Archive for septiembre, 2005
Arrooooooz!
Lo siento. Lo siento de verdad… pero es que esta noticia simplemente no la podía dejar pasar. Vean nomás qué chulada!!
En posesión de una metralleta hechiza, alrededor de 2 kilos de mariguana y 100 gramos de cocaína y balas expansivas, fueron detenidos tres hombres en el Barrio de Tepito, durante un operativo de la Policía capitalina.
(…) Además les encontraron 16 mil 500 pesos en billetes falsos, incluído un billete de 500 pesos con la efigie del actor Mauricio Garcés, en lugar de la imagen del General Ignacio Zaragoza.¿Saben qué es lo peor? Que a mí me ENCANTARÍA traer billetes de 500 con la imagen de Mauricio Garcés.
Bueh, ahora sí, ahí la ven… regreso a mis vacaciones (jejeje).
Apagando la luz
Pues si el post de ayer no fue lo suficientemente clarificador, sí, éste es mi último post.
Durante el tiempo en que estuve escribiendo me tocó ver varios nacimientos, ocasos y muertes de blogs y quiero decirles que las razones que han expuesto los demás para dejar de blogear no se parecen a las mías. No, no me voy porque esté pasando por una crisis existencial y mi vida me obligue a hacer un alto en el camino. No, tampoco me voy porque haya visto que el mundo de la blogósfera se haya corrompido con los vicios y egos de la vida real. Nah!
La razón por la que me voy es, simplemente, falta de tiempo.
Desde hace tiempo (y por eso quería ponerlos en perspectiva con el post de P&G), creo que hay muchas cosas por hacer y muchas situaciones que cambiar. Y es por eso que me he involucrado en varios proyectos que, creo, son por el momento más importantes que escribirles si odio a los lápices o mi opinión de tal o cual película. Dejar de escribir, no lo niego, me cuesta. Como me costó dejar los micrófonos en algún momento. Finalmente tengo la necesidad de pensar y expresar lo que pienso… pero mi necesidad por actuar es todavía mayor.
Una vez me dijo una persona a la que yo respeto mucho que existen tres tipos de personas: los que hacen que las cosas sucedan, los que esperan que las cosas sucedan y a quienes les suceden las cosas. Por razones que no alcanzo a entender del todo, los mexicanos cada vez nos movemos más hacia el último tipo de personas… aquellas que no son dueñas de su futuro sino que son víctimas de las circunstancias. Y no sólo hablo de situaciones políticas (que claramente son las que hoy ocupan las primeras planas de los periódicos) sino en muchos otros aspectos que me son de interés y que a lo largo de la vida de este blog ustedes han visto que me fascinan (i.e. radio y medios de comunicación). Cada vez nos sentamos más a ver cómo pasa el mundo frente a nosotros sin atrevernos a modificarlo.
Pues bien, el tiempo ha llegado. Es hora de meterse de lleno y comenzar hacer que las cosas sucedan. Y para eso necesito el mayor tiempo posible adicional… por lo que el blog tendrá que ser sacrificado por el momento. Si todo sale bien, en algunos meses nos volveremos a ver y leer, con nuevas experiencias y en otro contexto. Si los planes no se desarrollan como quisiera, pues también nos volveremos a ver pero con la satisfacción de haber luchado una buena batalla.
Por supuesto que BásicoFM sigue. Y seguiré posteando periódicamente en Big Blogger como hasta ahora. Además de que sigo teniendo una pequeña sección semanal en Reporte en Polvo (sábados 10pm, 98.5fm) y escribiré en los medios que se dejen (como la revista Sputnik de septiembre, por ejemplo).
Pero ésto. ÉSTO de nombre salvadorleal.blogspot.com, se acaba el día de hoy. Muchas gracias a quienes me han leído durante todos estos meses (ja! si tú eres de los recién llegados… ¿qué crees? llegaste tarde!!) y a quienes han opinado y criticado este espacio.
Y ahora sí, el último en salir… que apague la luz!
Life as a Sitcom
Yo, como muchos de ustedes, considero que la vida sería mucho más cómoda si fuera como una serie de televisión con problemas que comiencen y se resuelven en media hora. Si no, por lo menos sería bastante más divertido si hubiera risas grabadas y aplausos en determinados momentos de nuestra vida. Ah! y eso sí, un buen soundtrack.
Desde hace bastante tiempo, he medido algunos aspectos de mi vida como si viviera en una serie de televisión gringa. Ciertos personajes que sólo entran durante un capítulo para moverle el tapete al protagonista (es decir, yo) o algunas situaciones que merecen toda una temporada para desarrollarse. El tiempo que estuve en Procter, por ejemplo, constituye toda una temporada (en donde me imaginaba la secuencia de inicio recorriendo la ciudad, despierto hasta las 3 de la mañana planeando mis ventas, ahogado en una pila de detergente en polvo y jugando escondidas entre los pasillos de un supermercado); con W sucedía igual (la secuencia de inicio de esa temporada incluía un rave, los locutores siendo perseguidos por fans como en la escena de A Hard Day’s Night de los Beatles, mis compañeros y yo jugando con pistolitas de agua entre los pasillos de Televisa Radio y, por supuesto, una cabina de radio conmigo haciendo mi programa); lo mismo que en el ITAM y en otras etapas por las que he pasado.
Los capítulos de esta serie de televisión que es mi vida (y a la que suelo llamar ‘La Vida Irreal de Salvador Leal’ a falta de mejor título) suelen ser bastante buenos, divertidos y emocionantes, pero lo que más me gusta son los finales de temporada. Esos sí se ponen suuuuper buenos! Sobretodo porque de manera plenamente circunstancial, cada vez que han habido cambios en mi vida, suele haber eventos que marcan claramente que una temporada se está acabando y que el protagonista tendrá que tomar decisiones que modificarán la serie por completo. Algunas veces hay cambio del 80% del cast, otras requieren de un cambio de imagen por parte del protagonista, la gran mayoría incluyen una modificación total de escenografía.
Todo esto lo digo porque desde hace algunas semanas, se prepara el final de esta temporada. A ver qué tal se pone.
P.D. Y en otras noticias, no se olviden de comprar la revista Sputnik. Ahí encontraran un interesantísimo artículo de tecnología y economía escrito por un wey de nombre Salvador Leal™. Vayan a su Sanborns más cercano o exíjalo en su puesto de periódicos, y échenle un ojo… espero comentarios!
Carta a eluniversal.com.mx
Estimado eluniversal.com.mx:
Antes que nada, tengo que decirte que soy fan tuyo. Hasta hace muy poco, si quería saber qué diablos pasaba en México o el resto del mundo, entraba directamente a tu portal y me informaba con la misma eficiencia que tendría al encender el radio y sintonizar una de las muchas estaciones que componen la oferta noticiosa radial.
Tus reporteros pareciera que traen su Blackberry y suben su noticia a la página de internet desde el lugar de los hechos. Sé que no es así, pero así lo parece y créeme que quienes estamos todo el día sentados frente a una computadora, lo agradecemos. Sin exagerarte, creo que consulto tu portal al menos diez veces a lo largo del día… así de frecuentes son mis visitas.
En pláticas con amigos, he externado la tesis de que tú sí sabes cómo funciona un portal de noticias en internet. Tu competidor más cercano (reforma.com) se ha limitado a trasladar los contenidos de su versión en papel a la pantalla, sin tomar en cuenta que el público que está frente a una hoja de papel periódico es muy distinto al que se encuentra frente al monitor de una computadora. Tu competencia simplemente no sabe cómo hacer las cosas y tú, sí; su formato es tremendamente cuadrado e inmutable, la página no es atractiva y cuando hay algo que finalmente te llama la atención y te atreves a darle click a esa sección, chas! te encuentras con que reforma.com te cobra!! Ahí es cuando te das cuenta que tu competencia simplemente no entiende el internet.
Claro, no es que tú seas perfecto. La prontitud de tus noticias muchas veces han generado errores de dedo garrafales (y también de concepto, como cuando mataste adelantadamente a José López Portillo), a varias de tus notas no les vendría mal una fotografía y, créeme en esto por favor, lo que tú publicitas como un weblog NO ES UN WEBLOG!
Pero en fin, te decía que era tu fan. Y digo ‘era’ porque con el último movimiento publicitario que hiciste la semana pasada caíste varios lugares en mi escala de admiraciones. Y sí, me refiero a la publicidad de Arturo Montiel que has decidido recetarnos antes de dejarnos ver el contenido de tu página.
Y no, no creas que me molesta que sea priísta o que el tipo no sepa hablar o que sea un anuncio político. No. Va mucho más allá. Si continúo con la teoría de que tú sí sabes cómo manejarte como periódico en línea y que, por lo tanto, te has sabido posicionar como la opción informativa mexicana en internet, el hecho de que hayas puesto publicidad de don Arturo Montiel antes de mostar tu página principal me hace sospechar que la orden de que aparezca esa publicidad viene de personas con mucha mayor influencia que tú pero con mucho menor conocimiento del negocio de internet.
Una publicidad tan invasiva lo único que le hace a tu público es aborrecerte a tí como medio en donde se transmite la publicidad y a la publicidad invasiva en sí, con lo que se anula cualquier mensaje positivo que se quisiera mandar a través de la misma. En pocas palabras: nos molesta la publicidad a la de a fuerzas. Es como los doscientos correos electrónicos basura que llegan a tu buzón sin ser requeridos; tienen las mismas connotaciones negativas y tienen el mismo efecto publicitario positivo… ninguno.
Pero insisto, según mi teoría, tú sabes esto. Sabes que no me (nos) gusta la publicidad invasiva. Lo sabes porque has sido el mejor jugador de noticias mexicanas en internet. Por la única explicación es que alguien mucho más arriba (no sé si tu jefe, o tu dueño o el mismo Montiel) te hayan obligado/pedido/solicitado-a-fuerzas que las fotos del precandidato aparezcan antes de tu página.
Por favor, quítame esas sospechas. Quita la publicidad invasiva de tu portal.
Afectuosa y decepcionadamente,
Salvador Leal.
Procter & Gamble II
Quizás se pregunten a qué puesto entré a trabajar en Procter & Gamble. Si son fieles lectores de este blog, quizás piensen que entré al área de mercadotecnia o estudio de mercados debido a mis antecedentes como creativo o economista. Pero no. Entré como vendedor.
Así como lo oyen. Vendedor.
Hoy que conozco un poco más de la vida, sé que el área de ventas de cualquier empresa está compuesta por una fauna de difícil trato y definición, pero en aquel entonces yo era un inocente jovenzuelo con ganas de trabajar y una buena oportunidad enfrente, así que si bien no morí de la emoción, tampoco tenía una clara idea de lo que me esperaba.
Debo reconocer que el legado que adquirí durante el tiempo que estuve trabajando en P&G no fue nada malo. Me entrenaron para vender, me enseñaron técnicas y tácticas, me pusieron a practicar frente a una cámara y luego me enseñaron los errores que había cometido y la manera para mejorar mi técnica. Al final de un arduo entrenamiento, me había vuelto un verdadero vendedor… y no sólo eso! Un vendedor de jabones, shampoos y toallas femeninas!!
Eeeeeeen fin, como pueden ver sigo tomando con un poco de humor el hecho de haber trabajado en Procter. Fue, eso sí, toda una experiencia. Como vendedor, mis clientes eran los supermercados que se encontraban en la parte sur/sur-oriente de la Ciudad de México. Esto significa que yo era el Rey de Coapa, Iztapalapa y Tláhuac.
(pausa dramática)
Sí, sí… un día común y corriente en la vida de Salvador Leal como vendedor de jabones, detergente y pañales consistía en subirse en su cochecito (eso sí, del año, de la compañía y con quema-cocos) y dirigirse a hacer visitas a los más diversos supermercados de la zona del Cerro de la Estrella. Una vez ahí lidiaba con los Jefes de Abarrotes y las Jefas de Perfumería de los supermercados de la zona (créanme… no hay NADA que sea más terco que un Jefe de Abarrotes ni NADA que sea más feo que una Jefa de Perfumería de un súper), lograba que hicieran el pedido, le daba un choro energizante al chavo que trabajaba en la tienda para nosotros y me iba a la siguiente tienda. Así, todos los días. Por supuesto que, después de esa experiencia, domino todo Iztapalapa, Coapa y Tláhuac, aunque también me tocó visitar la zona de La Villa y sus alrededores, así como Tacubaya y San Pedro de los Pinos. Justamente ahí, a los pies del *nuevo* Distribuidor Vial de San Antonio, tuve mi mejor tienda. Era, como lo decía el jefe de mi jefe, «una tienda modelo» en lo que a los productos de Procter & Gamble se refería. Había todo lo que debía haber en una tienda y más, tenía el nivel de exhibiciones más alto de la zona y el gerente de la tienda me quería como a un hijo. El único detalle era que, así como la tienda era un modelo de perfección, también era un ejemplo de la falta de pago… y todo eso porque siempre se me olvidó que la segunda tarea más importante después de vender, es la de cobrar. Caray!
Esa era mi vida como vendedor de detergentes en un supermercado. Uno llega por la puerta de atrás del super (sí, esa que jamás han limpiado en los 45 años que lleva funcionando la tienda), un policía malencarado le hace a uno una revisión exhaustiva (poquito falta para un cavity search), pasas por las bodegas del súper (que no destacan por su limpieza) y entras, finalmente, al piso de venta. Ahí tienes que lidiar con el chalán que debe tener el producto en el anaquel, el Jefe de Abarrotes al que debes convencer (¡háganme el favor!) de que el producto que le vendes es tan bueno que te debe dar mayor espacio de anaquel (pequeño tip, la próxima vez que vayan a un súper, vean cuánto espacio ocupan sus marcas favoritas a lo largo del anaquel… esos espacios cuesta sangre, sudor y lágrimas), y luego ir a hacer lo mismo con la versión femenina de Jabba the Hut que trabaja como encargada de la sección de Perfumería.
Con el tiempo, uno va adquiriendo callo en lo que a las ventas se refiere; los clientes te van conociendo y tú vas conociendo a los clientes. Sabes, por ejemplo, que el Señor Castor (el nombre es verídico, se los juro) es fanático de las Chivas y que si el día anterior perdieron el partido, será mejor que ni te le acerques a pedir nada. Aprendes también que doña Marcela, la jefa de perfumería, no puede decirte que no después de que le recetaste una Sonrisa Salvador Leal®. Así eran las cosas.
¿Era lo que me esperaba al salir de la universidad? No, por supuesto que no.
Un ñoño como yo se imagina trabajando en la NASA, mínimo… o si no como asesor personal del Secretario de Hacienda, pero jamás piensas que estarás abriendo cajas de shampoos porque el chalán faltó al trabajo y no hay producto en el anaquel. Hay, sin embargo, varios incentivos para aquellos incautos que caen en ese sexto círculo del infieno de Dante también conocido como la bodega de Gigante Iztapalapa, y consiste en saber que tu jefe y el jefe de tu jefe y el jefe del jefe de tu jefe, comenzaron igual que tú. Igualito (de esto ya hablé ampliamente aquí). Así que lo que tienes que hacer es sacar tu chamba lo mejor posible y aprender lo más que puedas… porque un día serás jefe y tendrás que entrenar a tu pequeño padawan de las ventas.
Pues en fin, contrario a lo que se podría pensar, no dejé Procter & Gamble porque me cansara de despertarme en las madrugadas recitando todas las versiones de shampoo Pantene que hay, ni porque la jefa de la tienda más importante de Tacubaya me hubiera colmado la paciencia. No.
… bueno, quizás eso ayudó, pero esa no es la verdadera razón. Sobretodo porque sabes que un día de estos tu infierno en la bodega de un supermercado se mudará a las oficinas corporativas fancy.
Todo comenzó una mañana en la que teníamos una junta súper secreta de un nuevo producto que se iba a sacar al mercado en una semana. Durante la presentación, se nos dio un racional bastante completo de cómo era el mercado al que iba a atacar ese producto y por qué era una súper oportunidad para la compañía. El producto era un detergente de bajo costo enfocado al sector socioeconómico más amolado, que justamente era uno de los de mayor crecimiento durante los últimos años y también uno de los más descuidados por la compañía.
El razonamiento, lo reconozco, era redondito. El sector de bajos ingresos era el que más había crecido durante los últimos años y no había un detergente que la compañía pudiera venderles (o, más bien, no había un detergente actual de la compañía que ellos pudieran comprar). Al finalizar la presentación, nos mostaron el producto. Yo estaba escandalizado.
La compañía tenía (tiene) todo el derecho de hacer su mejor movimiento de acuerdo con las condiciones del mercado, y yo le reconocía (reconozco) que lo hace tremendamente bien. No tengo nada en contra de que nadie gane dinero (muy por el contrario, creo en la generación de riqueza como la mejor arma para la erradicación de la pobreza)… pero después de ver que la sociedad se había empobrecido y que mi labor iba a ser venderles detergentes en lugar de buscar la forma de que se revirtiera el proceso, estaba francamente asqueado conmigo mismo.
Ese día supe que trabajar para una corporación no era lo mío y decidí renunciar. La siguiente vez que mi jefe me acompañó a visitar un supermercado, lo detuve antes de que entráramos y comencé a explicarle mis intenciones. Me detuvo y me pidió que nos fuéramos a un restaurant cercano y ahí tuvimos una conversación de más de cinco horas. Él entendió y aceptó mis razones después de sesenta minutos y el resto del tiempo nos dedicamos a hablar de mi futuro y lo que quería hacer de mi vida, de cómo lograr lo que quería y de hasta dónde podía llegar. A mi jefe de Procter, sobra decirlo, lo atesoro como uno de mis amigos más queridos.
Fue mucho más difícil explicarle al jefe de mi jefe las razones por las que me iba. No podía entender que alguien quisiera dejar todos los beneficios que una multinacional como Procter te daba (y miren que es especialmente generosa con sus empleados, eh!), cosa que no era difícil de comprender pues justamente lo que yo quería era dejar esa ‘comodidad’ y tratar de que las cosas sucedieran de otra manera.
Mi último día de trabajo era un lunes, por lo que la última semana me dediqué a darles instrucciones a los chalanes de los supermercados y ver que mis tiendas no se vinieran abajo mientras conseguían a un nuevo vendedor. El último viernes que estuve en Procter me desperté de buenas… tan de buenas amanecí que me largué a Acapulco a desintoxicarme de la vida corporativa.
Tuvieron que pasar más de 14 meses para que me animara a entrar a un supermercado de nuevo.
Conversaciones Ajenas
Ella: ¿Qué? ¿Que mataron al novio de la protagonista?
Él: Ajá
Ella: Créeme… no quieres saber.
Él: ¿De plano?
Ella: Piensa en la manera más ridícula y multiplícala por diez.
Él: Chas! Mmmmm… ¿todo era un sueño?
Ella: No
Él: ¿El que se murió era otro?
Ella: No
Él: ¿Tenía un hermano gemelo?
Ella: No… el novio de la protagonista que se muere al final de la primera temporada, reencarna en otra persona al inicio de la segunda temporada.
Él: …
Élla: Bueno… pero ahora es más guapo!!
Procter & Gamble I
La manera en la que entré y trabajé en Procter & Gamble fue, debo reconocerlo, toda una experiencia. Todo comenzó con una carta que me enviaron al ITAM (eso lo hacían mucho, eligiendo perfil de carrera y promedio) invitándome a hacer el examen para ingresar a las filas de la famosa trasnacional.
Quizás debería comenzar diciendo qué diablos es Procter & Gamble. Pues bien… ¿alguna vez te has lavado el pelo con shampoo Pantene? ¿No? Bueno… ¿Head & Shoulders?, ¿Herbal Essences? ¿Tampoco? ¿Pert Plus? Aaaahh, verdaaad… pues bien. Estos cuates no sólo hacen esos cuatro shampoos… también hacen los detergentes Ariel, Ace, Bold y Maestro Limpio, Salvo, Downy, Dawn, la pasta de dientes Crest, los desodorantes Mum, Old Spice y Secret, los jabones Zest, Camay y Escudo, los pañales Pampers, las toallas femeninas Always y Naturella así como toda la línea de Miss Clairol, Wella y Koleston. Ah! y acaban de comprar Gillette. Ahí nomás. Son el anunciante número uno en muchísimos países (en México ocupan el segundo lugar sólo después de los partidos políticos) y tienen una fama bastante bien ganada.
Hasta ese momento, yo sólo sabía de Procter por referencias de amigos más grandes que yo. De hecho, muchos itamitas morían y mataban por trabajar en esa empresa; yo, inmerson en mi ignorancia, no tenía ni idea de qué tipo de empresa se trataba… pero el mero hecho de que muchos itamitas quisieran entrar, me hacía tenerle bastante repulsión al asunto. Un amigo me dijo que él había hecho el examen, que lo había pasado y que le habían invitado una comida/peda en la Hacienda de los Morales. Impulsado más por la promesa de una comida/fiesta gratis que por el deseo de trabajar para Procter, decidí ir a hacer el examen y por razones que a la fecha desconozco, lo pasé.
De ahí me hicieron una y luego otra entrevista. Luego me llamaron a una entrevista más y de ahí me dijeron que me invitaban a un seminario de tres días que tendría lugar en el hotel Nikko de la Ciudad de México. Oooooobviamente dije que sí, a nadie se le niegan tres días con todo pagado en el Nikko y mucho menos si eso significaba no ir a clases (aunque a los maestros les dio enteramente lo mismo si faltaba o no…)
Pues ahí tienen a Salvador llegando a su super seminario de tres días en el Nikko. Desde el inicio, todo tenía cierto… mmmmmm… pues cierto sabor a algo que después reconocí como típicamente procteriano. Todo era competencia, todo era ver quién era el mejor, quién captaba mejor las cosas, quién podía explicarlas, quién hacía mejor el ejercicio o quién se expresaba de mejor manera. Todo. Pero cuando digo todo, es TODO. Vaya, hasta entre los ponentes se notaba que había una competencia por ver cuál era el mejor ponente, el que hacía participar más a las personas y el que lograba mejores resultados (mucho tiempo después supe que, en efecto, ese tipo de actividades de training te las contaban como puntos a favor en tu evaluación, también conocida como W&DP).
La noche del jueves nos la pasamos realmente bien. Al terminar el día nos invitaron a un casino que se organizó dentro de uno de los salones en donde la comida, las apuestas y la bebida corrieron abundantemente. Eso, que en un inicio yo lo vi como una muestra de lo espléndido que podía ser la compañía, en realidad era una prueba más… Los evaluadores medían cómo reaccionabas ante el alcohol, qué tan averso eras al riesgo y cómo te comportabas en situaciones sociales. Maquiavélico, ¿no?
A determinada hora nos mandaron a dormir y nos pidieron que estuviéramos temprano al día siguiente. A pesar de que había varios evaluadores checando qué es lo que hacía cada uno después de terminar en el casino, un grupo de compañeros y yo nos fuimos al bar del hotel a seguir la fiesta.
Al día siguiente nos dividieron en grupos y después de habernos dado todo un set de instrucciones, nos mandaron a realizar un trabajo que incluía de manera práctica todo lo que habíamos visto hasta ese momento. Las instrucciones nos las dieron a las 6 de la tarde y la primera presentación era a las 8.30 de la mañana del día siguiente. De ahí procedían a encerrarnos en unos cuartos con laptop, reportes de ventas, proyecciones de crecimiento, refrescos y palomitas.
Durante toda la noche, los miembros del equipo pasamos por todas las fases que se puedan imaginar: nos peleamos, nos reconciliamos, nos mandamos al carajo y ahí nos quedamos, nos pusimos a trabajar y nos dimos realmente cuenta de quién sabía y quién simplemente era un imbécil que había pasado por los selectivos filtros de Procter & Gamble. En algún momento de la madrugada me di cuenta que el ejercicio era un tema perfecto para un reality show: un grupo de universitarios se ven obligados a trabajar juntos resolviendo un problema de la vida real para ganar un puesto en la compañía.
… un año después, salió The Apprentice.
A eso de la una de la mañana, cuando todos estábamos hartos de trabajar en equipo y medio sacando la chamba, la puerta del cuarto se abrió y uno de los evaluadores entró a decirnos que las condiciones de la fusión que estábamos analizando habían cambiado y nos daba un enorme folder con los nuevos supuestos. Aaaaaahh… recordar es vivir.
Recuerdo haberme ido a las 8 de la mañana a bañar para estar más o menos presentable y así poderles presentar lo que habíamos logrado durante la noche. Al final, había una pequeña ceremonia de premiación (en donde más de la mitad ya estaban cuajados en su mesa debido a la falta de sueño) y se nos decía que en las siguientes semanas nos contactarían para decirnos quiénes habíamos pasado la prueba y quiénes no, basados en las opiniones de los evaluadores que habían estado viendo tu comportamiento durante los tres días (y la noche).
Una semana después me mandaron un mail diciéndome que querían volver a entrevistarme y luego me volvieron a entrevistar una vez más (cuéntenle cuántas entrevistas van) para que, finalmente, me ofrecieran un puesto en la compañía. La oferta de trabajo venía (but of course) en inglés y metida en un sobre muy cuco.
La aventura apenas comenzaba… iba a trabajar en Procter & Gamble!
Diseño
Santander de nuevo a la vanguardia, permitirá a cada usuario diseñar su tarjeta de crédito o débito
por Eduardo García5 de septiembre – Banco Santander, no contento con haber casi triplicado su participación en el mercado de tarjetas de crédito en los últimos cuatro años gracias a sus menores tasas, mejores comisiones y mayor protección contra robo, extravío y clonación, decidió ahora dar un paso más: permitir que cada usuario diseñe su tarjeta de crédito, o incluso de débito.Así, Santander, filial del banco más grande de España, Banco Santander Central Hispano, busca que más clientes al poder imprimir una foto familiar o el dibujo de una hija en la cara de sus plásticos prefieran al banco como el emisor de sus tarjetas, y que además esos plásticos se conviertan en el medio de pago preferido de sus usuarios.
La idea de poder personalizar las tarjetas “es que no sólo tengan su tarjeta en la billetera, sino que la prefieran” sobre las demás, dijo Jorge Alfaro Lara, director general adjunto de medios de pago y crédito al consumo de Santander, durante una conferencia de prensa para presentar la nueva modalidad que ofrecen sus tarjetas de crédito y débito.
Zaz! Y es en momentos como este que lamento no tener un late night show para burlarme de algunos de los diseños que uno podría hacerle a su tarjeta de crédito. Creo que el tema da para darle vuelta a la creatividad de los lectores de este blog… ¿alguna buena idea para diseñar su tarjeta de crédito?
Vía Sentido Común
Dentro del autobús
Uno de los factores por los que he hecho muchas de las cosas que he logrado en mi vida ha sido la existencia de personas a mi alrededor que me han dicho ‘no se puede’ en el momento justo.
Si un día se me ocurre una idea, la suelo platicar por ahí para ver cómo funciona en la mente de otras personas y si por casualidad me encuentro con alguien que, con argumentos más o menos inteligentes, me dice que no se puede… no veo mejor excusa para realizar la idea que el demostrar que sí, que sí se puede.
Así sucedió hace casi seis años, cuando se me ocurrió que la estación de radio universitaria en donde trabajaba (el Circuito de Radio y Televisión del ITAM) podía cubrir la llegada de Vicente Fox, el primer presidente electo de un partido distinto en 70 años, al poder en México.
Y cuando conté mi idea, lo primero que me dijeron fue: 1. estás estúpido y 2. no se puede. Las razones eran muchas, que si un medio de comunicación universitario no podía ser considerado como un medio digno de una acreditación para la ceremonia de traspaso de poderes; que si bien el Circuito hacía una buena labor como radio universitaria, el ITAM ni siquiera tenía la carrera de Comunicaciones y que por lo tanto no podía haber ni siquiera una buena excusa para cubrir el evento; que si había una fila interminable de medios nacionales e internacionales que querían estar en el evento… y así, muchas razones para que decirme que no, que me olvidara del asunto, que no se podía.
No recuerdo bien a bien cómo le hice. Sí recuerdo una conversación con Marta Sahagún (a quien conocí en la campaña cuando era la vocera oficial) y con una colaboradora suya de nombre Gina Morris. Recuerdo haber mandado mi solicitud explicando los motivos de la cobertura y también recuerdo que mis motivos no iban mucho más allá de a) demostrar que sí se podía y b) ver Historia sucediendo frente a mis ojos. Contra todas las posibilidades, una mañana recibí un correo electrónico en donde se me indicaba que podía pasar por mi acreditación el 29 de noviembre a un edificio muy cercano a la glorieta de Colón en el Paseo de la Reforma y que ahí recibiría mayores indicaciones.
Para no hacerles el cuento largo (los cuentos largos saben mejor al calor del vodka), el primero de diciembre del año 2000, el día en el que un presidente de un partido distinto llegaba al poder después de más de 70 años de una denominada ‘dictadura perfecta’, aquí su seguro servidor portaba su gafete de prensa y se metía por todos lados acompañado de su fiel minidisc.
Muchas cosas vienen a mi mente de ese día. Recuerdo la cara de Paco Gil cuando me acerqué a pedirle una entrevista a nombre del Circuito de Radio del ITAM. Primero se rió y luego me dijo muy divertido «¿qué no deberías estar estudiando para tus finales?». En efecto… justo mis finales comenzaban la siguiente semana y don Paco, en un afán desmoralizador y en su papel de profesor de Economía en el ITAM, prefirió remitirme a mis deberes académicos que darme ‘la nota’. Recuerdo también que los eventos que más me gustaron de ese día fueron el desfile en el Campo Marte y la celebración en Palacio Nacional. Esa fue la última actividad de ese día (mi día de reportero presidencial) y había autobuses que llevaban a la comitiva desde Palacio hasta el Centro de Prensa en la glorieta de Colón.
Pues bien, yo la neta ya estaba cansado y me quería ir a mi casita a dormir, por lo que vi un camión desocupado, me subí y esperé a que llegaran más compañeros periodistas para irnos al Centro de Prensa. De repente el chofer recibe una orden y arranca. Me había subido en uno de los camiones del Estado Mayor Presidencial.
Lo que sigue jamás se me borrará de mi mente y corresponde al título de este post. Es la imagen de un ‘reportero’ de 21 años que va, sólo, en un autobús a toda velocidad hacia el Centro de Prensa. En cierto momento me doy cuenta que la velocidad del autobús es bastante considerable por lo que decido asomarme para ver cómo diablos le está haciendo para ir a ese ritmo por las congestionadas calles de la Ciudad. Ahí descubro que la policía ha cerrado las calles y que el camión circula entre una valla de personas (hombres, mujeres, niños, familias enteras) deseosos de ver a su nuevo Presidente. Recuerdo sus ojos, sus caras, la esperanza de sus miradas.
Eran caras de personas que habían votado por una alternativa y que querían hacerle saber a su nuevo líder que estaban con él, que lo único que él tenía que hacer era no fallarles. Era un ambiente de fiesta, de la esperanza de los desesperanzados, de ojos que nunca había mirado hacia arriba, de gente que quería celebrar su logro democrático.
Recuerdo que tuve que sentarme a pensar y asimilar lo que estaba viendo. Comprendí muchas cosas acerca del Poder, de quienes están afuera del camión y también de quienes van dentro de él a toda velocidad. Me dio tanta tristeza que me dieron escalofríos.
Y luego hice lo que cualquier wey de 21 años hubiera hecho en mi lugar: abrí la ventana y saludé a la gente.
Hoy…
… estoy así.
Me lo robé de Simultáneo.