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La vida irreal de Salvador Leal

Acapacapulco III

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Es impresionante nuestra capacidad (la de los mediajunkies) de crear telenovelas en un instante. Con un poco de acción fuera de lo ordinario, nuestra atrofiada mente televisiva comienza a armar un dramón que ya lo quisieran Ernesto Alonso o Valentín Pimpstein. Y lo peor es que, por mucha ficción que creemos en nuestra mente, la realidad siempre es aún más rebuscada y barroca.
¿A qué viene este comentario?

Estando en nuestro headquarters playero, el ‘Shark Squad’ se dedicaba a labores más bien propias de orangutanes que de seres humanos. Ni siquiera podíamos fingir que estuviéramos pensando. Pero de repente, una trifulca nos sacó de nuestro letargo; a lo lejos, un señor gordo golpeaba sin piedad a un chamaco de unos 18 años de edad. Pero cuando digo sin piedad, les pido que se imaginen golpes con saña, con deseo realmente de lastimar al chavito que ni siquiera ponía las manos para defenderse.
Diez minutos después de que el gordito dejara caer su furia sobre el chavo, una fulanita, no tan vieja como el gordito pero bastante más mayor que el chavito, se dejó venir sobre el wey que, para estas alturas, ya tenía el traje de baño a media nalga. El golpe con el que inició la madriza, se escuchó hasta la zona donde nos encontrábamos nosotros que, ya con papitas, disfrutábamos del sádico espectáculo.

La vieja, después de darle durante tres o cuatro minutos, cayó en la arena, llorando con desesperación. Y fue ahí cuando un tercer cuate que parecía hijo del gordito se abalanzó contra el chavo de 18 años y, sobre él, terminó de rematarlo.
Para no hacerles el cuento largo, la golpiza duró alrededor de cincuenta minutos con sus respectivas interrupciones; de repente venía el compadre del gordito a calmarlo, luego regresaba para detener al chavito y que así su compadre le pudiera dar más fuerte, después pasó un doctor para revisar el estado en el que se encontraba la víctima e irse inmediatamente después de que la víctima le soltara el único golpe que dio durante toda la pelea… y así.

En estos intermedios, el ‘Shark Squad’ se dedicaba a analizar, casi cuadro por cuadro cada uno de los momentos de la pelea y a teorizar acerca de la razón que tenía el gordito, la vieja y el hijo del gordito para acabar con el chavo de 18 años que, para ese momento, ya no tenía ni traje de baño, ni dignidad, ni nariz.
Largo-Joe era de la idea de que el chavito le había agarrado algo a alguien que no debía y que por eso se lo estaban surtiendo. Peter opinaba que era un ladrón que se había tratado de llevar la bolsa de la señora y que había sido agarrado infraganti. Yo creía que el chavo de 18 años era novio/esposo de la vieja que se lo acababa de surtir y que, en un arranque de honestidad o de alcoholismo, se le había salido alguna infidelidad mientras estaban comiendo.

Después de más de una hora de que el chavo estuviera tendido en la playa, el ‘Shark Squad’ terminó por perder interés y comenzó a dedicarse a otras labores (igual que si le hubiésemos cambiado de canal a la tele). Poco después se llevaron en hombros al wey masacrado mientras que la vieja seguía llorando histérica y el gordito se veía como si le hubiera faltado tiempo para continuar dándole. Se nos olvidó el incidente y seguimos con nuestro descanso.

Así pasaron las horas y los días hasta que llegó el momento de regresar al Distrito Federal. Para celebrar la llegada a buen fin de nuestro viaje decidimos irnos a cenar al que, a mi muy particular gusto, es el mejor restaurante de hamburguesas de todo el país: Mother Hubbard’s.
Mother Hubbard’s es un pequeño local al que, siempre que voy, está medio vacío. La primera vez que comí ahí fue gracias a la recomendación de un productor de eventos de música electrónica que parecía rey del narcotráfico (cfr. el post del 24 de marzo en este mismo blog); ahí caí con el equipo de WFM para comer hasta atascarnos y ahora, cada vez que siento que «muere la fe, huye la calma y sólo abrojos mi planta pisa» (cfr. Reir Llorando, de Juan de Dios Peza), el recuerdo de una buena hamburguesa de Mother Hubbard’s trae un rayo de esperanza (cfr. el Peje) al momento de dificultad.
En pocas palabras, las hamburguesas no tienen madre.

Cuando vayan a Acapulco y quieran cenar muy muy muy rico, visiten el Mother Hubbard’s (Horacio Nelson No. 8, local 1, atrás del Baby O’ muy cerca de la Comercial Mexicana), ahora que sí visitan Chicago o Dublín, pues también ahí podrán encontrar otras dos sucursales de tan sabroso restaurante.

En fin, el caso es que, mientras cenábamos y hacíamos un recuento de todo lo ocurrido durante nuestro viaje, la trifulca playera salió a la conversación. Y para ese momento, Largo-Joe había hecho su tarea: había averiguado qué era lo que había detonado la golpiza.
Resulta que yo no estaba tan equivocado. Sí era una comida familiar en donde el gordito era el papá y los otros tres, incluído el chavito de 18, eran sus hijos. Lo que había sucedido era que, animado por la buena vibra que había durante la comida, el wey decidió que era el lugar y momento precisos para anunciarle a sus familiares que era gay.

No cabe duda… nomás eso nos faltaba imaginar para tener la telenovela completa.

Para tener video (sí! vídeo tomado por el voyeurista Largo-Joe!) de la madriza playera, dar click aquí.

Written by Salvador Leal

abril 14th, 2004 at 3:53 pm

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