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La vida irreal de Salvador Leal

Futbol

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Los deportes, ya lo he dicho en esta página, no son mi delirio. Vaya, ni siquiera son mi hobbie. Apenas estoy aprendiendo a vivir con el deporte en mi vida y lo considero en mi lista de males necesarios junto con Carlos Salinas, Carmen Salinas y La Oreja. Así de mal me caen los deportes.

Pero el caso del futbol se cocina aparte. No me gusta ni jugarlo, ni le entiendo del todo (el fuera de lugar es uno de los grandes misterios de mi vida), ni los jugadores me caen bien. Pero me encanta todo lo que hay alrededor del fut: la tele, los amigos, las chelas, la botana, la polémica, la competencia y el desmadre.
Para mí, el futbol es el pretexto perfecto para ver a los amigos que hace tiempo que no veo o para estar con los cuates con los que religiosamente nos reunimos para ver ciertos eventos deportivos. Ya sea algún buen partido del Mundial o un simple América-Chivas es motivo de cuidadosa organización donde hay un variado menú que va desde la carne tártara hasta mis internacionalmente conocidas aceitunas empanizadas rellenas de queso roquefort. Todo en aras del entretenimiento.

Futbolísticamente hablando, únicamente he tenido dos grandes momentos de emoción. Momentos en donde realmente me he metido en el partido y podría haber saltado a la cancha de haber tenido la oportunidad; el resto del tiempo suelo estar bastante tranquilito.

Uno de esos momentos lo viví en la primavera de 1997.
En la gloriosa institución donde tuve a bien estudiar la preparatoria (el CUM), nos dividían en áreas académicas el último año. Estaba el Área I (físico-matemáticas), Área II (químico-biológicas), Área III (económico-administrativas) y Área IV (que básicamente era a donde se iban los que no querían estudiar nada). Háganse de cuenta las distintas casas de la escuela de Harry Potter.
Y al igual que sucede en el universo creado por J.K. Rowling, desde inicios del año, se fomentaba una competencia constante de los unos contra los otros. Los que generalmente tenían el monopolio de los éxitos (por razones de cantidad y calidad en sus alumnos) era el área I. Era el Gryffindor de la Colonia Del Valle. Por el otro lado estaban los que le seguían en número y en calidad pero que tenían cierto aire de maldad y corrupción… el área III. Si bien en el CUM se juntaban personas clasemedieras (nivel B+ y C), los realmente *fresas* (nivel A) que vestían ropa de marca, salían todos los fines de semana y tenían casa en Cuerna o Valle eran los de área III. A los demás nos venía dando igual todo eso, ya sea por razones de convicción o por razones económicas. Y sí, siguiendo el ejemplo potteresco, los de área III eran el equivalente a Slytherin.

El último año de la preparatoria llegaba a su recta final con el inicio de las Interáreas. Durante un par de meses, se jugaban distintos partidos de varias disciplinas deportivas entre las áreas del CUM y era el evento deportivo del año escolar. Previo a eso ya se había elegido el uniforme, el nombre y el logotipo que identificaría ese año a cada uno de los equipos. En 1997, nosotros éramos los Bulldozers. Los de Área III tenían el mamilísima nombre de los Stockers.

Las Interáreas de ese año han sido de las más competidas que se tenga memoria. Los de área I ya habíamos tenido la primera gran sorpresa del año cuando los Castores de área II, un puñado de locos que apenas tenían tiempo para sacar las materias con mayor carga académica de la escuela, lograron ser los ganadores en futbol americano. Con esas expectativas llegamos a los partidos de futbol. Los ñoños y demás personas que no jugábamos debido a que en nuestra vida habíamos tocado dos veces una pelota de fut, nos juntábamos en las tribunas para apoyar de la manera más salvaje y guarra posible a nuestros compañeros. Junto a nosotros se sentaban las mamás y novias de los jugadores y era de los pocos momentos en los que los losers que estaban echando porras podían echarle los perros a alguna de las invitadas al partido (recuerden que mi prepa era de puros hombres).

Todo este choro ha sido para describirles uno de los momentos más llenos de futbol que ha tenido mi vida. Imaginen la final. Área I contra Área III. Segundo tiempo. 5 minutos para que termine el partido. Marcador: Uno-Uno. Y los de Área III pueden meter gol en cualquier minutos pues están super motivados. Las gradas no pueden estar más encendidas. Literalmente. Área I ha sacado antorchas a las que el Prefecto está corriendo con desesperación para apagar. De repente, el gol.

Ninguno de los que estuvimos en ese partido podremos olvidar jamás a Lennarth, capitán del equipo de área I, corriendo por el lado izquierdo de la cancha después de haber recibido un pase de ‘el Moga’ Soreque (otra cosa que se me olvidaba: en mi escuela todos nos llamábamos por los apellidos… o por los apodos). Burla uno, burla a otro. Lennarth está frente al excelente portero del equipo contrario. Y tira.

El golpe de adrenalina es único. Hemos ganado.

¿Y por qué traigo a cuento este recuerdo? Porque el otro momento de gran emoción futbolera fue en 1991 cuando el gran ‘Tuca’ Ferreti metía un gol que hacía ganar la final a los Pumas de la UNAM contra las Águilas del América. Para mí, el Tuca y Lennarth están en el mismo pedestal deportivo. Sé que es una exageración, pero son las dos únicas personas que han logrado que grite ‘gol’ con la intensidad y la emoción de un comercial de Coca-Cola.

Ahora que mis Pumas están de regreso en una final, les mando desde este blog la mayor de las buenas vibras. El domingo, si consigo boletos, estaremos gritando y celebrando ese campeonato tan largamente esperado.

Written by Salvador Leal

junio 7th, 2004 at 11:11 am

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