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La vida irreal de Salvador Leal

Leal

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Distintos flashazos.

Flashazo No. 1:

Durante doce años (seis de primaria, tres de secundaria y tres de prepa) yo no tuve nombre. La espartana educación impartida por los hermanos maristas, indicaba que los alumnos no tenían nombre, sino únicamente apellido… o apodo, en el mejor de los casos. El hecho de que los maestros nos llamaran por nuestros apellidos y no por nuestros nombres, generaba que entre los mismos alumnos nos llamáramos por nuestros apellidos, cosa que, ahora que lo pienso, ha de haber hecho sonar los recreos como oficina de gobierno.

– Iturriaga! Pase al pizarrón.

– Montes de Oca y de la O, deje de pegarle a Godínez y termine su ejercicio.

– González, vaya a la dirección.

– Zamarripa!! Es la última vez que le llamo la atención!!

 
Así pues, cuando alguno de mis compañeritos llamaba a mi casa, siempre preguntaban ‘Disculpe, ¿está Leal?’. A la fecha, mi mamá, cada vez que me llaman por teléfono, grita: «Leaaaaaaal, te llaman!!». Así fue durante doce años, Leal para acá y Leal para allá. Leal, califique estos exámenes y Leal, pase al pizarrón y resuelva el ejercicio (recordemos que Leal era the ultimate ñoño). Lo curioso es que más te valdría tener un apellido poco común o que no hubiera otra persona que tuviera el mismo apellido que tú en el salón, porque entonces en lugar de llamarte por tu apellido, te llamarían por un apodo que generalmente no era ni tantito favorable. De esa forma, las fotos que posteé el día de ayer en SalvadorLeal.com, tienen a personas como Camargo, Loranca, Vertti, Espinosa, Gurrea, Bonilla, De León, Piazza, Gutiérrez de Quevedo, Suárez, Flores, Villamil, Ducoing, Valencia, García, Cornejo, Soreque… o todavía mejor, el Cookie, el Chancro, el Perro, la Nana, Largo, la Marmota, el Simpatías, el Sobras, el Oso, los hermanos Cuervo, el Lobo, Zamorita y Simba.
 
Flashazo No. 2
Los dos últimos posts de Roger, el hermano de Moga (cuyo verdadero nombre era Maurice), han tocado fibras sensibles en mi memoria. Uno hablaba de los conjuntos musicales en el Instituto México Primaria y el otro de los concursos de Poesía en ese mismo lugar. Podría hablar de las estudiantinas y eso… pero mejor lo guardamos para otra mejor ocasión.
Lo que sí me movió cañón fue cuando habló de los concursos de poesía que tenían lugar en el Auditorio Vicente Tejedor de mi escuela. Era exactamente como él los pinta.
En algún momento del año, todos los maestros de español, les anunciaba a sus 55 monstruitos (porque éramos 55 weyes por salón!), que tenían una semana para aprenderse una poesía y declamarla frente al salón. Los que mejor la dijeran, participarían en un *Magno Concurso de Poesía* en donde estaría presente toda la escuela y sus autoridades, padres, madres, abuelitas y amigos que los acompañaran. En pocas palabras, después de la celebración del Cumpleaños del Director, era EL evento de la escuela. Las razones didácticas que tiene un concurso de poesía las ignoro, pero pueden ir desde las más loables como el incentivo a la memoria y la capacidad histriónica, hasta el fomento vicioso del ambiente más competitivo en el que me ha tocado estar (y eso que trabajé en Procter & Gamble, eh!).
 
Y así pasábamos las clases de español de las siguientes semanas, escuchando a moconetes de 7 años declamando ‘Por qué me alejé del vicio’ o ‘La Chacha Micaila’. Imaginen a Joselito (el wey más chiquito de la generación), comenzando su poesía con un:
No es por hacerles desaire, es que ya no soy del vicio
Ustedes me lo perdonen…
Pero hace más de cinco años que no bebo copas
Manque ande con los amigos
 
¿Que si no me cuadran?
Harto, para que he de hacerme el santito!
Si he sido rete borracho como pocos lo haigan sido
Pero ahora si ya no tomo aunque me lleven los pingos

No puedo imaginar qué papá o qué mamá les pusieron a declamar algo así a un chavito que para esas alturas el producto con mayor contenido alcohólico que había tomado habían sido los chocolates de balón rellenos de rompope. Si no era esa poesía, las clásicas eran ‘Sólo tengo 17 años’, que contaba la historia de un chavito que moría en un accidente automovilístico, o ‘Canción del Pirata’, que era la más socorrida para salir del paso y que uno la escuchaba en la terrible interpretación de Pérez, Buitrón, López y Martínez.

Una vez que se pasaban todos, el profesor, haciendo gala de la más arraigada tradición priísta, nombraba al insulso chamaco que representaría al salón en el Concurso del auditorio. La verdad, para que lo niego, de seis años en primaria y tres en secundaria, a mí me tocó participar todos los años. Yo siempre pensé que era por mis dotes actorales, pero ahora que estoy haciendo este recuento, sí creo que era menos malo que Ballínez declamando ‘El Brindis del Bohemio’ o a Zepeda con una poesía de Rafael de León que tenía que ser dicha como si fuera nacido en España a principios de siglo (a mí, la neta, me encaba el final).

Durante la primaria, como bien lo apunta Roger, me emocionaba ser el representante del salón. En la secundaria lo odié como pocas cosas he odiado. Hoy, no puedo agradecer lo suficiente el haber tenido esa experiencia, pues las tablas que te da estar en un auditorio lleno hasta el tope o frente a toda la escuela declamando al micrófono (porque al ganador le tocaba repetir su interpretación al siguiente acto cívico frente a 2,500 personas), no las consigues en otro lado que no sean las reuniones del Sindicato Mexicano de Electricistas o siendo candidato a la Presidencia de la República.

Flashazo No. 3

Así como el post de Roger me trajo recuerdos antiguos, el de Arbol me hizo pensar en todos los amigos que dejé de ver cuando me gradué en 1997 de la prepa. (DIOS SANTO!! YA SON 7 AÑOS!!!) He sabido que a algunos los casaron y otros se casaron por su propia voluntad, de la gran mayoría no he sabido nada, aunque esto no me preocupa pues mi generación era de más de 600 personas y yo no llevaba trato con más del 10%. Contrario a lo que dice Arbol, nosotros todavía no «adoptamos el papel de hombrecitos tratando de platicar los planes futuros, la situación del país, la economía, el trabajo y la seguridad». Nosotros seguimos hablando de música, películas y caricaturas. Y no sé si eso es para alegrarse o para preocuparse.

Lo que sí sé es que añoro como no se imaginan el estar en mi salón de prepa. Y tomando prestado el concepto de Ruy Feben, mi happy place del día es estar en el 106, justo antes de entra a clase de Cachi y después de haber comido unos tacos del Cala. *sigh*

Written by Salvador Leal

julio 23rd, 2004 at 11:05 am

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