Archive for mayo, 2007
Drogas I
Uno de los primeros posts de este blog se remonta a los lejanos días de enero del 2004 y toca un tema que está muy de moda en nuestros días: el narcotráfico. Yo, ingenuo y ñoño de mí, lo toco de la manera en la que me siento más seguro, esto es, desde un punto de vista económico; hoy en día, el tema del narcotráfico se aborda desde una perspectiva más… mmmm… digamos, sangrienta.
Ahora retomo el tema pero bajo otra perspectiva, la de la necesidad (o conveniencia) que tiene un país del mercado de la droga. Sí, así como lo oyen. Para cuando termine este post, los habré tratado de convencer que el tráfico (legal o ilegal) de drogas, es necesario para nuestro país.
En las clases de Macroeconomía de cualquier universidad medianamente buena, hay dos o tres clases dedicadas a una cosa que se llama ‘Cuentas Nacionales’. Las ‘Cuentas Nacionales’ básicamente son la forma en la que se mide qué tanto produce un país, qué tanto gasta, cuántos productos compra en el extranjero y cuántos produce internamente y los vende a otros países. Ahí es donde nos enseñan conceptos que escuchamos en las noticias todos los días: que si el Producto Interno Bruto (PIB), que si la Balanza Comercial, que si las exportaciones o las importaciones. En un caso específico, las ‘Cuentas Nacionales’ son la mejor forma que se ha encontrado de contabilizar el valor monetario de la totalidad de servicios y productos finales que se fabrican en un país, que es lo que se conoce como PIB.
Sin embargo, como todo protocolo, tiene sus detallitos. Y uno de esos detallitos es que únicamente se contabilizan los bienes legales. Esto significa que cuando uno habla de que México tiene un Producto Interno de $1,837,261,145,500 pesitos, significa que solamente se están contando los intercambios dentro de la ley; aquí se contabilizan desde llantas de automóviles producidas en nuestro país, hasta cortes de pelo y refrescos producidos… pero no se incluyen mordidas, ni contrabando, ni, por supuesto, todo el dinero que se genera con la producción, distribución y comercialización de drogas.
Los economistas utilizan el PIB para medir el resto de las cosas de un país. Por ejemplo, dicen que los bancos prestan una cifra que representa el X% del PIB o que lo que PEMEX produce de petróleo es del Y% del PIB. Como la información del narcotráfico está dispersa y desorganizada (aún no hay una Asociación Nacional de Narcotraficantes de México que se dedique a recopilar los datos de todos), nadie sabe realmente cuánto dinero mueve el narco en total, pero algunos estiman que una cifra equivalente al 10% del PIB no es descabellada. Eso significa que hay alrededor de $183,726,114,550 pesos adicionales en nuestra economía que no son contabilizados; y ese dinero existe, tienen un efecto tremendo, pero no es considerado en nuestras cuentas nacionales.
Si ya han leído hasta acá, les aseguro que ya no falta mucho, aquí viene mi punto. Si el gobierno federal ha decidido hacer frente al problema del narcotráfico declarándole una guerra frontal… ¿cómo afecta eso a la economía de nuestro país? ¿Le conviene a México que de repente desaparezca una industria (legal o ilegal, eso no viene al caso ahorita) que aporta el equivalente al 10% del PIB? Bueno… ni siquiera lo piensen en México, ¿le conviene a algún país que el quiten el 10% de su PIB? Y lo que es peor, resulta que los narcotraficantes no sólo se dedican a vender y comprar droga, sino que también son consumidores como tú y como yo: compran automóviles, papitas y televisiones. ¿Cuál sería el efecto económico multiplicativo en otras ramas al eliminarles sus ingresos? ¿Cuántas cosas perfectamente legales se dejarán de comprar y vender por la falta de los narcotraficantes como agentes económicos?
Con esto no estoy diciendo que deberíamos dejar que el narco se apodere de nuestras vidas y nuestra economía. No. Lo que digo es que el efecto económico de acabar con el narcotráfico probablemente no haya sido del todo evaluado en cuanto a la conveniencia de erradicarlo por completo. Y que si se evaluara, muy probablemente nos daríamos cuenta de que la economía de México depende del dinero del narco mucho más de lo que creemos.
Continuará…
315,360,000 segundos (III)
En la última clase de la última semana que uno cursaba en el CUM (seh, ya sé, irónicas siglas para una escuela sólo para hombres), los de sexto organizaban lo que se conocía como ‘Las Vallas’. Esto básicamente era esperar al maestro fuera del salón y, con aplausos y gritos, hacerle una valla como homenaje. Él pasaba por esa valla de aplausos y felicitaciones que eran una muestra de cuánto lo querían sus alumnos, en el mejor de los casos, o de cuanto desmadre tenían ganas de echar, en el peor.
En las vallas había dos tipos de celebraciones: las enormes y efusivas, y las inexistentes. Las primeras se las recibían tanto los profesores que se habían ganado las simpatías del salón (ya sea por ser demasiado barco o demasiado bueno), mientras que las segundas eran muestras terribles del odio con forma de indiferencia que el salón le propinaba al maestro en su último día. En aquél entonces me resultaba muy claro que a un maestro ‘X’ se le trataba así… ‘X’. Mientras que a los otros, aunque fueran unos perros desgraciados, se les reconocía su exigencia con una buena valla… aunque los integrantes de la misma supieran que muy probablemente se irían a segunda vuelta en el examen final. Hoy que lo pienso, creo que han de haber sentido gachísimo aquellos maestros a quienes no les tocaba ni valla, ni aplauso, ni porras, ni nada. Cheil.
En fin, aprovecho esta mención a los maestros para hacer un top tres de profesores que tuve a lo largo de mi prepa:
1. Nancy
Ella daba Historia en cuarto y aunque aquí he hablado únicamente de mi sexto de prepa, Nancy merece su mención especial. Se rumoraba que en algún momento había sido una mujer bella y escultural, modelo incluso. Nunca supe si era una leyenda urbana pero lo que sí sabía era que la clase de Nancy era in-com-pa-ra-ble. Ella no era de esas maestras que te caen bien, ni que son alivianadas, ni que son barcas. No. Era bastante exigente y controlaba con su muy mal genio a cincuenta trogloditas sin ganas de aprender. Sin embargo, sus clases eran memorables y nunca nadie me volvió a enseñar Historia con la pasión y el detalle con el que ella la enseñaba. Era como si alguien realmente conocedor te contara tu película favorita con todos los detalles que querías saber, te hablaba de texturas, momentos, traiciones, aventuras y de las locuras y desencantos de aquellos que han hecho historia a lo largo del tiempo.
¿Mi momento favorito? Súper sencillo. Y creo que todo el que haya estado en mi generación (o que haya tomado clases con ella) lo recordará: la clase en donde hablaba de la invasión norteamericana a México en 1847. Nadie se movía, nadie hablaba, todo el mundo la escuchaba como no se suele escuchar a un maestro. Recuerdo perfecto que el timbre que marcaba el final de la clase sonó y nadie en el salón se movió hasta que terminó su frase lapidaria: «… así fue como la mañana del 16 de septiembre de 1847, la bandera de las barras y las estrellas ondeaba en el asta del Palacio Nacional…» Priceless.
2. Tino
Estaba dudoso si escoger a Tino o al Lagarto para mi número dos. Pero de ‘El Lagarto’ ya he hablado antes, por lo que ahora le tocará a Tino. Su nombre era Constantino de Llano y él nos daba Física. Su fama era terrible; era famoso por enseñarte cosas que verías hasta el segundo o tercer semestre de la carrera (pinches ‘armaduras’), cosa que para los que iban a ingeniería estaba super bien (pinches ‘armaduras’) pero para quienes no seríamos ingenieros y no sabíamos qué queríamos hacer de nuestra vida, eran un verdadero martirio (pinches ‘armaduras’).
Constantino no sólo era famoso por ser un perro del mal, sino también por ser el maestro-alumno más viejo de la escuela. Es decir, Constantino había ido al CUM cuando en las paredes había perchas para colgar los sacos de los alumnos y para cuando a mí me daba clases, él tenía más de 80 años. Sus clases eran tremendamente difíciles, sobretodo para personas como yo que aborrecemos la Física. Sus frase favorita comenzaba con «En la Facultad…» y seguía un sermón de cómo debíamos ser profesionales para «fletarnos» como un buen «ingeniero matacuaz» (sic).
Recuerdo muy bien aquella clase en donde nos explicó a qué se dedicaba aparte de dar clases. Él tenía una empresa de cartones que le hacía las cajas a Kellogg’s (ahí nomás), el corte, armado e impresión. Y me impactó algo que dijo: «las cajas de cereales van a terminar en la basura… pero eso no significa que se puedan hacer mal, que puedan tener errores o que no respete los requerimientos del cliente; para mí tienen que ser lo más importante y perfecto posibles».
Sufrí como nunca con su materia. Fue la única que no exenté en sexto y el final me tenía temblando. Pocas calificaciones me han costado tanto estrés como la de Física y, milagrosamente (con la ayuda de un viejo amigo, profesor de 4° de prepa) saqué diez final. Pero del estrés todavía no me recupero…
3. Cachi
Creo que nunca he hablado en este blog acerca de Cachi y lo peor es que, si intentara hacerlo realente bien, nomás no me da el espacio. Él era nuestro maestro de Cálculo en Área I de sexto de prepa y su nombre verdadero era Enrique Alonso; como en algún pasado lejano hubo un personaje llamado Enrique Alonso ‘Cachirulo’, pues el apodo se le quedó en diminutivo y el mismo Cachi se refería a él mismo por su apodo. Ustedes se preguntarán cómo un maestro de Cálculo pudo haber sido importante en la vida de sus alumnos y no, la respuesta no es ñoña («me enseñó cómo integrar… y eso cambió mi vida»); no, no. La verdad es que Cachi era mucho más que un profesor de Cálculo, era un verdadero maestro: enseñaba en toda la extensión de la palabra. En un momento en tu vida lleno de dudas, en donde todo está cambiando y con muchas dificultades, Cachi tranquilizaba a salones enteros con una paz interior que pocas veces he visto en una persona. Te aconsejaba, nos motivaba, nos daba pila y fuerzas para seguir cuando todo parecía inútil… y sí, también nos enseñaba a derivar e integrar.
Quizás con una pequeña anécdota logre transmitir un poco lo mucho que significó este profesor para nosotros. Un par de años después de haber salido de la prepa, Cachi sufrió una fuerte hepatitis y requería un trasplante de hígado; al saber esto, sus viejos alumnos decidimos organizar una kermesse con la finalidad de juntar fondos para la operación de Cachi. Lo llamamós ‘el Cachitón’ y hubo puestos con comida, muchísimos asistentes (llenamos el patio de nuestra primaria, un patio en donde se forman diariamente dos mil quinientos niños) y la constancia de lo mucho que Cachi significaba para nosotros. Un saludo al buen Enrique Alonso, donde quiera que se encuentre!
Otra idea
Después de un par de novelas y varios cuentos cortos, mi carrera como escritor tendrá más solidez y podré dedicarme a esos proyectos ‘especiales’ que siempre he querido hacer. Quisiera, por ejemplo, escribir una nueva versión de La Divina Comedia. Sí, lo sé, suena a un fusil herético de dimensiones escalofriantes. Pero la única razón por la que quiero hacerla es por la parte del Infierno.
En la nueva versión (mi versión) de la Divina Comedia, Dante bajará a un bar de mala muerte instalado en el sótano de un callejón en Londres. Humo, oscuridad y un calor sofocante lo cubren. Camina por las escaleras tocando los muros de ladrillo y escuchando el murmullo de voces más abajo. De repente, llega. La oscuridad se rompe por una pequeña luz que ilumina un escenario rodeado de miles de almas que no lograron la gracia; arriba, el vocalista se quita la chamarra y la deja a un lado. Comienzan a sonar los primeros acordes de una canción y Dante sabe, con certeza, que está entrando al Infierno.
Cancel my subscription to the Resurrection…
315,360,000 segundos (II)
Yo no sabía qué hacer de mi vida. No sabía qué carrera estudiar, ni dónde, ni por qué. Ahí nos quedamos en el post pasado. Pocas veces en mi vida me he quedado tan pasmado como cuando tuve que tomar «la decisión más importante de tu vida» (esa pinche frase que repiten hasta el cansancio los profesores y receptores de solicitudes en las universidades).
No es que me las quiera dar de muy chicho, pero por ahí guardo la copia de los resultados de mi examen vocacional que son realmente tristes. Uno llega lleno de dudas con la Consejera esperando que, cual sombrero colocador te diga qué harás de tu vida, para que al final te salga con el chistecito de que, de la amplia gama académica, eres elegible para el 95% de las carreras. Así que como yo no sabía qué diablos quería de mi vida y estaba yo en mi etapa ‘revolucionaria’ que agarro un día y que decido largarme de viaje a Zacatecas. Solo y mi alma. «Encontrarme a mí mismo», me dije. Pero eso no bastaba para calmar a mi etapa ‘revolucionaria’… así que no sólo decidí irme a Zacatecas sino que además me quise ir en tren.
Un pequeño paréntesis para los compañeros de otros países. En México se suele decir que la Revolución (la de 1910) se hizo en tren. Lo que pocas veces se menciona es que después de la Revolución, el gobierno le dio poca o nula atención a las vías de ferrocarril o al servicio en tren. Esto provocó que a mediados de la década de los noventa, los ferrocarriles en México fueran verdaderamente lamentables y que jamás nunca nadie pensaría en ir de un lugar a otro en tren. De veras. Pueden preguntarle a su mexicano de confianza si en algún momento de su vida ha viajado en tren y las probabilidades de que les diga «jamás nunca» son muy altas.
Pues ahí va Salvador, a Zacatecas, en tren, a punto de salir de la prepa. Para los enterados, el viaje del Distrito Federal a Zacatecas se hace en un camión de línea, así facilito, limpio y bonito, en más o menos 6 horas. Yo tardé 18. Dieciocho horas en llegar de la estación Buenavista a la ciudad de Zacatecas, Zac. No estoy seguro pero creo que si me hubiera ido trotando hubiera llegando antes.
Además estamos hablando de una época en la que no había un uso tan masivo de teléfono celular (yo acepté tener el mío hasta bien entrado 1999 y en mi escuela el celular sólo lo tenían los pudientes del área III), por lo que para la hora en la que hablé a mi casa avisando de mi llegada, mis padres ya me hacían víctima de un asalto de cuatreros a lo largo del camino. Pobres. Me cae que ni vendiendo el tren como fierro viejo les hubiera costeado a los supuestos cuatreros el asalto al tren.
Llegué a Zacatecas molido como pocas veces, busqué un hotel barato y comencé a vagar por la ciudad buscando una señal de lo que debía hacer de mi vida. Según yo, en algún punto tendría que encontrarme con una señal divina e inequívoca que me diría hacia donde dirigir mis pasos académicos. La hice de vil turista durante un par de días, conocí iglesias y museos hasta hartarme y no fue sino hasta la noche del tercer día que dije: «Salvador, es hora de que conozcas la vida nocturna de Zacatecas». Ustedes se preguntarán que cómo es posible que haya tardado tres días y dos noches para decidirme a *salir*. La respuesta es sencilla. Era yo un ñoñazo.
Si nos remitimos a los años dorados de 1997 piensen en alguien gordito, con peinado de libro abierto, lentes de fondo de botella que cubre el 75% del rostro y con combinaciones monocromáticas en lo que a ropa se refiere. Pensemos en el ñoño que saca puros dieces, que no comparte sus apuntes y que realmente se preocupa por exentar los examenes semestrales y finales. Piensen, en pocas palabras, en ALGUIEN QUE ELIGE ZACATECAS COMO DESTINO PARA ENCONTRARSE A SÍ MISMO!!!! Dios… me cae que no sé cómo me dejaron sobrevivir mis amigos.
Por supuesto, mi noche fue un fiasco. Terminé en una discoteca (sí, sí… ese era el término, «discoteca») que en algún momento ha de haber sido la sensación por estar dentro de una mina, pero que para el año en que yo fui era la cosa más vacía y patética del planeta. Mala música, mal ambiente, malo todo. Con decirles que terminé compartiendo la mesa con una familia que había ido de vacaciones y que querían que sus dos hijas conocieran una *disco*. Las hijas tenían 12 y 10 años, espectivamente.
Cuando salí del lugar miré al cielo y comenzó a caer una ligera lluvia. En ese momento supe que estudiaría Actuaría. ¿Por qué? No lo sé. Es más, sigo sin saberlo. Sobretodo porque dos semestres después de comenzada la carrera, terminé cambiándome hasta de universidad.
315,360,000 segundos
Esta semana se cumplen diez años que salí de la prepa. Diez añotes. Y sí, si ustedes son fieles seguidores de este blog, se habrán dado cuenta que mi prepa es una etapa que apenas voy superando.
Diez años da perfecto tema para una película. Porque no es que quiera sonar a ruquito pero la neta es que así como siento que apenas fue ayer la última vez que estuve sentado en mi banca del 106, también creo que han pasado mil cosas (toda una vida) desde que salí del H.H.H. Centro Universitario México. Es más, si hay algún preparatoriano que esté viviendo esos momentos a lo largo de estos días, permítanme contarles el final de la historia: sí, van a dejar de ver a personas que ahorita juran que nunca dejarán de ver.
Claro, hay amigos que duran eso y más, ya sea porque son perseverantes (ustedes y ellos) o porque las circunstancias los siguen haciendo pasar cosas juntos. Pero hay muchos, muchíiiisimos más que nomás van a saber de ellos cuando se casen o -sí, también sucede- cuando se mueran.
Esta semana se cumplen diez años de que salí de la prepa. Anécdotas hay miles (aunque siempre que nos reunimos mis cuates y yo contamos las mismas diez una y otra y otra vez) con buenos recuerdos que te ponen una sonrisa hasta el día más ocupado de chamba. Y aunque acordarme de los pequeños grandes detalles de ese último año me daría para más de dos blogs, esta semana la trataré de dedicar a escribir de mi sexto de prepa. No sólo trataré de acordarme de lo que sucedió entonces sino, sobretodo, de recordar-me. Recordar cómo era, qué pensaba, qué hacía y por qué.
Por principio de cuentas puedo decirles que si ahorita tuviera que tomar de nuevo la decisión de qué carrera estudiar, en dónde y por qué, me daría un tiro.
Recomendación
Querido Dios:
Te lo he dicho varias veces, unas más fuerte, otras más quedito… pero te faltaron ganitas. Lo que este mundo realmente necesita no es más amor, una montaña más o bebés felices y rozagantes. No. Lo que a esta vida le hace falta es tener un buen soundtrack, efectos de sonido y poco más.
¿Qué no te has dado cuenta que todos quisiéramos vivir en una serie de televisión? ¿No crees que sería mucho mejor que todos nuestros problemas surgieran, se desarrollaran y terminaran en menos de una hora? ¿No consideras que los seres humanos seríamos más felices si nuestros amigos nos acompañaran a lo largo de varias temporadas en lugar de que te los fueras llevando uno a uno como si furan malos actores de vodevil? Creo, mi estimado, que como productor nomás no la haces.
¿A poco no crees que los tragos amargos que nos haces pasar no serían más agradables con unos pequeñitos efectos de sonido? Imagínate, después de meses de desempleo, finalmente le consigues al protagonista de su vida, una entrevista de trabajo. El tipo se pone su mejor traje, se peina y sube a su coche. A la mitad de Insurgentes, al coche se le poncha una llanta, el tipo se baja y comienza a llover. Abre la cajuela y no encuentra ningún tipo de herramienta que lo pueda ayudar. Llueve más fuerte y el tipo se empapa. Finalmente, un alma caritativa se detiene. Es una Windstar. El tipo está salvado! Se abre la ventana, una guapa joven lo ve desde adentro y le pregunta: «Disculpa, sabes cómo llego a Plaza Loreto?
De la nada, se escucha:
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O, mejor aún, un:
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¿No crees, querido Dios, que por lo menos nos daría la esperanza de que las cosas no están tan mal? Sería una manera perfecta de decirnos que realmente somos dueños de nuestra propia vida… de que las cosas malas nos suceden sólo a nosotros pero que por lo menos el efecto de sonido correcto nos acompaña en nuestras desgracias. Y en nuestras alegrías también. ¿O no crees que la humanidad sería más feliz si uno llegara al set principal de su vida (el cubículo de su oficina, el salón de clases, la sala de su casa) y que, como buen protagonista de serie de televisión, se nos diera un buen recibimiento?
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A mí en lo personal me gusta pensar en mi vida como en una enorme serie de televisión. Sí, seguramente ya has leído de ella. A falta de mejor nombre, la he titulado «La Vida Irreal de Salvador Leal». Porque, seamos honestos, me das bastante material que me hace pensar que te quedaste con ganas de ser guionista de televisión. Y con todas las cosas que me pasan pues la verdad es que el asunto del acompañamiento musical sale solito.
Por ejemplo, el inicio de la serie ya tiene su ‘canción oficial’.
Todo comienza con un reloj despertador que cambia de las 05:44 a las 05:45…
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(collage de imágenes de un tipo saltando de la cama, entrando a la regadera, amarrándose las agujetas, ajustándose la corbata, tomando una taza de café y saliendo a la calle; y ahí entra la presentación de los actores de la serie: el protagonista, sus amigos, el antagonista, el Jefe™, sus cuates de Básico, su psicoanalista, los amiguis del blog, y finalmente, el señor que le bolea los zapatos que al final de cada capítulo termina dándole un buen consejo al estilo de Wilson en Home Improvement)
Para música incidental, esa que sucede cuando voy caminando por los pasillos de la oficina y me pasa algo. O cuando voy en el coche pensando en Anna Nicole Smith y su relación con el futuro de la humanidad, algo pegador y bonito como…
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¿A poco no crees que mejoraría la vida de las personas con un poco de producción integrada? Creo firmemente que habría menos gente frustrada y más personas que realmente se sentirían los protagonistas de su vida y no actores secundarios que ni siquiera salen en los créditos de la vida de otras personas. ¡Así con música, hasta un cajero del súper tiene una vida interesante!
¿Cuántas veces no me ha sucedido que tengo que quedarme a chambear hasta tarde? Mis amigos me llaman desde la fiesta, la cámara toma un departamento de la Condesa con música a todo volumen, alcohol y gente que se está divirtiendo. Dos de mis mejores amigos se terminan de reir de un chiste y uno de ellos dice: «wey… a qué hora va a llegar este tipo??»
Una voz en off dice: «y mientras tanto… en la Oficina de Salvador…»
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No importa que en ese momento te estén esclavizando en la chamba, el sonidito te hace la noche.
¿Hay algo más increíble?
Se me ocurren tantas cosas que decir. Pero sólo atino a pensar que la esperanza -en nosotros, en nuestro país, en todo lo bueno que hay en el planeta- existe. La siguiente imagen es, a mi punto de vista, tan perfecta, que me dolería mucho que fuera armada y no espontánea.
Me encantaría como comercial. Aún no sé de qué, pero adoraría verlo en televisión nacional en un spot de 30 segundos.
¡México!
Sputnik Mayo
¿Qué hacer con el calentamiento global? ¿De veras nos van a dar ganas a todos de dejar de contaminar? ¿A poco a la creatividad humana no le da mas que para pensar en utilizar papel reciclado y no dejar abierta la llave del agua?
¡Vean qué otras ideas hay en la mente de los seres humanos para arreglar este problema de dimensiones planetarias! ¡Sólo en el artículo «Deteniendo el Fin del Mundo» contenido dentro de la Revista Sputnik del mes de mayo!
… pero si de plano la patria anda pobre, pus ahí está el link para que por lo menos lean el artículillo. Pura calidá, cortesía de aquí su humilde servidor.
Idea aleatoria no. 32,498
En un futuro voy a escribir un libro. Será una novela y quiero pensar que será entretenido leerla.
Pero la idea no es esa. Resulta que a mí no me gusta ir leyendo un libro que me está gustando y saber que ya se va a acabar porque cada vez la hoja en la que voy está más cerca de la contraportada del libro que de su portada. Digo, por muy sorpresiva que sea la novela sabes que en algún punto entre el lugar en donde estás y la última hoja, la novela va a terminar. Lo puedes ver.
Mi novela tendrá más de 200 páginas. Pero el final se dará por ahí de la página 130. El final verdaderamente será sorpresivo. Tú vas en la página 128 todo confiadote en que la novela aún no puede acabar pues todavía no llegas al «final» del libro… pero ¡tómela! que sí acaba. De la página 130 a la 128 escribiré… no sé… recetas de cocina o las razones que me llevaron a terminar la historia antes de que terminara el libro.
Los Nuevos Emperadores
¿Alguien recuerda aquel cuento llamado «El traje nuevo del Emperador»? En él, se contaba la historia de un sastre que, dispuesto a cualquier cosa por atraer la admiración del Emperador y su corte, finjía mostrar un hilo de preciosa confección con el que haría un traje jamás antes visto por nadie. El hilo no existía, y por supuesto el traje tampoco… pero todos, desde el Emperador hasta el último habitante del pueblo admiraban y alababan aquellas ropas para evitar que se les considerara como tontos que no podían apreciar tal belleza. Hasta que un niño que vio pasar al Emperador simplemente gritó: «¡el Emperador está desnudo!». Creo que a la fecha el Emperador no sale de sus aposentos de la vergüenza.
Yo sé poco de arte. Sé lo que me gusta y lo que no. Admiro y aprecio muchas formas artísticas que a muchos les parecerían estúpidas o indignas de aprecio. Otras me parecen simplemente incomprensibles (la danza, por ejemplo… lo sé, soy un naco); así que lo que aquí expongo está totalmente limitado por mi propio -y muy subjetivo- concepto de Arte™.
Spencer Tunick anduvo rondando este fin de semana por la muy noble y muy leal Ciudad de México. Este cuate es famoso por hacer fotografías en lugares públicos llenos de personas absolutamente desnudas. Él, por supuesto, justifica su arte. Y los participantes justifican su involucramiento en la fotografía. Durante la semana pasada, los diarios capitalinos estuvieron entrevistando a diversas personas que iban a desnudarse este domingo en el Zócalo y posar para Tunick. Unos hablaban de libertad de expresión, otros de sublimación artística, unos más decían que estaban interesados en los movimientos culturales de vanguardia y de cómo querían estar involucrados en algo tan edgy.
A mí me podrán decir muchas cosas. El mismo Spencer tendrá toda su argumentación muy bien armada. En lo personal hubiera preferido leer los testimonios de personas exhibicionistas que deseaban dejar huella fotográfica de su filia; se me hubiera hecho un poco más auténtico. Cínico quizás, pero de a deveras. Arte por aquí, arte por allá… pero cada vez que leía las razones para estar en una fotografía de Spencer Tunick no podía dejar de pensar en «El traje nuevo del Emperador» y decirle a la persona en cuestión: «wey… te estás desnudando, te están fotografiando… y ni siquiera te están pagando!»