Archive for the ‘nostalgia’ Category
Pepino
Este post está dedicado a mis papás, que hicieron todo lo posible porque no me convirtiera en un monstruo capitalista/consumista durante mi infancia. Este post también está dedicado a la televisión, compañera desde mis primeros años, que hizo todo lo que pudo para que mis papás no tuvieran éxito en sus empeños. Y triunfó.
Cuando yo estaba en la primaria, el mejor incentivo que tenía para hacer la tarea, era la televisión. Llegaba a la casa a eso de la una, comíamos a las dos y para las cuatro de la tarde (a menos que tuviera que hacer una maqueta del sistema solar o un diorama de la Independencia o alguna mafufada del estilo), yo ya estaba sentado frente a la televisión.
En una época en donde toooodos los niños de mi generación veíamos el mismo canal (Canal 5 de Televisa) y los mismos programas, ser niño en los ochenta era mucho más fácil que ser niño en el siglo XXI, lo mismo que ser Gerente de Marca de alguna empresa de alimentos era mucho más sencillo entonces que ahora: uno contrataba un anuncio durante las caricaturas del Canal 5 durante seis meses y aseguraba la recordación del comercial en la mente de los infantes por mucho tiempo. De hecho, el Gerente de Marca no lo sabía, pero realmente estaba tatuando el comercial en la psique de los niños y asegurando su recordación no por meses sino por décadas.
La brecha generacional creada por los medios de comunicación, entre nuestros padres y nosotros, eran abrumadores. Mientras que ellos, cuando eran pequeños, cantaban tradicionales canciones infantiles mexicanas durante los viajes en carretera, la generación de los ochenta cantábamos jingles comerciales. Gansito Marinela, Coca-Cola, Sabritas, Panditas («hay panditas de sabores, fresa, piña, naranja y limón») y un larguísimo etcétera, eran nuestros gritos de guerra gracias a que la televisión se había encargado de aleccionarnos entre la hora de la comida y la hora de irse a dormir.
Mis papás, sin embargo, no eran de los que se dejan vencer fácilmente. Además, ellos eran lo que ahora se conoce como «contraculturales» (goooeeeeiii), egresados de la UNAM, lo suficientemente conscientes de su entorno como para querer que su pequeño heredero se convirtiera en un Cerdo Capitalista®. Su contraataque fue brutal. Me enviaron los veranos a la casa de mis abuelos en Michoacán a que aprendiera a hacer resorteras, comer elotes asados en hoyos de tierra y mojarme con las lluvias veraniegas, me acercaron a libros que no tenían personajes de Disney en las portadas y me generaron un verdadero interés por las mitologías griegas y romanas, me dieron cómics de otras latitudes (así conocí a Tintin) y las estaciones de radio que escuchaba eran Radio Educación (con Emilio Ebergenyi) y Radio Infantil (qepd).
Al hacer esto, mis papás creyeron que estaban vacunándome contra el constante impacto mediático de marcas y conceptos «extranjerizantes». Pero la verdad es que lo único que me estaban haciendo era generarme una esquizofrenia cultural de magnitudes bíblicas que hasta la fecha rige mis gustos culturales.
Pero todo este choro es porque, dentro de las cosas que me acercaron mis papás en aquellas épocas, fue un cassette llamado «El Tío Pepe y Pepino» en donde el tema de todas y cada una de las canciones era hacer pensar a los niños sobre la televisión, los refrescos, las golosinas y todo aquello que las Grandes Corporaciones® se encargaban de vendernos todas las tardes. Si mal no recuerdo, Pepino era una marioneta que acompaña a (obviamente) el tío Pepe en su quijotesca labor de conscientizar a los escuincles sobre la publicidad engañosa y los productos inútiles y caros.
Si el Tío Pepe y Pepino tuvieron éxito, no es tema de este post. Pero curiosamente hoy en la mañana me desperté tarareando una canción que reconocí de aquellos años y le pregunté a Google sobre el mentado tío Pepe y su carnal Pepino. Ahí encontré el blog de Alaíde Ventura en donde cuenta que se encontró a Pepe González aka «el tío Pepe» en Xalapa. En estos años perdió la vista pero sigue cantando; ella se acercó y él insistió en regalarle la versión en CD del cassette que tanto Alaíde como yo, escuchamos en nuestra infancia.
Esperando que me compartiera algunas canciones, le mandé un mail a Alaíde esperando que un día de estos lo viera, se compadeciera de mí y me ayudara a recuperar ese pedacito de infancia que le di al tío Pepe. No tuve que esperar más de 3 minutos cuando tenía en mi mail las canciones «contraculturales» de Pepe y Pepino. Y se las dejo aquí para que sepan el tipo de información al que -también- me expusieron mis papás…
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El Tío Pepe y Pepino – No veas tanta Televisión
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El Tío Pepe y Pepino – Confesiones de un Refresco
Me Acuerdo
Para entender este post, hay que leer este post de Mariana H.
Me acuerdo de dormir muy alterado las noches antes de ir a Reino Aventura.
Me acuerdo de mi mamá corriendo tras un camión de bomberos un 5 de enero.
Me acuerdo del olor al cigarro de la alfombra de la oficina de mi papá. A la fecha, el olor a cigarro viejo me sigue gustando.
Me acuerdo de que, cuando los artículos del supermercado no tenían el precio, había que regresarse a buscar uno que sí lo tuviera.
Me acuerdo de las dos primeras veces que vi un rayo láser. La primera fue en un súper, la segunda fue en un reproductor de CDs. Las dos fueron en Toronto, Canadá.
Me acuerdo de cuando me gustaba el huevo con jamón y salsa catsup.
Me acuerdo de jugar canicas en calles empedradas de Michoacán.
Me acuerdo de fantasear con subirme a un avión con una botella de talco para soltarlo mientras volaba. Me acuerdo de pensar que con eso, la gente creería que estaba nevando.
Me acuerdo de pasar a la Baguette de Insurgentes, frente a Plaza Inn, todos los domingos después de acompañar a mi papá a correr al canal de Cuemanco. Yo llevaba mi bici.
Me acuerdo de comer sandwiches de mayonesa en casa de mis abuelos.
Me acuerdo de hacer márgenes de color rojo el primer día de clases. Me acuerdo de cómo lo odiaba.
Me acuerdo de dormirme más tarde viendo el especial de David Copperfield en canal 5. Me acuerdo de la sensación tan avasalladora al ver la magia. Afortunadamente, eso aún no se me quita.
Me acuerdo de cuando Cablevisión tenía 14 canales. Y su logotipo era en forma de corazón.
Me acuerdo de cuando lo más complicado de mi vida era una maqueta de plastilina.
Me acuerdo de cuando mi mayor hit era aprender a manejar.
P.D. Las bases para el concurso «Me Acuerdo» están aquí. Y no, yo no pienso participar.
Una mañana
Era una mañana. De hecho, era la última mañana de la preparatoria.
Tres años de mi vida acudiendo al mismo lugar durante la misma cantidad de tiempo. Hoy, a más de una década de distancia, los recuerdos se ven cada vez más y más como una fotografía borrosa. La realidad se mitificó casi instantaneamente y hoy, cualquier anécdota relacionada con la preparatoria, es impresionantemente fantástica. Cada vez que alguien de mi grupo la cuenta, algo se le agrega, alguna exageración se cuelga y se provocan las mismas risas que la primera vez que se contó esa anécdota hace ya mucho tiempo.
Durante la última semana de clases en mi prepa (el Centro Universitario México, o CUM), los alumnos nos formábamos afuera del salón al término de la última clase con cada maestro, para hacerle una valla en donde les aplaudíamos (a los más), los abucheábamos (a los menos) y hasta los zapeábamos (muy contados casos, pero memorables, por supuesto). Al evento se le conocía, muy creativamente, como ‘las vallas’. El viernes era el último día de vallas y a la hora de la salida, la escuela patrocinaba unos mariachis que tocaban para todos los alumnos durante una hora y que ponía a todos en ambiente para el siguiente punto que, en aquellos tiempos, eran las trajineras de Xochimilco. Y sí, a esos eventos también se les conocía, muy crípticamente como «los mariachis» y «las trajineras». Eran otros tiempos.
A riesgo de sonar como viejo decrépito, sí eran otros tiempos. Por principio de cuentas era 1997 (ja!), el grueso de nosotros no tenía celular y ese fue el año en el que los que ingresaron al Tec de Monterrey descubrieron que el uso de laptop era obligatorio, cosa que hoy me parece normal pero que en aquel momento me pareció simplemente aberrante e innecesario. El país era gobernado por el PRI, la película que más recuerdo de esa época es ‘El Quinto Elemento’ y las Spice Girls sonaban, quisiéramos o no, en los estereos de todos. No había iPods, por supuesto, ni MiniDiscs. Lo que sí había eran Discmans con bocinas de computadora; los MP3s eran algo aún no conocido.
Pero esa última mañana de preparatoria, mi mente no estaba en si sería el último día en que vería a mis amigos, o si serían las últimas clases que tomaría sentado en las incómodas bancas de madera tradicionales de las escuelas maristas. Esa mañana lo único que me preocupaba era si mi choro podría convencer a mi maestro de Física o no. Constantino de Llano, o Tino a sus espaldas, era el maestro más perro del Área 1 (Físico-Matemáticas); el tipo enseñaba -anécdota real- cosas que aprenderías en el segundo semestre de la carrera de ingeniería. Y las evaluaba con una severidad pocas veces vista y experimentada… cosa que ya es un decir en una tradicional escuela sólo para hombres donde los castigos físicos (y mejor aún, psicológicos) eran de uso corriente.
Yo y la Física nunca nos llevamos bien. La cursé en tercero de secundaria, cuarto y sexto de prepa. Las dos primeras veces logré sacarme diez gracias a mi memoria («mencione la Ley de Hooke») y a que era el consentido de los dos profesores. Pero Constantino no era fácil de roer; el tipo había estado en el CUM desde los tiempos en los que en el salón había percheras para los sacos y las boinas de los estudiantes, y era mucho más estricto que mis otros dos maestros. Dicho y hecho: sufrí con Constantino. Sufrí como pocas veces. Es más, en toda mi historia escolar, sólo dos materias me han hecho realmente sufrir y una de esas fue Física en sexto de prepa. Como yo era un ñoño, mi promedio era decente, pero no lo suficientemente bueno como para exentar el examen.
Y justamente eso era lo que estaba en mi mente aquella última mañana de la preparatoria. ¿Cómo convencer a Constantino para que me exentara y así librarme de estudiar para el peor examen final de mi vida? Esa última clase, era, por supuesto, para arreglar asuntos administrativos como quién presentaría el examen, quién no tendría el promedio para alcanzar la primera vuelta y quién se iría directo a extraordinario. Faltando cinco minutos y aprovechando que varios se habían parado a arreglar cosas con él directamente en su escritorio, me animé, me paré de la banca y me acerqué a su lista. No recuerdo el choro, pero recuerdo que fue algo prolongado y que los ojos de Tino no dejaban de ver más allá de mis palabras. Recuerdo perfectamente cuando su bigotito se movió para dar su respuesta.
Las anécdotas de preparatoria se van engrandeciendo conforme pasa el tiempo. De la nada nos convertimos en héroes o villanos, ganamos la pelea en el antro o logramos anotar ese último touchdown necesario para ganar el torneo interáreas. Con unas cuantas palabras, nos convertimos a nosotros mismos, en el cuate que salva el día; aplausos, música, créditos, final, desvanecimiento a negro.
Este no es el caso. Esa mañana, Constantino me dijo que no, que tendría que ponerme a estudiar porque mi promedio nomás no daba para la exención. No le importó que fuera a exentar el resto de mis materias, que le argumentara mil y un situaciones pre-universitarias o que se lo pidiera porfavorporfavorcito. Guardó su lista en su portafolios negro y con eso terminó la conversación. Salí del salón mientras el resto del grupo ya estaba flanqueando la puerta para hacerle la valla a Tino. Varios traían cámaras de video, recuerdo perfectamente decirle a una de ellas un clarito «que chingue a su madre!». Muy correcto yo.
Esa mañana me vino a la mente esta mañana, doce años después, cuando en Facebook un amigo publicó una fotografía. Esta:
Mi cara está siendo tapada por la cabeza de alguien con una cámara de video. Estoy frente a una columna y a mi lado está José Manuel riéndose de mi y de mi fallido intento para convencer a Constantino.
A la fecha, odio la Física.
Mapache
Sé que necesito vacaciones cuando me descubro en un reunión pensando en el mapache Sebastián de la serie de televisión «XE-Ah! Radio Aventura».
Busqué en YouTube y no encontré nada. Y creo que eso es bueno. ¿Alguien más se acuerda?
—
En otras noticias, Guffo escaneó y publicó muchísimas portadas del conocidísimo comic «Video-Risa». Comic prohibido en todas las escuelas, por todos los padres de familia y autoridades similares debido a su… uhmmm.. cómo decirlo… ¿’nivel cultural’?
Y yo, a pesar de ser un ñoño certificado (particularmente en la primaria), los leí y me gustaban. Y hoy que los vi en el blog de Guffo, no pude más que sacar una lagrimita nostálgica y esperar algún día poder volverlos a leer.
Crónicas Itamitas I
Es viernes, ya es noche y estoy estudiando.
De la nada, como si no hubieran pasado cinco años, estoy de regreso en el mismo lugar.
Afuera, millones de personas se disponen a salir o han pasado la tarde con sus amigos. Y yo, como me solía pasar en época de exámenes finales en el ITAM, no. Recuerdo que en esa temporada a mí se me olvidaban los días de la semana y sólo me quedaba con las fechas y el examen que me tocaba. 14, Econometría; 17, Microeconomía Avanzada II; 18, Economía Internacional; 22 (sí, juro que una vez tuve un examen un 22 de diciembre), Derecho y Economía.
No importaba si era viernes, sábado o domingo, durante Los Finales™ estaba en la biblioteca. De hecho, la biblioteca del ITAM la abrían las 24 horas para los intensos que querían estudiar Problemas de la Realidad Contemporánea a las 3 de la mañana. Por un papelito pegado que está a un lado de mí, me doy cuenta que la bonita tradición se mantiene. Nunca me vi llegado, de viernes a sábado, a las 2 de la mañana, con mi tambache de libros, apuntes y fotocopias. Me sigo sin ver, pero ahora creo que por lo menos daría una buena premisa para película u obra de teatro.
Como se pueden dar cuenta, me he aburrido un poco y he decidido postear. En mis épocas no había internet inalámbrico. Bueh, y aunque lo hubiera habido, yo no tenía laptop. Uno iba al Centro de Cómputo (donde chequé mi correo electrónico colossus durante los primeros tres años de la carrera, I swear) a perder el tiempo y ver cómo los demás estaban haciendo trabajos finales. Benditos ellos. Yo casi nunca tuve que presentar trabajos escritos, puros exámenes. Ninguno como para el que estoy estudiando ahorita, though. El único que me viene a la mente fue una investigación para Historia Económica de México en donde analicé la importancia tributaria del pulque en la Nueva España. Neto. Resulta que la segunda entrada de dinero más importante para nuestra Madre Patria, era por el pulque. La primera era la plata.
En aquellas épocas no había internet inalámbrico que me permitiera aislarme un rato del estudio. Bueh, para el caso tampoco había blogs ni twitts ni Facebook. Hoy vi a dos itamitas cuyos blogs leo y que ellos no lo saben. Son pequeñas celebridades en mi cabeza (neta sus blogs son muy buenos) pero se me hizo demasiado freak acercarme a ellos y decirles «hola, soy Salvador y me gusta mucho tu blog». No sé si eso se estile entre los universitarios de hoy en día. O si siga siendo tan freak como hubiera sido en mis épocas llegar de la nada con alguien y comenzar una conversación.
Con tristeza he descubierto que una parte de la biblioteca que dejaban abierta los domingos, ha sido cerrada y remodelada. Lástima. Adoraba estudiar ahí los domingos. Llegaba a eso de las 10 de la mañana y me quedaba hasta bien pasadas las cinco de la tarde. Como nunca había nadie, no habían distracciones. Sólo el radio y la tranquilidad que te da un domingo en el sur de la ciudad. Hoy esa zona está convertida en una cosa que denominan «Aulas Ejecutivas». Me he asomado (no se puede entrar) y parece la Sala Centurión de American Express. Me pregunto quién tomará clases ahí. Me pregunto si ha pasado suficiente tiempo como para que yo tome clases ahí.
La leyenda decía que los maestros se ponían más buena onda durante las épocas navideñas. Que, según esto, había más aprobados en la temporada de exámenes finales de diciembre que en la de mayo. Nunca supe si era cierto. Me lo sigo preguntando ahorita, a cinco años de haber pasado mi penúltimo examen de la carrera y a una semana de hacer el último.
Reto
A tí, joven trabajador de la Condechi.
A tí, amigo publicista que estás a la última moda.
A tí, amiga veinteañera que cree que lo retro es lo de hoy.
A tí, comunicólogo de vanguardia que se viste como si fuera 1985.
A tí, universitario/a que realmente cree que la moda de los ochentas era buena.
A tí, que no los viviste pero que los idolatras.
Sí, a todos ustedes. Los reto a que vivan el VERDADERO espíritu de los ochenta y no una idealización empaquetada en colores pastel y peinados ‘cool’. Venga, salgan a la calle vestidos así:
El de los suetercitos es invaluable y si le preguntan a cualquiera que haya vivido esa época, les va a confirmar: ESO SÍ ES OCHENTERO. Anden, vamos. ¿Mucha moda, no? ¡Órale!
Fuentes (para horas y horas de diversión): Sexy People y We Have Lasers
Necaxa
A mediados de la década de los noventa, yo, un Puma de corazón, comencé a ir a los partidos del Necaxa.
Era 1996 y el Necaxa vivía una de las contradicciones más increíbles que me ha tocado ver: era uno de los equipos más exitosos de esos tiempos, pero nadie iba al estadio a verlos jugar. Y era raro, porque había sido campeón en el 95 y en el 96, además de ganar en la Concacaf. Pero eso no era suficiente como para que la gente fuera a verlos jugar al Azteca.
Cuando digo ‘nadie’, no exagero. Yo estaba ahí, y puedo firmar que en el Estadio Azteca no habremos llegado a las 50 personas viendo un partido. Y estaba ahí porque un cuate me invitaba, casi semana a semana, junto con otros amigos, a echar las chelas en el Azteca. Ahora que lo pienso, era un plan genial: entrar al estadio era prácticamente gratis debido a que no iba nadie, las chelas eran baratas, nadie te pedía identificación y si agarrábamos el lado del sol, el calorcito hacía más disfrutables las cervezas.
Este cuate era de esas personas extrañas que invitaba a cuanto se dejara. Cuando estás en la prepa, tus planes generalmente incluyen sólo a tus amigos o amigos de tus amigos… así que cuando alguien, a quien no conoces del todo, te invitaba a algún lugar, no podías dejar de pensar que esa persona era bastante fuera de lo común. Ese era Rodrigo. Claro, en la prepa todos nos hablábamos por nuestros apellidos, así que yo no era ‘Salvador’, si no ‘Leal’; y él no era ‘Rodrigo’, sino ‘Zavala’.
Zavala era totalmente fuera de lo común. Era fresa y tenía coche, pero escuchaba rock mexicano y le gustaba chelear en el estadio Azteca vacío. No discriminaba, cosa extremadamente rara en una escuela donde discriminar por cualquier cosa (lana, calificaciones, papás, coche, físico), era un deporte muy practicado. Y si mal no recuerdo, tenía buenas calificaciones sin ser nada matado y hasta hacía deporte. Raro, pues.
En una anotación al margen, el profesor de inglés, ‘el Arañita’, le decía ‘zabullet’, que es uno de los peores apodos que se nos podrían haber ocurrido a cualquiera.
En fin. Pasamos a sexto de prepa y lo dejé de ver. Él se fue a área IV y yo estaba en área I, y como en el CUM fomentaban bastante la integración dentro de tu misma área y la competencia contra las demás, pues poco a poco dejamos de frecuentarnos. Supe que entró a Derecho a la Ibero porque una amiga era compañera de su generación. Hace unos cuantos días platicamos de si alguno de los dos había vuelto a saber del buen Rodrigo Zavala; los dos coincidimos en que habría que buscarlo y saber qué era de su vida.
Hoy por la mañana, por el Facebook, me enteré que Rodrigo había muerto. Leí, asqueado, los reportes de prensa que decían que lo habían asesinado. No sé ni cómo poner en palabras lo mucho que me pegó la noticia; la mezcla de indignación, tristeza y desencanto sólo atinaron a tratar de recordarlo toda la mañana como el buen amigo que conocí en 5° de prepa y que me invitaba a tomar chelas al estadio Azteca.
1990 (II)
Les recuerdo que mañana es «Un Día en los Noventa«.
El objetivo es que todos aquellos que tenemos blogs, facebook, twitters, vlogs, podcasts, etc., posteemos como si estuvieramos en la década de los noventa. Sí, sí, no es tan difícil. Si no se les ocurre nada simplemente recuerden cuando tener teléfono celular no era ni remotamente tan normal como ahora; cuando no había sms, ni mails (bueno, poquitos), ni google.
Cuando teníamos que ir a la biblioteca de la escuela a sacar el dato en lugar de buscarlo en la Wikipedia, cuando nos pasábamos toda la tarde hablando por teléfono con nuestros cuates, cuando existía Skytel y tenías que mandar recados con números primero y luego pequeños telegramas, después, cuando aún comprabas música en una tienda de discos, cuando un disquette de 3 1/2 era el lugar en donde guardabas la información. Cuando Amazon era un sueño guajiro y para comprar boletos en el cine tenías que ir directamente a la taquilla o revisar las funciones en el periódico.
Imagínate cómo hubiera sido twittear estando en la clase más aburrida de Etimologías, cómo postearías en tiempo real la devaluación del 94 o el asesinato de Colosio, cuál hubiera sido el SMS que le hubieras mandado a tu mejor amigo al enterarte de la muerte de Kurt Cobain.
Eso, y todo lo que se te pueda ocurrir, mañana, en tu blog (sí, el tuyo).
1990
Se me acaba de ocurrir algo.
Claro, hay poca chamba y cuando eso sucede, existe el riesgo de que uno comience a pensar en cosas. Quizás esa es la verdadera razón del porqué el sistema funciona haciendo *trabajar* a la gente… pero esa es otra historia.
Quiero hacer un día en los noventa. Más bien; quiero hacer Un Día en los Noventa.
Como la onda de la nostalgia es lo de hoy y los ochenta, a pesar de estar de moda, nomás no nos tocaron realmente (aunque tooooodos tengamos lejanas referencias mezcladas con una gran dosis de fantasía). Lo que sí nos tocó, y mucho, y muy bien, fueron los noventa.
Propongo entonces que hagamos Un Día en los Noventa.
¿En qué consiste?
El próximo jueves 4 de septiembre vamos a hacer únicamente referencias a los noventa en todos «nuestros» medios de comunicación. Esto significa que vamos a postear cosas de los noventa, o escribir como si tuviéramos un blog, pero en la década de los noventa (tú escoges el o los años), vamos a poner nuestros nicks en el Messenger y nuestros estatus del Facebook con referencias constantes a aquellos días. Y sí, si quieren también vamos a escuchar música noventera, pero eso cada quien en la intimidad de sus casas.
¿Les parece? ¿Lo hacemos? Convoco a que hagamos de este jueves 4 de septiembre la primera edición de Un Día en los Noventa. Finjamos que de nuevo estamos en la prepa o iniciando la universidad, pensemos en cómo era la comunicación antes de que llegaran a nuestra vida los SMS, saquemos del cajón viejas fotos, anécdotas añejas, curtidas por el tiempo y exageradas por las numerosas conversaciones que hemos tenido una y otra vez con nuestros amigos de antaño. Recordemos cuando no había Sony Entertainment Television, cuando el PRI gobernaba y cuando las tardeadas en el W & Tops, la Lagarquija eran cosa de cada semana y cuando uno iba a los antros que estaban en el Centro Histórico. ¿Va?
Let’s bring the 90’s back!
Entrelíneas
SalvadorLeal.com era el nombre. Como subtítulo tenía «Menos Crest y Más Zubrowka».
Así era este blog en los inicios. Yo acaba de salir de Procter & Gamble (hence la referencia al Crest) y el subtítulo invitaba al consumo del que, a pesar de los años, continúa siendo mi vodka favorito: el Zubrowka.
El Zubrowka es un vodka de color amarillento que tiene una larga vara de pasto en la botella. Dice la leyenda que ese tipo de pasto tiene propiedades afrodisiacas y que dicha hierba es la causante de que en Polonia todavía haya bisontes vivos. De hecho, la etiqueta del vodka trae un bonito bisonte. La recomendación de los conocedores es que se toma frío, sin hielos y casi-casi de Hidalgo; yo lo prefiero en un vaso de whisky, con hielitos y con sorbos pequeños. Mezclarlo es una grosería. A pesar de que se toma frío, jamás me lo he tomado (ni me lo tomaré) en la playa o en alguna calurosa noche citadina; el Zubrowka es perfecto para las posadas y fiestas de fin de año.
Conocí el Zubrowka gracias a Joe y Peter, en aquel aciago año del 2001. Los tres somos fanáticos del vodka y del vino tinto. En aquellos nuestros años universitarios, tomábamos Zubrowka porque era bueno y barato. Ahora sólo es bueno. Desde siempre lo he comprado en el Palacio de Hierro, sólo que antes costaba $70 pesos y ahora sale en más del doble. Recuerdo que un amigo de WFM se sorprendió de saber que en El Palacio® vendían buen chupe barato. Del puro gusto compró una botella y me la regaló.
Cada vez que terminaba el semestre del verano, se celebraba (se celebra) en mi universidad un festejo denominado «Los Mariachis». No hay mucha ciencia. La celebración consistía en conmemorar la tradicional salida de una generación más de alumnos acompañados de mariachi; el único detalle era que se hacían dentro de las instalaciones de la escuela, la noche de un jueves y con cantidades estúpidas de alcohol. Yo, como buen wallflower que era en la universidad ni quería ir ni quería celebrar ni nada de nada. Esa noche, un amigo, que ni siquiera estudiaba en mi universidad, pasó por mí con una botella de Zubrowka y me obligó a ir. Nunca le pude agradecer el detalle.
Hoy tomo más vino tinto que vodka. Antes tomaba puro vodka. Ron casi nunca. Tequila jamás. El Bacardí Limón con refresco de manzana me sigue gustando pero ahora me da un poco de flojera. En la prepa la bebida era el ‘Moradito’ (vodka [Absolut, obvio]) con jugo de uva.
Me quedé pensando en la expresión «de Hidalgo». ¿Se entenderá en otras partes de Latinoamérica? ¿Tendrá alguna referencia al Padre de la Patria? ¿O se referirá a los antiguos hidalgos españoles (i.e. el Ingenioso _______ Don Quijote de la Mancha)? Si se refiere a Don Miguel, ¿a qué momento histórico homenajeará el tomarse un trago de un solo golpe? El Grito de Dolores no necesariamente fue tan intempestivo, y cuando llega a la Ciudad de México, justamente peca de conservador en lugar de ser arrojado, osado y valiente. Misterio.
Juro que me he tardado en escribir por una falta absoluta de tiempo, que no de ideas. El WordPress lo sabe mejor que yo: hay 70 borradores de posts con temas de todo tipo. Unos apenas son frases de recordatorio mientras que otros son posts con piernas bastante bien desarrolladas que sólo necesitan un empujoncito para comenzar a correr. «Closure», por ejemplo, habla de las últimas películas que he visto (Batman y Wall-E, entre otras), mientras que «WorkOut» es acerca de mi nuevo acercamiento a los gimnasios. Por que sí, estoy yendo periódicamente -demasiado periódicamente- a un gimnasio. Y no a cualquier gimnasio. No, señor. Voy a El Califa de los Gimnasios, al lugar en donde te encuentras a medio mundo de la farándula, los famosos y la socialité. Con decirles que Pocholo y Javier Solórzano están entre mis compañeros de caminadora. Y jamás me había percatado de lo parecidos que son.
«Charlie» es un título provisional para recomendarles que vean, bajen o se pirateen la película de «Charlie Bartlett». Desde «Rushmore», ninguna película le había gustado tanto a mi alter-ego interior. «Monogamia» es un ensayo acerca de cómo la monogamia es lo de hoy, mañana y siempre. Surgió de un par de comentarios y de varios posts que he leído en contra de la monogamia y a los que decidí contestar evitando -como siempre- la mochez y el conservadurismo.
Los posts poco a poco se van haciendo más viejos y muchos de ellos pierden su valor original. «Querido Diego Luna:», por ejemplo, era una carta al actor de «Y tu mamá también» en donde hablaba de lo complicado que es explicarle a personas que recién conoces el hecho de que tengas un blog. Por eso le pedía a él que abriera uno, de tal forma que se pusieran de moda y que así uno pudiera decir «escribo en internet como lo hace Diego Luna» en lugar de comenzar a hablarle a la gente de lenguajes HTML, feeds, posts y contadores de hits. ¡Hoy ese post ya perdió su encanto pues hasta López Dóriga tiene uno!
«El GPS de tu vida» lo escribí un poco antes de casarme, pero nunca me gustó su desarrollo. La idea, que es de W.J. Wallace, acerca de tener un GPS que te dijera en qué momento de tu vida estabas, me encantaba. Pero la verdad es que el tema de la incertidumbre ya no me atrae tanto como antes. El estrés de saber si estás en un McJob, preguntarte si tres años es demasiado tiempo sabático o si ya va siendo hora de tener un hijo, todo ello gracias a este GPS, me ha dejado de interesar.
Al igual que el Bacardí Limón con refresco de manzana, supongo.