pareja cómica; imagínense a Beto y Enrique o a Don Teofilito y Andobas en donde Max dice algo y Beto nomás contesta ‘maestro, ya está usted muy viejito… mejor fíjese dónde corta porque el señor ya está quedando de casquete corto’ (si no tienen ni idea de quiénes son Don Teofilito y Andobas, vayan
aquí) .
Uno no puede llegar con mucha prisa pues, como bien sabemos los usuarios de una peluquería, el corte de pelo tiene sus tiempos y sus formas. Al tomarnos con calma y reservar cierto tiempo para ir a la cortarnos el pelo, ese momento se presta para platicar de muchas cosas y pensar otras tantas. Así que si yo tengo un problema y lo comienzo a platicar, Beto no es el único que ayuda con la solución, ya que la participación de Max también es vital. Son algo así como un Sigmund Freud dividido en dos y con batita corta de color gris. Algunas veces, hasta el resto de los clientes intervienen y se arman buenos debates.
Generalmente salgo con una perspectiva mucho más clara que con la que entré a la peluquería y sintiendo que, en cuanto salgo de la puerta, Max le dice a alguno de los que están bajo la tijera ‘¿Ve usté a ese chamaco? Pues él se corta el pelo con nosotros desde que nació!’.
La peluquería se cambió de lugar y ahora está bastante más lejos de lo que estaba originalmente. Sin embargo, no me atrevo a ir con otra persona que me corte el pelo y me dé alivio espiritual por el mismo precio. Porque además, el precio es ridículo (por lo menos para un corte de pelo en la Ciudad de México). En aquellos meses en los que Beto huyó para encontrarse con él mismo, tuve que hacer uso de los servicios de una estética de más o menos buen ver. Salí de ahí pagando $200 pesos por algo que en mi peluquería cobran $40!!
Como se podrán imaginar, ayer me fui a cortar el pelo. Y mientras escuchaba los tijeretazos de Beto y a ‘El Fonógrafo’ de fondo (sólo le cambiaban de estación cuando yo estaba al aire *snif*), pensaba en cuántas cosas han sucedido desde entonces, en cuántas personas que son como personajes muy secundarios de esta serie de televisión que algunas veces parece mi vida, siguen ahí, temporada tras temporada.
En todo eso estaba pensando cuando de repente, estornudé. (les recuerdo que tengo gripa)
Sólo alcancé a escuchar a Beto diciendo algo así como ‘uuuts!’.
Moraleja: No se vayan a cortar el pelo cuando tengan gripe. No hay nada como salir a la calle con gripe Y con una parte de la cabeza sin pelo, como si se te estuviera cayendo a puños. Pensé en usar una gorra, pero no puedo venir a la oficina de traje y con la única gorra que me queda (porque además soy de cabeza grande). También pensé en usar sombrero pero me voy a ver aún más ridículo. Maldita gripe!
Y no, bola de malpensados… NO es albur.
Hace algunos días fue el cumpleaños de Vertti (jejeje, ese era su ‘nombre’ en la primaria, secundaria y prepa) y la novia de Cornejo (chas! de verdad que eso de sólo decir apellidos parece de burócratas de quinta) nos invitó a pasar el fin de semana en El Chico, Hidalgo. Hasta allá llegamos con carne para asar, chorizos, chelas y mucha música.
Debo decir que nos la pasamos muy bien. El Chico es uno de los parques nacionales más cercanos al Distrito Federal (sólo a hora y media de camino!) y es perfecto en caso de que estén buscando una opción más….
PUUUUUUUUUUUUUUUUUFFFF
OKEY, YA NO AGUANTO MÁS!
Originalmente iba a escribir acerca de lo mucho que nos divertimos en El Chico, Hgo., pero me estoy muriendo!!
Tengo una gripe horrible. Ya me acabé los kleenex disponibles en la oficina y un pañuelo que había traído ‘por si las moscas’. Me duele la cabeza, tengo el cuerpo cortado, mi naríz está roja y trae un goteo que resulta grotesco por lo abundante.
Tenía planeado platicarles todo del viaje, tips, lugares donde quedarse… pero la neta es que no puedo.
Si quieren ver las fotos de este fin de semana, den click
aquí.
Si quieren más info de cómo llegar a El Chico, Hgo., den click
aquí.
Si quieren saber en dónde voy a terminar con esta gripe, den click
aquí.
Distintos flashazos.
Flashazo No. 1:
Durante doce años (seis de primaria, tres de secundaria y tres de prepa) yo no tuve nombre. La espartana educación impartida por los hermanos maristas, indicaba que los alumnos no tenían nombre, sino únicamente apellido… o apodo, en el mejor de los casos. El hecho de que los maestros nos llamaran por nuestros apellidos y no por nuestros nombres, generaba que entre los mismos alumnos nos llamáramos por nuestros apellidos, cosa que, ahora que lo pienso, ha de haber hecho sonar los recreos como oficina de gobierno.
– Iturriaga! Pase al pizarrón.
– Montes de Oca y de la O, deje de pegarle a Godínez y termine su ejercicio.
– González, vaya a la dirección.
– Zamarripa!! Es la última vez que le llamo la atención!!
Así pues, cuando alguno de mis compañeritos llamaba a mi casa, siempre preguntaban ‘Disculpe, ¿está Leal?’. A la fecha, mi mamá, cada vez que me llaman por teléfono, grita: «Leaaaaaaal, te llaman!!». Así fue durante doce años, Leal para acá y Leal para allá. Leal, califique estos exámenes y Leal, pase al pizarrón y resuelva el ejercicio (recordemos que Leal era the ultimate ñoño). Lo curioso es que más te valdría tener un apellido poco común o que no hubiera otra persona que tuviera el mismo apellido que tú en el salón, porque entonces en lugar de llamarte por tu apellido, te llamarían por un apodo que generalmente no era ni tantito favorable. De esa forma, las fotos que posteé el día de ayer en SalvadorLeal.com, tienen a personas como Camargo, Loranca, Vertti, Espinosa, Gurrea, Bonilla, De León, Piazza, Gutiérrez de Quevedo, Suárez, Flores, Villamil, Ducoing, Valencia, García, Cornejo, Soreque… o todavía mejor, el Cookie, el Chancro, el Perro, la Nana, Largo, la Marmota, el Simpatías, el Sobras, el Oso, los hermanos Cuervo, el Lobo, Zamorita y Simba.
Flashazo No. 2
Los dos últimos posts de
Roger, el hermano de Moga (cuyo verdadero nombre era Maurice), han tocado fibras sensibles en mi memoria. Uno hablaba de los conjuntos musicales en el Instituto México Primaria y el otro de los concursos de Poesía en ese mismo lugar. Podría hablar de las estudiantinas y eso… pero mejor lo guardamos para otra mejor ocasión.
Lo que sí me movió cañón fue cuando habló de los concursos de poesía que tenían lugar en el Auditorio Vicente Tejedor de mi escuela. Era exactamente como él los pinta.
En algún momento del año, todos los maestros de español, les anunciaba a sus 55 monstruitos (porque éramos 55 weyes por salón!), que tenían una semana para aprenderse una poesía y declamarla frente al salón. Los que mejor la dijeran, participarían en un *Magno Concurso de Poesía* en donde estaría presente toda la escuela y sus autoridades, padres, madres, abuelitas y amigos que los acompañaran. En pocas palabras, después de la celebración del Cumpleaños del Director, era EL evento de la escuela. Las razones didácticas que tiene un concurso de poesía las ignoro, pero pueden ir desde las más loables como el incentivo a la memoria y la capacidad histriónica, hasta el fomento vicioso del ambiente más competitivo en el que me ha tocado estar (y eso que trabajé en Procter & Gamble, eh!).
Y así pasábamos las clases de español de las siguientes semanas, escuchando a moconetes de 7 años declamando ‘Por qué me alejé del vicio’ o
‘La Chacha Micaila’. Imaginen a Joselito (el wey más chiquito de la generación), comenzando su poesía con un:
No es por hacerles desaire, es que ya no soy del vicio
Ustedes me lo perdonen…
Pero hace más de cinco años que no bebo copas
Manque ande con los amigos
¿Que si no me cuadran?
Harto, para que he de hacerme el santito!
Si he sido rete borracho como pocos lo haigan sido
Pero ahora si ya no tomo aunque me lleven los pingos
No puedo imaginar qué papá o qué mamá les pusieron a declamar algo así a un chavito que para esas alturas el producto con mayor contenido alcohólico que había tomado habían sido los chocolates de balón rellenos de rompope. Si no era esa poesía, las clásicas eran ‘Sólo tengo 17 años’, que contaba la historia de un chavito que moría en un accidente automovilístico, o ‘Canción del Pirata’, que era la más socorrida para salir del paso y que uno la escuchaba en la terrible interpretación de Pérez, Buitrón, López y Martínez.
Una vez que se pasaban todos, el profesor, haciendo gala de la más arraigada tradición priísta, nombraba al insulso chamaco que representaría al salón en el Concurso del auditorio. La verdad, para que lo niego, de seis años en primaria y tres en secundaria, a mí me tocó participar todos los años. Yo siempre pensé que era por mis dotes actorales, pero ahora que estoy haciendo este recuento, sí creo que era menos malo que Ballínez declamando ‘El Brindis del Bohemio’ o a Zepeda con una poesía de Rafael de León que tenía que ser dicha como si fuera nacido en España a principios de siglo (a mí, la neta, me encaba el final).
Durante la primaria, como bien lo apunta Roger, me emocionaba ser el representante del salón. En la secundaria lo odié como pocas cosas he odiado. Hoy, no puedo agradecer lo suficiente el haber tenido esa experiencia, pues las tablas que te da estar en un auditorio lleno hasta el tope o frente a toda la escuela declamando al micrófono (porque al ganador le tocaba repetir su interpretación al siguiente acto cívico frente a 2,500 personas), no las consigues en otro lado que no sean las reuniones del Sindicato Mexicano de Electricistas o siendo candidato a la Presidencia de la República.
Flashazo No. 3
Así como el post de Roger me trajo recuerdos antiguos, el de Arbol me hizo pensar en todos los amigos que dejé de ver cuando me gradué en 1997 de la prepa. (DIOS SANTO!! YA SON 7 AÑOS!!!) He sabido que a algunos los casaron y otros se casaron por su propia voluntad, de la gran mayoría no he sabido nada, aunque esto no me preocupa pues mi generación era de más de 600 personas y yo no llevaba trato con más del 10%. Contrario a lo que dice Arbol, nosotros todavía no «adoptamos el papel de hombrecitos tratando de platicar los planes futuros, la situación del país, la economía, el trabajo y la seguridad». Nosotros seguimos hablando de música, películas y caricaturas. Y no sé si eso es para alegrarse o para preocuparse.
Lo que sí sé es que añoro como no se imaginan el estar en mi salón de prepa. Y tomando prestado el concepto de Ruy Feben, mi happy place del día es estar en el 106, justo antes de entra a clase de Cachi y después de haber comido unos tacos del Cala. *sigh*
SalvadorLeal.com nació a finales de diciembre del 2003. La primera versión de la página (no del blog, ojo) se notaba que era hecha por alguien que jamás en su vida había abierto el Frontpage o utilizado lenguaje html. Algunos meses después, modifiqué la página y la hice más limpia y sobria (y, a mi punto de vista, más elegante); seguía siendo el mismo idiota que no sabe cómo hacer páginas de internet, pero que ahora ya tenía conocimientos más avanzados de cómo moverle a los templates y qué códigos escribir para que no se viera tan cucho. Así es como está ahora.
Sin embargo, durante la mudanza, muchas de las fotos que originalmente le dieron (la única) plusvalía a mi página, desaparecieron. Todos los días llegaba a mi oficina y veía un post-it que, osadamente, me recordaba que tenía que mudar todas las fotos que originalmente estaban en mi página y que ahora estaban simplemente perdidas en el cyberespacio. Hoy lo he hecho, por lo que ya pueden visitar la nueva
Galería de SalvadorLeal.com (*ATENCIÓN* Denle refresh para que les saque el nuevo listado)
Quizás estoy cometiendo el mismo error del principio publicando fotos de cuando yo era The Greatest Nerd Alive™ y de cuando mis amigos tenían varios años (y varios kilos) menos. Lo que algunos llaman estupidez, yo lo llamo valor; lo que otros llaman ingenuidad, yo lo llamo osadía.
Ahí encontrarán fotos de WFM, la estación de radio donde trabajé y que tantos buenos momentos me dio. También encontrarán una sección de (suenan trompetas) Los Viajes de Salvador y finalmente, un recuento histórico-fotográfico de mis cuates del CUM.
Los dejo para que se rían y/o lloren. Yo he hecho las dos cosas posteando de nuevo las fotos en el sitio. Ya luego les contaré la historia de cada una de ellas.
P.D. Hoy se me ocurrió… si Dios tuviera un blog, ¿de qué escribiría?
Por razones en las cuales no voy a ahondar en este blog, el día de ayer regresé a una vieja práctica que hacía mucho tiempo no llevaba a cabo. Ayer fui al cine solo.
A todos aquellos a los que les gusta vivir en sociedad y disfrutan con el contacto que una relación interpersonal puede traer, ir al cine sin tus cuates o tu novia o tus cuates y tu novia o con tus hermanitos o con el resto de la familia, es básicamente inconcebible. Pero para quienes llevamos la antisocialidad hasta sus últimas consecuencias, ir al cine solito no sólo es la cosa más normal del mundo sino también una de las más disfrutables.
Primero, te suele salir más barato. No es lo mismo ir y comprar tu boleto y unas palomitas y refresco, que dos boletos (
at least), el Combo Parejas (que contiene dos refrescos, unas palomitas grandes y un chocolate que se convertirá en la manzana de la discordia y generará esas bellas discusiones de ‘el chocolate, así como la relación, es de los dos… no sólo de uno’), los dulces que se le antojaron a tu acompañante y el hot-dog
‘porque no comí nada en la oficina’. Llegan momentos en que uno evalúa entre salir al cine y pagar la mensualidad del automóvil.
El caso es que, como no había visto Spiderman 2 decidí que sería un buen día para verla. Graaave error.
(voz de profesor de Economía del ITAM) Cuando uno comienza a trabajar y tiene un mayor ingreso, sus patrones de consumo se ven severamente modificados. Aquí podemos hacer la distinción entre los bienes normales y los bienes inferiores. Los bienes normales son los que consumimos más si
aumenta nuestro ingreso disponible (por ejemplo, la ropa de marca o el café Starbucks), mientras que los bienes inferiores son los bienes cuyo consumo aumenta cuando
disminuye nuestro ingreso (frijoles, café de olla y ropa de Hecalli).
(regreso a la voz normal) En pocas palabras, como lo explicara un amigo mío que no es economista, cuando eres estudiante y tienes un ingreso que raya en lo miserable, la Barata de Zara® te extasía. En cambio, cuando comienzas a trabajar y comienzas a ganar dinero, lo que te extasía son los 12 meses sin intereses de cualquier tienda departamental.
Dicho esto, hacía mucho -muchísimo- tiempo que no iba al cine en miércoles (pues los boletos de cine en viernes son un bien normal, ¿ok?). Aquí no quiero sonar clasista ni fresista ni nada por el estilo (me encantó mi nueva palabra:
fresista), sino que simplemente tenía un buen rato que mis patrones de consumo habían cambiado y comencé a ir a los cines en fin de semana como buen
pequeñoburgués (por cierto, saludos a
Ruy… no se pueden perder su blog!) . Pues cuál fue mi sorpresa cuando llego a ver una película que tiene tres semanas de estrenada a un cine que parecía La Villa en 12 de diciembre y que me encuentro con que la única función disponible era por ahí de las once de la noche. !!Nunca en mi vida había visto un cine tan atascado!!
Creo que hasta en los estrenos de Star Wars la gente se limita más en cuanto a su asistencia al cine, porque lo que fue ayer, nomás no cabía una persona más. La fila de los boletos era kilométrica, la fila de las palomitas era kilométrica, la fila de las palomitas de caramelo era kilométrica. La fila para entrar a la sala también era kilométrica. !!Y A MÍ QUE NO ME GUSTA CONVIVIR CON LA GENTE!! Era como estar en el metro Indios Verdes un domingo por la tarde (si nunca han vivido esa experiencia, aprovechen este próximo fin de semana para saber cómo se pone) y, la verdad, con un público bastante desmejorado.
Cuando uno va al cine los viernes y sábados, pues se encuentra a las niñitas bien que van en el colegio más in de la Ciudad (inserte aquí su preferido). Cuando uno va al cine los miércoles es cuando se da cuenta de los abismos existentes entre las clases sociales mexicanas. Táchenme de racista, clasista y fresista… pero con lo que yo observé el día de ayer y lo comparé con la experiencia de ir en fin de semana al cine, dan ganas de reir y llorar al mismo tiempo.
Sí, yo sé que es una situación dura y que la gente tiene problemas y que el ingreso y el desempleo y que muchas familias sólo pueden ir al cine ese día y bla bla bla yakuzá yakuzá. Lo sé. Estudié una carrera que se dedica a eso! Pero cuando uno va solo al cine y no tiene nada mejor que hacer que ver a las personas y su comportamiento… uno se puede reír mucho.
Porque no es lo mismo estar en la fila de las palomitas y escuchar un:
– Oseaaaaaa, me das dos jat dogs, porfa…. y mmhmm, una botellita de agua… tienes Perrier?
A que los miércoles te encuentres con alguien que dice:
– Sssssss, tons seríannnnnn… dos jochos… y para bajármelo… tienes Sprais?
Seguramente recuerdan a Daniel-san de la
aventura en Acapulco la pasada Semana Santa. Él, como ya lo había dicho en aquel momento, es un conocido internacionalista miembro de los cascos azules de la ONU. Viaja por el mundo resolviendo conflictos que van desde encuentros armados en Kosovo hasta regateos en el mercado de la colonia del Valle.
Recientemente, Daniel-san visitó la hermana República del Perú. Conoció sus ciudades y sus ruinas, vivió el esplendor inca y se paseo por sus callejuelas coloniales. Cuando llegó al Palacio de Gobierno, levantó la vista para admirar el edificio. En la punta más alta del edificio, que representa la cúspide de la importancia peruana, encontró dos banderas… La bandera del Perú, y la muestra de que o Alejandro Toledo es el primer presidente gay que abiertamente lo expresa en público, o que en aquel país próximamente tendrán cambios radicales que incluirán un himno nacional cantado por los Pet Shop Boys y los uniformes del ejército diseñados por Versace. Den click aquí para ver la foto que tomó Daniel-san y mueran de la impresión.
Y respondiendo a la demanda popular… chan chan chaaaaaaaaaaaaaaan
Ya puse las imágenes del viaje a Montreal en la galería de
SalvadorLeal.com para que vayan y vean si lo que les platiqué y se imaginaron concuerda con las fotos que sacamos en nuestro viaje Boston – Montreal – Quebéc – Hampton Beach – Burlington – Boston – México. Espero comentarios, ya sea en el
tagboard, en el correo electrónico (
exlocutor@gmail.com) o en el
messenger (
exlocutor@hotmail.com)
P.S. En efecto, TODAVÍA no sé cómo ponerles pie de página a las fotos, así que lo que tienen que hacer es mantener el puntero del mouse en la foto de la que quiere información para que les salga una pequeña reseña de lo que están viendo.
Quebéc estuvo mojado y nublado. No tengo nada contra la lluvia, el frío o la niebla siempre y cuando sea en la Ciudad de México y no en un lugar para el que viajé varios cientos de miles de millas y que quiero visitar en todo su esplendor. Debido a eso, hicimos una rápida visita desde la camioneta y vimos una ciudad que, debido a la neblina, lo mismo pudo haber sido San Cristóbal de la Casas o Oaxtepec. Sólo nos bajamos para tomar una foto y comer en un restaurante francés (Quebéc es la ciudad francófona por excelencia en Canadá).
Regresando al departamento, nos preparamos para nuestra última noche en Montreal.
(a pesar del cliché, aquí comienza a sonar ‘Raphael – Mi Gran Noche’)
(imagínense al Jazzy Bunch: uno baila en la regadera, mientras otro termina de abrocharse la camisa; un tercero está en el bar, preparando las bebidas para ponernos a tono. El último está seleccionando la música)
Esa noche vimos a
Los Mocosos y a
Buscemi en una actuación espectacular y nos colamos a la actuación de un grupo desconocido de
free jazz llamado Triumph. Al finalizar la noche, nos despedimos de Laura, Sebastián y Santiago (nuestros nuevos amigos colombianos) pues al día siguiente nos iríamos muy temprano para hacer rendir nuestro día de viaje de regreso a Boston. En la mañana nos tomamos nuestro Desayuno de Campeones™, nos montamos a la camioneta y salimos rumbo al sur. (si se quieren estar más en el
mood de
road trip, inserten aquí ‘Ray Charles – Hit the Road Jack’, o si se quieren ver más actuales, ‘Mad Caddies – Road Rash’). Cruzamos parte del estado de Nueva York, Vermont y New Hampshire. En este último, visitamos los Hamptons, que es el conjunto de playas en donde los millonarios de Manhattan tienen sus casas de veraneo. Nos detuvimos a disfrutar de unas deliciosas langostas (vean a la pobre a punto de ser sacrificada,
aquí) y continuamos nuestro viaje rumbo al sur. Kilómetro a kilómetro, nos adentrábamos más en los terrenos de Joey y Pacey… me explico.
Nadie está exento de los denominados ‘placeres culpables’ o ‘placeres de clóset’. Se le llama ‘placer culpable’ a todas aquellas cosas que nos gustan pero que, debido a la sociedad en donde vivimos, no estamos dispuestos a aceptar que nos gustan a menos que estemos con nuestros mejores amigos o que tengamos mucho alcohol en la sangre. Ejemplos hay muchos: el rocker al que le gusta Belinda, la niña fresa que ha ganado campeonatos de eructos o el papá al que le gusta el novio de su hija (bueno… ese último está algo
hardcorero, pero supongo que cabe en la categoría de ‘placer de clóset’ literal) .
Pues bien, uno de mis placeres culpables (muy muy culpable) es la serie/telenovela gringa llamada Dawson’s Creek. Para los que no saben de esta referencia, les puedo decir que DC es la historia del crecimiento de un grupo de jóvenes que viven en un pueblito norteamericano. La serie brilla en muchos aspectos: los diálogos son grandiosos, las actuaciones son bastante convincentes, está llena de
teenage angst (soy fan) y la selección musical para cada una de las secuencias en la serie es simplemente impecable. El detalle aquí es que durante toda la parte que recorrimos New Hampshire, parecía que estábamos en el escenario de Dawson’s Creek. Y la razón por la que estoy publicando esto es porque quiero darle una segunda disculpa pública al Jazzy Bunch debido a mi comportamiento durante nuestra visita a Burlington y sus alrededores. (hasta creen que les voy a contar qué hice en Burlington… sí les confieso mis pecados, pero no todos!!!)
Si pensaban que ya habíamos terminado con nuestro frenesí consumista, están muy equivocados. Resulta que en New Hampshire no tienen sales tax (algo así como el IVA mexicano), así que las cosas son realmente más baratas. Si a esto le agregamos la existencia de un outlet de siete cuadras y un Best Buy con su propio Barnes and Noble al lado, la combinación es mortal. Ahora, cada vez que me da hambre aquí en la oficina y que no tengo ni para comprarme unas papitas, me pongo a pensar en lo mucho que me divertí rumbo a Boston… y aunque eso no me quita el hambre, por lo menos le da un objetivo a mi sufrimiento.
Llegamos a Boston alrededor de las 2 de la mañana y le llamamos a nuestro contacto en esa ciudad. Su nombre era Niaz y era el amigo de la esposa del un amigo de Rodrigo (a ver… déjenme reviso si la relación está correcta… mmmmm.. sí, así es). Nunca supimos si Niaz era gay o no, pero lo que sí es que era muy gracioso, tremendamente extrovertido y con una facilidad para ganarse nuestra confianza que no desapareció ni siquiera cuando al día siguiente nos depertó con un ‘Gooood moooorning my sweeties!! How are my baaaaabies?? uhhh??’.
El departamento de Niaz no tenía un solo mueble, así que volvimos a dormir en el piso (aunque esta vez, era un piso con alfombra) agradeciéndole su hospitalidad y la confianza de recibir a 4 mexicanos desconocidos que, después de un día de viaje y shopping, parecían prisioneros de guerra. A la mañana siguiente nos fuimos a recorrer la ciudad de Boston; desayunamos en el MIT y fuimos a reposar los wraps en el patio de Harvard. La experiencia en los dos lugares fue distinta para los miembros del Jazzy Bunch, pues mientras que Peter y Joe buscaban dónde dejar sus currícula y disertaban de los distintos Premios Nobel que han salido de cada una de esas universidades, yo nomás estaba esperando que en cualquier momento me saliera Will Hunting o Monty Kessler (Brendan Fraser en ‘With Honors’). Estando ahí, acostado en el pasto de Harvard que les cuesta a sus alumnos más de treinta mil dólares el semestre, me di cuenta que las referencias que tengo a cualquiera de universidades de la Ivy League, son más cinematográficas que académicas. Es decir que, a pesar de haber sido contaminado por la Economía itamita, pienso más en Russell Crowe, Patrick Dempsey y Matt Damon que en Franco Modigliani o Joseph Stiglitz… y eso me dio tanto gusto, me hasta recogí una piedrecita de Harvard Yard como lo hace Simon Wilder, el personaje de Joe Pesci en ‘With Honors’.
Conocimos Boston durante el resto del día y a la mañana siguiente, justo antes de tomar el avión que nos llevaría de regreso a nuestros hogares, visitamos el Fine Arts Museum. El viaje había terminado (bueno… aún no, si es que leyeron todo lo que nos ocurrió en el avión) y ahora sólo nos queda planear la siguiente vacación!!
(ajajajajaja, originalmente aquí había puesto que nos enviaran un mail con sus recomendaciones de a dónde nos podíamos ir la siguiente ocasión… pero me sonó demasiado a «Llame y nosotros lo visitaremos. El Jazzy Bunch *original* podría visitar su pueblo, ciudad o metrópoli» así que mejor omito mi mensaje)
Behind the Scenes: The Jazzy Bunch’s Big Musical Adventure
Me han dicho que todo en el viaje parece haber sido color de rosa (y no necesariamente por nuestros episodios gay). Así que este post está dedicado a aquellos momentos que, en conjunto nunca tendrán importancia, pero que demuestran que no todo en el Jazzy Bunch fue dulce y sencillo.
1. Yo tengo un tío que parece sacado de una novela de Jorge Ibargüengoitia. Es solterón, vive en un rancho perdido de donde sólo sale para sus jueves de póker y sus sábados de brandy, y su vocabulario está casi limitado a decir refranes.
Imagínense las comidas familiares en donde se discute de política y economía y cada uno de los que estamos sentados a la mesa tenemos oportunidad de hablar. Cuando le toca el turno a mi tío, toma un sorbo de su tequilita y dice algo así como ‘Pues a cualquier dolencia, es remedio la paciencia’ y sigue comiendo.
El tema cambia y ahora se habla de religión (en mi familia no seguimos esa regla de oro de evitar hablar de sexo, política o religión) y cuando mi tío abre la boca es para decir ‘Tanto peca el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata’, y así es toda la comida. Para el postre, cuando mi tío ya ha bebido bastante, suele pasar que no termina los refranes, así que uno se queda con dudas que rayan en lo existencial al tratar de adivinar la frase que falta. Una vez se me acercó y me dijo al oído: «Acuérdese m’hijo que si con pañuelo de seda vas a la arada…» Y ahí se quedó.
A la fecha, me sigo preguntando qué quiso decir con eso.
¿Que por qué les cuento ésto? Bueno, pues porque uno de los refranes que en algún momento me dijo fue ‘Si quieres conocer a Andrés, viaja con él un mes’. Y esto viene a cuento porque si bien Peter, Joe y Rodrigo nos conocemos desde hace mucho tiempo, nunca habíamos convivido durante taaaaaanto tiempo.
Después de varios días, nuestras mejores caras (las que les ponemos a los cuates que nos honran con su compañía) fueron desapareciendo y cada quien fue sacando sus propias obsesiones: que si X no puede dormir si antes no ha tomado lechita caliente, que si Y deja el jabón de la regadera llena de pelos o si Z no puede salir del departamento si antes no se ha aplicado su tratamiento facial para la resequedad en los poros.
Aquí quiero aprovechar para agradecer y pedir perdón a mis compañeros de viaje. Sé que soy un pain para muchas cosas (en efecto, no como leche ni huevo y por lo tanto, el 98% de las combinaciones posibles de desayuno práctico no son válidas conmigo), soy un obsesivo-compulsivo de primera (sí, me gusta llegar con 2 horas de anticipación a la sala de espera del avión y no me separo de mi pasaporte ni para bañarme) y tengo mis malos momentos del día (en efecto, si nos retrasamos demasiado en la hora de comer, no respondo por aventar bandejas de comida a los fulanitos de Burguer King). Es por eso que les agradezco que me hayan aguantado y pido perdón en público por cualquier momento especialmente incómodo que les haya podido generar.
2. Los momentos amargos y estresantes también estuvieron presentes en Montreal. Uno de ellos fue cuando Joe fue a comprar libros y el cajero le comenzó a hacer plática de los libros que había comprado. Fácilmente fueron diez minutos en los que Peter, Rodrigo y yo estuvimos esperando a que los dos nuevos mejores amigos terminaran su conversación. Poquito faltó para que se despideran de beso y quedaran de tomarse un café juntos. Dos horas después, cuando Joe quiso pagar en Ikea, se dio cuenta que su tarjeta de crédito no estaba.
«No mames… no encuentro mi tarjeta de crédito» dijo Joe, aventando el librero de roble y la mesa de centro que traía en los brazos. «Segurito fue el gay de la librería que te estaba ligando y te distrajo para no regresarte tu tarjeta» dijo Peter, «O a lo mejor quería volverte a ver y quedarse con tu tarjeta le pareció una buena excusa». Después de fulminarlo con la mirada, Joe llamó para cancelar su tarjeta y regresamos rumbo a Montreal rezando porque no la hubieran utilizado demasiado. Llegamos muy noche y ya habían cerrado el lugar. Así que a la mañana siguiente, Joe se puso sus mejores galas (just kidding joe!) y lo acompañamos cual chaperones a ver qué había sido de la tarjeta.
Cuál sería nuestra sorpresa, cuando descubrimos que la tarjeta la tenían en la librería, que no la había utilizado y se indignaron cuando se enteraron que habíamos cancelado el número. Parece ser que los canadienses no están acostumbrados a usar tarjetas de crédito de turistas despistados. Go figure.
3. El movimiento era arriesgado pero era posible. Saldríamos a las 3 de Boston para llegar a las 6 a Atlanta y alcanzar el vuelo de las 6.35 a México. Lo único que teníamos que hacer era estar coordinados, ser los primeros en salir del avión y correr a dónde estuviera el avión que nos regresaría a tierras mexicas.
Todo comenzó con la cara de horror de la señorita del mostrador cuando vio la caja en donde traíamos las cosas de Ikea. La caja realmente podría traer cualquier cosa, desde unos manteles bordados hasta una peligrosa bomba antiaérea; y la señorita lo sabía pues llamó a Seguridad. Nos hicieron sacar todo, volverlo a meter y llevar la caja a nombre de Joe a un cuarto especial con varias cámaras de rayos X y robots desactivadores de bombas a control remoto. Subimos al avión… y el avión nomás no despegaba. Cinco minutos. Diez minutos. Quince minutos.
(voz de señorita de Delta) «Mister Espinousa, Youzé Manuell… Mister Espinousa, Youzé Manuell, please raise your hand». Joe levantó tímidamente su mano e inmediatamente dos sobrecargos se pusieron tras de él. «Can I see your passport and visa, please?» Momento de freak para el Jazzy Bunch. Mientras el sobrecargo revisaba los papeles, volteó hacia nosotros y nos preguntó si veníamos con él.
En un acto de cobardía y traición que no se veía desde que Pedro negó a Jesús tres veces, los tres, al unísono dijimos que no. Rodrigo incluso se atrevió a decir «I’ve never seen him in my whole life«. El sobrecargo vio que todo estaba bien y ordenó que finalmente podrían cerrar la puerta del avión y despegar.
Joe, desde luego, no nos volvió a hablar sino hasta que le explicamos que si lo detenían, el avión despegaría mucho más rápido y podríamos llegar a tiempo a hacer la conexión en Atlanta, además de que era mucho más sencillo que nosotros organizáramos su defensa estando fuera de la cárcel que dentro. Y que era lo más práctico y que él habría hecho lo mismo. Creo que se la creyó… aunque es día que no responde mis mensajes en el messenger.