Archive for the ‘jarbart’ Category
Grupos de Facebook a los que me uniría si existieran o que crearía si tuviera suficiente tiempo libre:
– No le pongas cosas a mi pan!! – Grupo enfocado a quienes no les gusta que le pongan pasas, nueces o frutas a panques o panes de todo tipo. El grupo tiene como última finalidad la desaparición del Fruitcake navideño.
– No conozco una pizza mala – Grupo dedicado a los amantes de la pizza en todas sus variantes: a la leña, napolitana, artesanal o de fast food, caliente o fría.
– No le pongas fruta a mi ensalada!!! – Grupo ‘similar’ al primero pero enfocado a evitar que la gente le ponga cosas dulces a una ensalada, eso incluye, particularmente el uso de frutas. No a la unión de uvas, fresas y mandarinas con lechugas, jitomates y espinacas. Segregación a las frutas!!
Si uno cree que las conversaciones en Harvard son acerca de cómo cambiar al mundo… pues quizás tiene razón. Sólo que hay distintas maneras de cambiar al mundo…
Este meme (que es un trabajo en progreso) se lo paso a:
Semidios
Rasmin
U.N.I.C.O.
Agustín
Mau
Laundry III
Nunca nunca nunca NUNCA pensé que lavaría mi ropa con la de otro hombre. Muchísimo menos ropa interior. Pero bueno… aquí me tienen, son las dos de la mañana y estoy esperando a que termine el ciclo de secado.
La maestría es como irte a la guerra, crea lazos indestructibles… como los que unen a dos hombres que lavan su ropa interior juntos en una lavadora de quarters. *sigh*
Laundry II
Mi situacion con la lavadora es mas conflictiva que la que tienen Israel y Palestina.
Si un dia lo logro, podre regresar a Mexico diciendo… «Y lo mas importante que aprendi en Harvard, fue a lavar mi ropa»
Laundry
La gente no me lo cree. Así como cuando les digo que jamás he ido a Cuernavaca, que nunca he visto ninguna de las «Pesadillas en la Calle del Infierno», «Rambo» o «Duro de Matar». Así, tampoco me creen que nunca en mi vida haya lavado mi propia ropa. Y pues no, la verdad es que nunca lo he hecho. Y hoy que es sábado, que no hay curso y que TENGO que lavar mi ropa en las lavadoras del hotel, muero de estrés y me vienen a la mente miles de preguntas. ¿Puedo juntar la ropa de color con la blanca? ¿Y qué tal que la ropa de color trae (como el 90% de mis camisas) rayitas azules con rayitas blancas? ¿Esa cuenta como ropa de color blanco o azul? ¿El vaso está medio lleno o medio vacío? ¿De qué color son las cebras, blancas con rayas negras o negras con rayas blancas?
Ayer salimos a cenar langosta y luego ‘de antro’. Nos la pasamos bien. El hightlight de la noche fue cuando, después de dos horas de marejadas de vino tinto y vino blanco, cincuenta mexicanos fueron metidos al metro de Boston. Espero que alguien haya tomado video y lo suba a YouTube… me cae que sí lo posteo aquí. Nomás nos faltó cantar ‘En el cielo, una hermosa mañana…» de camino hacia el andén, porque ya en los vagones nos echamos ‘Cielito Lindo’, ‘Volveré’ y ‘El Rey’. Y nomás nos dio tiempo de esas porque eran tres estaciones, que si no nos aventamos medio cancionero Picot y terminamos con Juanga pa’l encore. Los bostonianos, desde luego, nos veían con una mezcla de miedo y terror. Yo canté poco pues estaba fascinado con el fenómeno sociológico del que estaba siendo testigo. Además, me da oso cantar en transportes públicos, así sea con una botella de chablis encima. Eso sí, cuando el último mexicano salió del vagón y estaban por cerrarse las puertas, me regresé rápidamente con los gringitos y cerre el show con un «Please, visit México».
Me cae que voy a cobrarle mi mención al Gobierno Federal y su iniciativa Vive México.
Rolita que está en el canal 1 de la tele del hotel y que viene muy ad-hoc para mi primer encuentro con la lavadora. La canta la señorona Dinah Washington y se llama ‘Relax, Max’
Llueve
En Boston ha llovido intermitentemente desde que llegué. A varios de mis compañeritos la verdad es que no les late nada esto; los mismos locales dicen que es raro que llueva así en esta época del año y que debería hacer más sol y calor.
La verdad es que a mí me gusta mucho más la experiencia con lluvia que sin ella. Hoy, después de clases, me separé del grupo para irme a perder por Cambridge. Puse a los Shins en mi iPod y simplemente me dejé llevar…
Lo mejor de Harvard
(post sin acentos ni enies, por aquello de los teclados gringos)
Cuando uno se sienta con el resto de las personas del curso, las preguntas comienzan. Que si en que trabajas, donde vives, que estudiaste. Lo mejor de estar aca es que cuando la gente me pregunta que edad tengo y le respondo con un «de cuantos me veo?», las respuestas varian entre los 23 y los 25.
Uno viaja cientos de kilometros y el resultado es que uno se vuelve mas joven.
Life is good!
Bloomsday – 16 de Junio de 2009
Este post pertenece a esta inciativa.
Estoy en el lugar que vio nacer a Facebook. Estoy en Harvard.
Eso es lo primero que me viene a la mente cuando me despierta la luz del sol. Son las seis de la mañana pero parecen las nueve. Maldito hemisferio norte.
Me levanto, me lavo los dientes, me pongo gel. Nunca salgo a ningún lugar sin gel en la cabeza. En una situación cercana al fin del mundo, incluso en una situación en donde no hubiera gobierno, ni electricidad, ni agua potable y nuestra realidad hubiera regresado a la Edad Media, el gel sería lo único que me haría sentir que aún soy parte de una civilización. Tomo mis shorts, mis tenis y bajo al tercer piso a correr. Media hora. Correría al lado del río pero desde hace tres días que no sale el sol y el frío está criminal. La cosa es sufrir, pero no tanto. Por lo menos, no con un shortcito y una playerita de manga corta.
Cada caminadora tiene una pantalla de televisión. Veo el final de un capítulo de ‘Married with Children’ y el principio de uno de ‘Salvados por la Campana’. Termino y parece como si me hubiera dado un chapuzón en la alberca. Subo al cuarto y me baño. Mi roomate se despierta mientras me seco y me visto. El camión pasa en cinco minutos para llevarnos al desayuno. Cambridge me encanta. Es un pueblito-universidad. Uno no sabe qué edificio tiene dormitorios, cuál tiene una biblioteca y cuál es la casa del profesor que ganará el premio Nobel el próximo año.
Desayuno gringo. Comida gringa. Cena gringa. Parece que nos están engordando como pavos de navidad. Como a Hansel, el de Gretel. Si al final de la semana me piden que me acerque a ver si ya está caliente un horno, me echo a correr. Una clase, un break, otra clase. El futuro de México se sueña en un salón de clases de Harvard. Las soluciones a los problemas de México se sueñan en inglés en un pueblito del este de Estados Unidos. Las propuestas que harán de México un mejor país son sacadas a tirabuzón, muy mayéuticamente, por un profesor que se llama Guy y al que rápidamente bautizamos entre nosotros como ‘Goyo’. Me caen bien los mexicanos.
Después de la comida, otra clase, otro brake, otra clase. Una tarea. Instrucciones para la tarea. Amenazas para la tarea. Estrés para la tarea. Afuera, hay un busto del presidente Kennedy esculpido por Salvador Dalí. La escultura está hecha, entre otras cosas, de clips. No sé si es una broma de Dalí o si sabía que la burocracia está hecha de clips.
Después de la cena caminamos por el campus. The Scoop es una tienda que aprovecha a quienes venimos a un extraño tipo de turismo académico: todo lo que podamos imaginar, con el logotipo de Harvard impreso. Y cuando digo todo, es TODO. T-O-D-O. Yo sólo quería una sudadera, nunca pensé que venir a Harvard fuera como venir a la Mecca. Sacarse la foto con John Harvard, sacarse la foto a la entrada, a la salida del campus, en el Memorial Hall. Parece que los árboles también la pasan difícil en este lugar… veo al menos tres árboles con tensores que los hacen crecer perfectamente derechos. Supongo que aquí nadie canta ‘El Gran Varón‘.
Tomo el elevador para salir del edificio de la escuela. El elevador tiene medios pisos. No es chiste. Está el 1, el 1.5, el 2, el 2.5 y así sucesivamente hasta el 5.5. Me hace pensar en Malcovich. Supongo que sólo en Harvard tienen medios pisos entre piso y piso.
En el cuarto, la laptop me mira desafiante. Necesito exprimirle 1,000 palabras para el jueves. No cualquier tipo de palabras. Deben ser las 1,00 palabras más especialmente dirigidas y perfectamente pensadas y articuladas. Son mil palabras que tienen que cambiar la forma de pensar de Secretario de Estado. Mil palabras para asesorar a un Presidente. Mil palabras para cambiar una política de mil años.
Y yo, más que mil palabras, quiero mil horas.
Cucaracha
Ya estamos en Nueva York. El viaje, una delicia.
Ja, sí como no…
Me da miedo pensar que los aviones hacen cada día más pequeños los espacios entre los asientos. Claro, me da más miedo aún pensar que soy yo el que se hace cada vez más y más grande; «Jabba the Hutt en el asiento 9F»
Mañana muy temprano salimos a Boston. Genial, nada como despertarse temprano TAMBIÉN un domingo por la mañana… N’ombre si estas vacaciones me están saliendo de antología…
Rosas en el avión
Son las ocho y cuarto de la mañana. Es justamente la hora en la que yo debería de estar llegando a mi vuelo. Con el nuevo horario, claro.
Comencé a leer y de inmediato me quedé dormido. El amigo con el que viajo, que también va al mismo curso, que también llegó a las cinco de la mañana esperando subirse a un avión que salía a las siete y que también trae el mismo tambache de lecturas que yo, sí se quedó despierto leyendo. Siento un poquito de culpa, pero afortunadamente sé que pasará pronto.
Me enchufé al iPod y listo. Ya hasta tengo un disco perfecto para echar el coyotito®. De hecho es un discazazazazazazazo. Se llama ‘Behind the Sun’ y es de Chicane; ya tiene como diez años pero se mantiene muy muy bien. De-li-cio-so. Y muy versátil disquito, eh.
Mientras dormía, justo frente a mí, se congregó un grupito de amigas como de 16-17 años. Todas están alrededor de una mesa atestada de cafés Starbucks, vienen de pants (blancos como de pijama) y traen la misma cara de dormidas que parece ser el toque personal del aeropuerto a estas horas. Lo curioso es que seguro viajan juntas (como cinco de ellas traen pompones rojos colgando de sus bolsas [!]) y están de viaje de generación o algo por el estilo. A pesar e que se les ve lo airheads a leguas, no puedo dejar de sentir cierta simpatía por ellas. Supongo que la juventud me cae bien.
Mi rola favorita del disco que utilicé para dormir en el aeropuerto se llama ‘Autumn Tactics’ y va más o menos así:
¿A poco no la adoran?
Acaba de pasar un señor con dos ramos de rosas. Traía su maleta y dos ramos de rosas. Me llamó mucho la atención. Tomando en cuenta que estamos en la sala de última espera, significa que las rosas son para alguien que va a ir a recibirlo al lugar a donde vaya. Es decir, el señor se va a meter a un avión, va a poner su maletita en los compartimentos de arriba de los asientos, se va sentar y cuidadosamente, va a poner los ramos de rosas sobre sus piernas durante todo el viaje hasta llegar a su destino. Las azafatas le pedirán que abroche su cinturón, si el viaje es largo le darán de comer… y las rosas continuarán ahí, esperando ser entregadas.
Me gustó imaginarme que el señor tiene a alguien que lo va a ir a recoger al aeropuerto y que, en lugar de que esa persona le tenga una sorpresa, sea el señor el que la sorprenda a ella. Porque, claro, seguro esas rosas son para una mujer.
¿Is anybody out there? ¿Estoy desvariando demasiado?
Jarbart
Son las cinco cuarenta de la mañana de un sábado y en algún lado del planeta debe ser ilegal estar despierto a esta hora en este día.
Estoy en el aeropuerto esperando un vuelo que originalmente salía a las 6.55am y que ahora saldrá hasta las 10.10am. Gracias, Aeroméxico!
Estimado Aeroméxico: Un día de estos, en alguna de tus reuniones de Consejo Directivo, te preguntarás cómo le hiciste para llegar a la quiebra, qué medidas tomaste para generar la crisis en la que se encuentra la empresa y porqué las personas ya no quieren volar contigo. Además de las líneas low-cost, querido Aeroméxico, puedes culpar a situaciones como la de hoy. Levantarme a las 4 de la mañana para llegar a un vuelo que decidiste cambiar hasta las diez, no sólo no tiene precio (Mastercard dixit), tampoco tiene madre.
Bueh, el caso es que estoy en el aeropuerto esperando un avión que no llegará sino hasta dentro de cinco horas. Teóricamente podría haberme regresado a casa y dormir un rato más pero ya estaba acá y los ciento treinta pesitos que me cobró el taxista para llegar hasta estos lares quizás no valgan una ida y una regresada. Mi descanso anímico y físico, y mi buen (o mal) humor dirán más al rato si tomé una buena o mala decisión.
Estoy en el aeropuerto porque voy a Nueva York. Y de ahí a Boston. Voy a un curso. Voy dos semanas. Me tomé vacaciones para tomar un curso. No sé si eso es extremadamente inteligente o extremadamente estúpido. A estas horas de la mañana no lo sé bien. Al rato que tenga al menos una hora de sueño más y sueñe con unas vacaciones en la playa, acariciado por la brisa del mar y disfrutando del sol, una piña colada en una mano y un buen libro en la otra, seguramente llegaré a la conclusión de que mi decisión fue extremadamente estúpida.
En fin, bienvenidos a mi pequeña aventura de verano. Esperen, se pone peor. Los maestros del curso mandaron lecturas que hay que leer antes de empezar el lunes. Y adivinen quién trae esas lecturas leyendo el sueño de los justos hasta abajo de su maleta. Adivinen quién está prefiriendo echarse una jeta a ponerse a leer.
El único problema es que mi super-yo no me va a dejar dormir tranquilamente en el avión molestándome constantemente con preguntas como «¿por qué no estás leyendo?».
Maldita sea. Las sillas del aeropuerto son muy incómodas. Seguro es para que no se duerma la gente… lo cual es muy tonto tomando en cuenta que la gente tarde o temprano se va a ir. No es como si llegaran a vivir al aeropuerto y buscaran un lugar cómodo dónde quedarse. ¿O qué, hacen incómodos los asientos para que la gente no se duerma y no pierda sus vuelos?
Misterio.