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La vida irreal de Salvador Leal

Cuca

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Desde la semana pasada andaba un poco ‘cansada’. Ya no le gustaba salir a sus sesiones de reconocimiento por mi escritorio ni se entusiasmaba cada vez que le daba de comer. Pensé que igual y era el frío, que ya se le quitaría y que pronto volvería a ser la misma tortuga curiosa y latosa de siempre.

Pero una mañana amaneció con los ojos hinchadísimos. Pero no como si se hubiera ido de antro o si la hubieran golpeado. No, no. Más bien era como si sus ojos hubieran decidido hibernar generando un capullo para que, en la primavera, en lugar de ojos tuviera mariposas. Raro, vaya.
Ayer me la llevé a mi casa (los enfermos no vienen a la oficina, pensé) y de inmediato le llamé a mi veterinario de cabecera (nunca he tenido animales, pero siempre es muy útil tener a un veterinario cerca… es casi tan indispensable como tener a tu Boy Scout de cabecera, pero bueh, esa ya es otra historia).
El veterinario me preguntó las condiciones en las que vivía Cuca y le conté. Me dijo que no, que tenía que ponerle un calentador pues el agua tenía que estar a una temperatura constante de 26°C; que fuera a comprarle a la farmacia (a la farmacia!?) unas gotas de cloramfenicol para ponerle en cada ojito tres veces al día, luego hacerle tecito de manzanilla y con eso enjuagarle los ojos (y yo anotando las instrucciones, damn!) para terminar con una buena dosis de vitamina A en los ojos y tomado también.

Pues ahí tienen a Salvador, cual papá preocupado, saliendo a comprarle a Cuca todo el arsenal de medicinas y aditamentos. Y sé que soy un mal padre. Lo sé. Lo supe desde el momento en el que entré al acuario cerca de mi casa, vi el precio del calentador ($36.00) y pensé que comprar otra tortuga sería más barato que comprarle tan siquiera el calentador… ya no dijeran las medicinas. Soy un desgraciado, lo sé, lo sé.

Pero bueh, el caso es que no compré otra tortuga, compré el calentador, la cloramfenilquiensabequé, gotero esterilizado, vitamina A y una paleta Mega de Cookies n’ Cream (pus qué quieren, con tanta preocupación no se me vaya a bajar el azúcar!).
Además le compré una lámpara como la que utilizan para calentar carnitas para que le diera calorcito a Cuca («no importa que no duerma ahorita», dijo el veterinario). Así que la siguiente imagen es de Salvador aplicándole el tratamiento a los ojos de Cuca y no pudiendo dormir por la luz y -sobre todo- el calor emitido por la lámpara de carnitas.

Fue una noche difícil. Acabo de hablar a mi casa para saber cómo sigue la pequeña Cuca. Parece que ya comienza a abrir los ojitos. Carajo! ¿Quién me manda tener una tortuga?
Lo que más coraje me da es que, cuando ella vivía en mi casa y nadie la pelaba, la tortuga vivía tan campante! Es más, se alimentaba cada vez que alguien se acordaba de ella, cosa que no era muy seguido.
Pero ahora que yo veo por ella y que en mi oficina la conocen y la consienten… ahora sí, ¿no? ahora sí soy una pequeña y delicada tortuga que vive en un ecosistema adverso y que de buenas a primeras, se enferma porque el agüita no está a la temperatura que debiera estar.

Moraleja: No acostumbres al resto de los seres al cariño. Mientras nadie los quiere pueden pasar por la vida sin mayores problemas, pero en cuanto se sienten queridos, comienzan a ser vulnerables. DAMN!!

Porque lo peor, lo peor, lo peor… es que sí extraño a la condenada!

*sigh*

Written by Salvador Leal

marzo 8th, 2005 at 1:48 pm

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