SalvadorLeal.com

La vida irreal de Salvador Leal

Salvador… responde!

without comments

Procedo a responder las preguntas que publiqué hace casi una semana en mi muy personal versión de ‘Las Cinco del Viernes’:

1. ¿Qué libro que leiste hace diez años te sigue gustando?
‘Un Hilito de Sangre’ de Eusebio Ruvalcaba. Es algo así como ‘The Catcher in the Rye’ pero tremendamente mexicano. Desgraciadamente, si lo lees por primera vez después de haber cumplido veinte años, no le encuentras ni tantito chiste.

2. ¿Qué libro, que leiste a lo largo de estos diez años, no volverías a leer?
Puuuuuuuuuufff, casi todos los que me dejaron leer a fuerza en la Secundaria y Prepa: El Conde Nicanor, La Celestina, Doña Perfecta, Trafalgar y un laaaaaargo etcétera.

3. ¿Qué libro te regalarías a tu Yo de hace diez años?
‘Las Buenas Conciencias’, de Carlos Fuentes. Y los de Harry Potter, para fomentar aún más mi ñoñez de aquellos años.

4. ¿Con qué personaje de qué libro te has llegado a identificar?
Me encantaría decir que con James Bond de alguna de las novelas escritas por Ian Fleming, pero no. Probablemente tendría que decir Tyler, del libro ‘Shampoo Planet’ de Douglas Coupland.

5. Si sólo me pudieras recomendar el pasaje de un libro, ¿cuál sería?
Te recomiendo el siguiente pasaje de una de mis lecturas favoritas. Escrito por Ayn Rand, ‘El Manantial’ es una de sus obras que sembraron las bases ideológicas del capitalismo y el individualismo. Y aquí tienen la primera de las 732 páginas del libro:

Howard Roark se echó a reír.
Estaba desnudo, al borde de un risco. Abajo, a mucha distancia, yacía el lago. Las rocas se elevaban hacia el cielo sobre las aguas inmóviles, como una explosión de granito que se hubiese helado en su ascensión. El agua parecía inmutable; la piedra, en movimiento. Pero la piedra tenía la detención que se produce en ese breve momen­to de la lucha en que los antagonistas se encuentran y los impulsos se detienen en una pausa más dinámica que el movimiento. La piedra relucía bañada por los rayos del sol. El lago era solamente un delgado anillo de acero que cortaba las rocas por la mitad. Las rocas conti­nuaban, inalterables, en la profundidad. Comenzaban y terminaban en el cielo. De manera que el mundo parecía suspendido en el espacio, semejando una isla que flotara en la nada, anclada a los pies del hombre que estaba sobre el risco.

Su cuerpo se recortaba contra el cielo. Era un cuerpo de líneas y ángulos largos y rectos, pues cada curva se quebraba en planos. Estaba de pie, rígido, con las manos colgándole a los costados y las palmas vueltas hacia fuera. Tenía ,la sensación de que sus omópla­tos estaban estrechamente juntos, sentía la curva de su cuello y per­cibía el peso de la sangre en las manos. Sentía el viento atrás, en el hueco de la espina dorsal. El viento agitaba sus cabellos contra el cielo. Su cabello no era rubio ni rojo; tenía el color exacto de las naranjas maduras.

Reía de las cosas que le habían ocurrido aquella mañana y de las que después tenía que afrontar. Sabía que los días venideros serían difíciles, que tendría que enfrentarse con varios problemas y preparar un plan de acción. Pero también sabía que no necesitaría pensar, por­que todo estaba ya suficientemente claro para él, porque hacía tiem­po que había dispuesto el plan y porque necesitaba reírse.

Trató de pensar en ello. Pero lo olvidó. Estaba contemplando el granito. Cuando sus ojos se detenían atentamente en el mundo que lo circundaba, no reía. Su rostro era como una ley de la naturaleza, algo imposible de discutir, alterar o conmover. Tenía pómulos pro­nunciados que se levantaban sobre las mejillas, hundidas y descar­nadas; ojos grises, fríos y fijos; boca despectiva, firmemente cerrada, boca de santo o de verdugo.
Miró el granito. «Hay que cortarIo -se dijo– y transformarIo en paredes.» Miró un árbol: «Hay que partirIo y transformarIo en ca­brias». Contempló una estría de herrumbre de la piedra y pensó en las vetas de hierro que existían debajo del suelo. «Hay que fundirlo en vigas -se dijo–; en vigas que se levanten hasta el cielo.»
«Estas rocas están aquí para que yo haga uso de ellas -prosiguió diciéndose-. Están esperando el barreno, la dinamita, y que mi voz dé la orden; están esperando que las arranquen, que las corten, que las machaquen, que las rehagan; están esperando la forma que les darán mis manos.»
Después meneó la cabeza porque recordó lo sucedido por la ma­ñana y pensó en las numerosas cosas que tenía que hacer. Avanzó hacia la orilla, levantó los brazos y se zambulló en el cielo que yacía abajo.

Written by Salvador Leal

agosto 18th, 2004 at 12:43 pm

Leave a Reply