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La vida irreal de Salvador Leal

The Jazzy Bunch’s Big Musical Adventure II

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En el capítulo anterior, nuestros alegres protagonistas habían recorrido la parte ‘cultural’ de Montreal visitando museos, jardines botánicos y áreas de sano esparcimiento. Sin embargo, nuestros amigos no viajaron tantos kilómetros para sólo ir a ver pinturas, esculturas y plantitas… no!!

Cuando uno viaja a cualquier lugar, sea Montreal, Nueva Zelanda o Ciudad Satélite, uno tiene dos opciones. Puedes ser un Turista® y pasarla con tu cámara colgada al cuello, lentes oscuros, visitando los lugares más característicos del sitio (el Jardín Botánico, los escenarios donde filmaron «El Señor de los Anillos» o el Circuito Periodistas, si seguimos con nuestro anterior ejemplo de ciudades a visitar) y quedándose con sólo una de las muchas facetas que una ciudad puede tener.
Pero hay otra opción… uno puede ser un Traveler®, es decir, un Viajero. El viajero disfruta los lugares clásicos pero busca espacios que le permitan conocer más de las personas y de su forma de vida; trata de llevar una vida ‘normal’ dentro de una ciudad extraña.
Siguiendo esta lógica, el Jazzy Bunch ya había cumplido su cuota de turisteo y era momento de ponerse el traje de Viajero para tener la experiencia completa. Dicho esto, esa noche nos dirigimos a un antro en donde, nos dijeron, el ambiente era el más *auténtico*: el Cheers.

En esta ocasión, el contingente que se disponía a celebrar estaba conformado por los ya conocidos cuatro Jinetes de Apocalipsis Joe, Peter, Rodrigo y Yo Mero™. A este grupo se le habían agregado tres personajes que no había tenido tiempo de reseñar pero que aprovecho este momento de la historia para presentárselos.

– Laura, nuestra anfitriona. Para todos aquellos que se preguntaban por qué habíamos llegado a un loft en Montreal, sepan que ella es la feliz arrendataria de tan agradable lugar con tan cómodo piso. Laura, en un arranque de locura y por razones que preferí nunca preguntar, accedió a recibir en su hogar a cuatro trogloditas mexicanos que diariamente dejaban su departamento en calidad de zona de desastre. Por su paciencia y aguante para con nosotros, estoy seguro que el nombre de Lau ya se encuentra en la selecta lista de los seres humanos que podrán entrar a disfrutar del Cielo. (P.S. Gracias Lau!!)

– Sebastián es, cual canción de Sting, un colombiano que ronda por las calles de Montreal. Trabaja en la organización de un mega-hiper-super congreso que tendrá lugar en octubre… pero que como mis amigos mexicanos que trabajan en la organización de eventos saben perfectamente, uno no comienza a trabajar-trabajar sino hasta que faltan dos o tres días para el congreso.

– Santiago. También colombiano, estudia Cine en la Universidad de la Concordia de Montreal. Afortunadamente, las vacaciones de la universidad le permitieron acompañarnos en esa y otras cuantas noches más.

Este grupo se dirigió a rockear en el Cheers, un bar en donde el hip-hop era prácticamente lo único que ponían. La verdad es que ninguno de los miembros de Jazzy Bunch es fan de ese movimieno musical, así que nos dedicamos a probar las distintas variedades de cerveza que vendían en el lugar. El experimento tuvo tanto éxito que a las dos horas parecíamos negros recién salidos del ghetto. Joe fue el único que desistió y decidió irse a dormir ‘temprano’ mientras el resto del grupo nos quedamos rapeando en un estilo que me gustaría decir era como Eminem pero que terminó más bien pareciéndose a Caló.

Alrededor de las tres de la mañana, el antro comenzó a apagarse un poco y nosotros decidimos irnos a nuestras respectivas casas. Pero mientras íbamos a la camioneta pasamos a un lado de un karaoke en donde estaba cantando una mujer canciones de Vaselina. Uuuuuuuy! A esas horas y con el nivel de prendidez que traíamos, no hay nada mejor que cantar ‘Rebelde’ (o ‘Greased Lightning’… pero la verdad es que esa canción es ‘Rebelde’ y quien la canta no es John Travolta sino Diego Shoening). El grupo acaparó el micrófono y fuimos la sensación del lugar, pues después de esa siguió ‘Summer Nights’, ‘La Bamba’, ‘Guantanamera’ (les tengo que postear el clip de Rodrigo cantando ‘Guantanamera’) y muchísimas más.

La primera señal de alerta debí haberla tenido yo al ver tantas canciones de musicales en la lista del karaoke. No he ido a muchos karaokes, pero la verdad es que nunca he tenido oportunidad de cantar los grandes éxitos de ‘La Novicia Rebelde’, ‘Anita la Huefanita’ y ‘Cats’ en un mismo lugar… pero bueh, no se me hizo tan extraño. A lo mejor a los habitantes de Montreal les gustan mucho los musicales y las canciones de Barbra Streisand y Liza Minelli (no hay nada como cantar ‘Don’t Rain on my Parade’ a todo pulmón sintiéndote el dueño del escenario).
La segunda señal de alerta debió haber sido detonada cuando fui al baño y no había los simbolitos universales de ‘hombre’ y ‘mujer’ en las puertas. «Qué raros son los canadienses», pensé.
La tercera señal de alarma surgió cuando vi la cara de Peter en cuanto bajé del baño. Sus ojos estaban viendo una revista que, alarmado, cerró de un golpe.

Nos habíamos dado cuenta demasiado tarde que el lugar era un karaoke gay bar.
De la manera más discreta posible (si es que hay una manera discreta de salir de un karaoke para gays después de haber cantado ‘Good Lovin’ con todo y coreografía) comenzamos a salir del lugar y, ahora sí, dirigirnos a nuestras casas sintiéndonos gaybaits.
Les dimos un aventón a Santiago y Sebastián y estábamos muertos cuando llegamos al departamento de Laura. Tocamos el timbre… y tocamos y volvimos a tocar. Y nadie nos habrió. Gritamos, pedimos posada, tratamos de forzar la cerradura, pero al final de cuentas Joe estaba en su sexto ciclo de REM y nosotros estabamos demasiado cansados para organizar una subida en rappel hasta el departamento.

Agotados, nos metimos otra vez en la camioneta, abatimos los asientos y nos dispusimos a «dormir». Para cuando despertamos, los vidrios de nuestro vehículo estaban más empañados que vochito en autocinema. Hagan de cuenta la escena de Titanic cuando Leonardo Di Caprio y Kate Winslet le ponen en un coche estacionado en las profundidades del trasatlántico.
El nene Joe se despertó fresco como lechuga y supongo que salía a buscarnos cuando se encontró con los desechos humanos del grupo que lo acompañaba la noche anterior.

«¿Qué? Vamos a Quebéc, ¿no?» dijo Joe con la mayor tranquilidad del mundo.
En ese momento lo último que quería era saber de otra cosa que no fuera mi «cama» (un espacio en el suelo acondicionado con cobijas y almohaditas cortesía de Aeroméxico). Al final, el espíritu aventurero triunfó y nos dirigimos, molidos y con sueño, a la ciudad de Quebéc.

Continuará…

Written by Salvador Leal

julio 14th, 2004 at 11:53 am

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