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La vida irreal de Salvador Leal

Procter & Gamble II

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Quizás se pregunten a qué puesto entré a trabajar en Procter & Gamble. Si son fieles lectores de este blog, quizás piensen que entré al área de mercadotecnia o estudio de mercados debido a mis antecedentes como creativo o economista. Pero no. Entré como vendedor.

Así como lo oyen. Vendedor.

Hoy que conozco un poco más de la vida, sé que el área de ventas de cualquier empresa está compuesta por una fauna de difícil trato y definición, pero en aquel entonces yo era un inocente jovenzuelo con ganas de trabajar y una buena oportunidad enfrente, así que si bien no morí de la emoción, tampoco tenía una clara idea de lo que me esperaba.
Debo reconocer que el legado que adquirí durante el tiempo que estuve trabajando en P&G no fue nada malo. Me entrenaron para vender, me enseñaron técnicas y tácticas, me pusieron a practicar frente a una cámara y luego me enseñaron los errores que había cometido y la manera para mejorar mi técnica. Al final de un arduo entrenamiento, me había vuelto un verdadero vendedor… y no sólo eso! Un vendedor de jabones, shampoos y toallas femeninas!!

Eeeeeeen fin, como pueden ver sigo tomando con un poco de humor el hecho de haber trabajado en Procter. Fue, eso sí, toda una experiencia. Como vendedor, mis clientes eran los supermercados que se encontraban en la parte sur/sur-oriente de la Ciudad de México. Esto significa que yo era el Rey de Coapa, Iztapalapa y Tláhuac.

(pausa dramática)

Sí, sí… un día común y corriente en la vida de Salvador Leal como vendedor de jabones, detergente y pañales consistía en subirse en su cochecito (eso sí, del año, de la compañía y con quema-cocos) y dirigirse a hacer visitas a los más diversos supermercados de la zona del Cerro de la Estrella. Una vez ahí lidiaba con los Jefes de Abarrotes y las Jefas de Perfumería de los supermercados de la zona (créanme… no hay NADA que sea más terco que un Jefe de Abarrotes ni NADA que sea más feo que una Jefa de Perfumería de un súper), lograba que hicieran el pedido, le daba un choro energizante al chavo que trabajaba en la tienda para nosotros y me iba a la siguiente tienda. Así, todos los días. Por supuesto que, después de esa experiencia, domino todo Iztapalapa, Coapa y Tláhuac, aunque también me tocó visitar la zona de La Villa y sus alrededores, así como Tacubaya y San Pedro de los Pinos. Justamente ahí, a los pies del *nuevo* Distribuidor Vial de San Antonio, tuve mi mejor tienda. Era, como lo decía el jefe de mi jefe, «una tienda modelo» en lo que a los productos de Procter & Gamble se refería. Había todo lo que debía haber en una tienda y más, tenía el nivel de exhibiciones más alto de la zona y el gerente de la tienda me quería como a un hijo. El único detalle era que, así como la tienda era un modelo de perfección, también era un ejemplo de la falta de pago… y todo eso porque siempre se me olvidó que la segunda tarea más importante después de vender, es la de cobrar. Caray!

Esa era mi vida como vendedor de detergentes en un supermercado. Uno llega por la puerta de atrás del super (sí, esa que jamás han limpiado en los 45 años que lleva funcionando la tienda), un policía malencarado le hace a uno una revisión exhaustiva (poquito falta para un cavity search), pasas por las bodegas del súper (que no destacan por su limpieza) y entras, finalmente, al piso de venta. Ahí tienes que lidiar con el chalán que debe tener el producto en el anaquel, el Jefe de Abarrotes al que debes convencer (¡háganme el favor!) de que el producto que le vendes es tan bueno que te debe dar mayor espacio de anaquel (pequeño tip, la próxima vez que vayan a un súper, vean cuánto espacio ocupan sus marcas favoritas a lo largo del anaquel… esos espacios cuesta sangre, sudor y lágrimas), y luego ir a hacer lo mismo con la versión femenina de Jabba the Hut que trabaja como encargada de la sección de Perfumería.

Con el tiempo, uno va adquiriendo callo en lo que a las ventas se refiere; los clientes te van conociendo y tú vas conociendo a los clientes. Sabes, por ejemplo, que el Señor Castor (el nombre es verídico, se los juro) es fanático de las Chivas y que si el día anterior perdieron el partido, será mejor que ni te le acerques a pedir nada. Aprendes también que doña Marcela, la jefa de perfumería, no puede decirte que no después de que le recetaste una Sonrisa Salvador Leal®. Así eran las cosas.

¿Era lo que me esperaba al salir de la universidad? No, por supuesto que no.
Un ñoño como yo se imagina trabajando en la NASA, mínimo… o si no como asesor personal del Secretario de Hacienda, pero jamás piensas que estarás abriendo cajas de shampoos porque el chalán faltó al trabajo y no hay producto en el anaquel. Hay, sin embargo, varios incentivos para aquellos incautos que caen en ese sexto círculo del infieno de Dante también conocido como la bodega de Gigante Iztapalapa, y consiste en saber que tu jefe y el jefe de tu jefe y el jefe del jefe de tu jefe, comenzaron igual que tú. Igualito (de esto ya hablé ampliamente aquí). Así que lo que tienes que hacer es sacar tu chamba lo mejor posible y aprender lo más que puedas… porque un día serás jefe y tendrás que entrenar a tu pequeño padawan de las ventas.

Pues en fin, contrario a lo que se podría pensar, no dejé Procter & Gamble porque me cansara de despertarme en las madrugadas recitando todas las versiones de shampoo Pantene que hay, ni porque la jefa de la tienda más importante de Tacubaya me hubiera colmado la paciencia. No.

… bueno, quizás eso ayudó, pero esa no es la verdadera razón. Sobretodo porque sabes que un día de estos tu infierno en la bodega de un supermercado se mudará a las oficinas corporativas fancy.

Todo comenzó una mañana en la que teníamos una junta súper secreta de un nuevo producto que se iba a sacar al mercado en una semana. Durante la presentación, se nos dio un racional bastante completo de cómo era el mercado al que iba a atacar ese producto y por qué era una súper oportunidad para la compañía. El producto era un detergente de bajo costo enfocado al sector socioeconómico más amolado, que justamente era uno de los de mayor crecimiento durante los últimos años y también uno de los más descuidados por la compañía.

El razonamiento, lo reconozco, era redondito. El sector de bajos ingresos era el que más había crecido durante los últimos años y no había un detergente que la compañía pudiera venderles (o, más bien, no había un detergente actual de la compañía que ellos pudieran comprar). Al finalizar la presentación, nos mostaron el producto. Yo estaba escandalizado.

La compañía tenía (tiene) todo el derecho de hacer su mejor movimiento de acuerdo con las condiciones del mercado, y yo le reconocía (reconozco) que lo hace tremendamente bien. No tengo nada en contra de que nadie gane dinero (muy por el contrario, creo en la generación de riqueza como la mejor arma para la erradicación de la pobreza)… pero después de ver que la sociedad se había empobrecido y que mi labor iba a ser venderles detergentes en lugar de buscar la forma de que se revirtiera el proceso, estaba francamente asqueado conmigo mismo.

Ese día supe que trabajar para una corporación no era lo mío y decidí renunciar. La siguiente vez que mi jefe me acompañó a visitar un supermercado, lo detuve antes de que entráramos y comencé a explicarle mis intenciones. Me detuvo y me pidió que nos fuéramos a un restaurant cercano y ahí tuvimos una conversación de más de cinco horas. Él entendió y aceptó mis razones después de sesenta minutos y el resto del tiempo nos dedicamos a hablar de mi futuro y lo que quería hacer de mi vida, de cómo lograr lo que quería y de hasta dónde podía llegar. A mi jefe de Procter, sobra decirlo, lo atesoro como uno de mis amigos más queridos.

Fue mucho más difícil explicarle al jefe de mi jefe las razones por las que me iba. No podía entender que alguien quisiera dejar todos los beneficios que una multinacional como Procter te daba (y miren que es especialmente generosa con sus empleados, eh!), cosa que no era difícil de comprender pues justamente lo que yo quería era dejar esa ‘comodidad’ y tratar de que las cosas sucedieran de otra manera.

Mi último día de trabajo era un lunes, por lo que la última semana me dediqué a darles instrucciones a los chalanes de los supermercados y ver que mis tiendas no se vinieran abajo mientras conseguían a un nuevo vendedor. El último viernes que estuve en Procter me desperté de buenas… tan de buenas amanecí que me largué a Acapulco a desintoxicarme de la vida corporativa.

Tuvieron que pasar más de 14 meses para que me animara a entrar a un supermercado de nuevo.

Written by Salvador Leal

septiembre 12th, 2005 at 2:50 pm

5 Responses to 'Procter & Gamble II'

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  1. queremos saber a que es lo que se dedican

    carlos mario

    17 Sep 07 at 2:22 pm

  2. Oye te deje un mensaje anteriro.. Mañana hago mi examen en Procter y al igua que tu he sido Locutor de Radio, no aqui en el D.F si no en Monterrey en Planeta 104.5 de Grupo Radio México (Radio Centro en el D:F.) durante casi 6 años.-.— se me hace chido tu blog y la forma en como aterrizas las cosas…

    Bueno un saludo y gusto encontrar gente tan parecida en este mar de paginas y blogs..

    saludos..

    Israel Herrera

    20 Nov 07 at 6:31 pm

  3. Hola Salvador.
    He leido tu blog para p&g y me pudo fascinar… no se si te llego mi mensaje anterior pk al momento de darle enviar me lo regreso. Espero me puedas ayudar con algunas dudas k tengo. Igual y te agarré de mi buzon de informacion pero en vdd me pudo encantar la forma en k explicas tu experiencia. Ojalá me puedas ayudar.
    Saludos. =)
    PD. escribi sin acentos a ver si me acepta mandarlo jaja…

    Javier

    12 Abr 10 at 4:46 pm

  4. Salvador eres mi ídolo, dejar esa empresa y un buen salario por ética hacia la sociedad en que vives, pocos son como tu.

    María

    30 Ago 11 at 11:58 pm

  5. Se me hizo chinita la piel
    me siento más confundida, pero me agrado mucho tu blog

    maria

    19 Nov 11 at 2:07 am

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