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La vida irreal de Salvador Leal

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Locutor

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En otras ocasiones he hablado del enorme respeto profesional que le tuve y la fuerte carga emocional que tuvo en mí Emilio Ebergenyi. Mis incursiones como locutor (llamar «carrera» a una verdadera vocación siento que es menospreciarla un poquito) no se explican sin la influencia de este señorón. Y desde hacía tiempo tenía ganas de reproducir este texto que Juan Villoro publicó en el periódico Reforma en noviembre del año pasado; me parece un homenaje con mucho sentimiento de alguien que tuvo la fortuna de tenerlo como amigo y que fue víctima de sus ocurrencias. Ahí les va. Disfrútenlo.

Acto de presencia
Por Juan Villoro

(27-Nov-2009)
Locutor que marcó una época en Radio Educación, Emilio Ebergenyi dividió su relación con la escritura en dos zonas: la diurna y la nocturna: «Escribo a cualquier hora del día, pero cuando lo hago de noche, me cubro con aires de grandeza pensando que soy un gran escritor, un poeta. Sólo para descubrir, al día siguiente, que soy una persona a la que le gusta escribir». Apasionado a ultranza, amaba desvelarse y amaba madrugar. Tomaba en serio la poesía y luego la trataba como algo prescindible.

De 1977 a 1981, lo vi escribir al reverso de los guiones de El lado oscuro de la luna. Durante las canciones, trazaba bosquejos y escribía poemas. Nunca tachaba sus dibujos (máscaras fabulosas, una iglesia bizantina convertida en mezquita, estilizadas guitarras eléctricas). En cambio, casi siempre tachaba sus poemas. Había algo más que pudor en ese gesto: la escritura como una forma efímera y sencilla del afecto.

Emilio nunca dudó de su vocación como locutor, pero su elocuencia dependía de su relación con otras artes. Sus incursiones en el teatro, la pintura y la poesía dieron consistencia a la voz que brindaba complicidad a la distancia. En Marrakesh, Elias Canetti se estremeció con los llamados que salían de los minaretes: «faros habitados por una voz». Eso fue Ebergenyi. En la marea del tráfico o las brumas que aún no eran combatidas por el alba, operaba como un vigía dotado de creencias. Un faro habitado por una voz.

Durante un tiempo Emilio viajó en tráilers. Fue una escuela imprescindible para su voz. En las cabinas que recorrían desiertos aprendió que el transporte es una operación narrativa. El aburrimiento sólo se mata hablando y hay que tomar en cuenta a quien escucha. «No es la voz sino el oído lo que guía la historia», escribe Calvino en Las ciudades invisibles.

El querido locutor de Panorama del jazz y De puntitas murió en 2005, a los 55 años. La editorial La Cabra y Radio Educación acaban de editar cuatro hermosos libros con sus textos, los puntos cardinales de Ebergenyi.

México de lejitos es un diario de viaje por Buenos Aires y Santiago de Chile, escrito en 1994. Emilio acompaña a su amigo de hierro, el músico Marcial Alejandro, cómplice de sus más alocadas tertulias radiofónicas. Durante la ruta se concentra en la conversación y los dones de lo diario, y se aparta de las cabinas de grabación. Un día no puede más y acompaña a Marcial a una entrevista. Encuentra las paredes sencillas, el micrófono esencial, los papeles en desorden sobre una mesa, los materiales pobres de los que surge la magia radiofónica. A propósito de esta experiencia comenta: «El potencial persuasivo de la voz no radica en el timbre o en la modulación. Se ubica en la claridad de la mirada, en la brisa que desprenden las manos en conversación callada». La voz como tacto y paisaje. Hay que ver lejos y hay que saber frotar las manos para hablar bien.

En Palabra de zurdo ofrece sus credenciales de poeta y en Actor reflexiona en verso sobre el oficio de desnudar sentimientos en escena. Su escritura tiene el tono de una confesión conversada; no busca abrumar ni desconcertar sino compartir. Ante las molestias de la vida, Emilio podía perder la paciencia y sulfurarse con ojos de minotauro, pero jamás se irritaba por escrito.

Compuesto en 2004, poco antes de morir, El abrazo de la locura es su libro más seguro y fiero. Muestra desencanto ante el micrófono y las banalidades que rodean el oficio de la radio, pero reafirma sus predilecciones. Ahí aborda el tema crepuscular de quien se va, pero lo hace con cálida entereza. Emilio fue, ante todo, un poeta que agradece.

Nunca quiso imponerse como autor. En El abrazo de la locura, comenta con ironía: «Una persona me envió como regalo un libro con su poesía y la recomendación de leerlo. En castigo le voy a mandar uno con la mía. Quién sabe, a lo mejor le damos cuerpo a un nuevo género: la poesía penitenciaria».

El locutor poeta sabía que si alguna vez se reunían sus textos, sería por voluntad ajena. En cambio, en «Lo que soy, seré», confirma su oficio inmodificable. Después de enlistar profesiones seductoras y repudiables, se define: «Volvería como locutor, de eso estoy seguro». Su capacidad para convencer era absoluta. Como Naphta, el personaje de Thomas Mann, «mientras hablaba siempre tenía razón».

Durante tres años nos dejamos de ver porque me fui a vivir a Alemania. Él no sabía que yo había vuelto y un día me vio caminando en una calle. Emilio iba a bordo de un camión atestado; se abrió paso hasta llegar al chofer y, según me contó después, exclamó: «¡Ahí está un cabrón que quiero un chingo!». En su voz, la frase era un mandamiento del afecto. El chofer se detuvo y aguardó a que me diera un abrazo mientras los pasajeros aplaudían, como si esperaran ese encuentro desde el inicio de la ruta. Las palabras de Emilio eran las de un proselitista que altera la realidad con lo que siente.

Sólo su voz hubiera vuelto tolerable la noticia de su partida.

Esa voz ha regresado por escrito.

P.D. Tengo que conseguir esos libros..

Written by Salvador Leal

febrero 17th, 2010 at 6:29 pm

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Decisiones

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Lo primero que te enseñan en tu clase de Economía (o de Introducción a la Microeconomía, o Eco I, o Palitos Económicos I) es que el ser humano tiene deseos ilimitados y recursos limitados. «Los recursos son escasos», nos dicen. Y esto, nos guste o no, nos obliga a tomar decisiones que muchas veces no son las más agradables. Una que se me ocurre como ejemplo es que si tú decides tener 20 hijos (o 10, o 5, o 2) y tus recursos no son muchos, tendrás que decidir cuál de tus hijos va a la universidad y cuál no; y aún suponiendo que tienes recursos económicos suficientes, el tiempo que les darás a cada uno de ellos no podrá ser mucho. De nuevo, tendrás que elegir cuál de tus hijos requiere más atención que los otros; cuál de todos ellos tendrá más de tu tiempo que los demás. Decisiones ojetes, vaya. No por nada a la Economía le llaman ‘the dismal science‘.

Pero dejemos el asunto de la escasez de recursos a un lado por un momento.

El domingo fui a ver, finalmente, Sherlock Holmes. Mi crítica será para otro momento y otro lugar, pero me generó muchísima curiosidad algo que sucedió antes de la función. Una chava de Cinépolis se dirigió a voz en cuello a toda la sala y dijo que si alguien quería donar dinero para ayudar a personas que no podrían ver, ella pasaría a recoger la cooperación de las personas interesadas (el programa se llama «Del Amor Nace la Vista«). Varias personas levantaron la mano, le dieron dinero a la chava y ésta a su vez, les dio las gracias y un flyer informativo. Todo esto mientras, casi de manera simultánea (era domingo), en miles de iglesias a lo largo y ancho del país, pasaban la charola de la limosna en misa. ¡Ah! y además mientras vivimos una crisis humanitaria en Haití que ha movido a que muchísimas personas aporten dinero, despensas, cobijas y demás para que les llegue a los afectados del terremoto de la semana pasada.

Ok. Muy bien. Hasta aquí, los hechos. Ahora la reflexión, en dos partes.

I. ¿A cuál de las tres cosas le debí dar dinero? ¿En cuál de las tres situaciones debí haberme involucrado? ¿Apoyando a personas que no conozco de un país que ni me va ni me viene pero obligado por algún tipo de lazo moral humanitario? ¿Apoyando a más que mexicanos puedan ver, y tener una de las herramientas fundamentales para la productividad? ¿O dándole dinero a una institución que no reporta de forma transparente las acciones en donde se gasta el dinero de las limosnas pero que tiene la confianza de millones de mexicanos que consideran loable seguir otorgándole parte de sus ingresos?

¿En dónde ayudar? ¿Por qué ayudar?

Retomemos la idea de que los recursos son escasos. Supongo que si yo tuviera muchísimo dinero, podría darme el lujo de ayudar a cuanta causa se me pusiera enfrente: niños con cáncer, damnificados haitianos, mexicanos ciegos, niños de la calle, computadoras en salones de clases, jóvenes sordos, niños con discapacidad mental, huérfanos… Haití necesita ayuda, por supuesto. Es un país que literalmente está en ruinas. ¿Pero nuestro país está mejor? Más de la mitad de la población es pobre. Miles de niños no van a la escuela y los que van tienen un rendimiento terrible ahí, ya sea por los maestros, por el sistema educativo o porque no tienen dinero para comerse un pan antes de entrar al salón de clases. Miles de profesionistas no pueden encontrar un trabajo. El chafísima Estado de Derecho permite las peores corruptelas y desigualdades. Nuestra situación también es trágica. ¿Quién está peor? ¿El que no tiene más que escombros (niño haitiano) o el que tiene algo pero que necesita un empujón para salir adelante (niño mexicano)? ¿A quién darle dinero? ¿En dónde poner nuestros esfuerzos/dinero/pensamientos, en Haití o en México? ¿Por qué?

Sí, sí. Entiendo que todos necesitamos salud, educación, amor de nuestros padres y una sociedad que nos procure. Sí. Pero en esta reflexión no estamos hablando de lo todos quisiéramos tener en el mundo. La discusión se basa en que tenemos poco (o mucho, pero limitado) dinero. No podemos darnos el lujo, como dije antes, de darle a todas las iniciativas altruistas que existen. No le puedo dar a los mexicanos Y a los haitianos. Así que he decidido darle a los mexicanos, a pesar de que los reflectores del mundo se encuentren ahorita en la isla caribeña.

Pero esta primera reflexión no termina aquí. Si de verdad quisiera hacer bien mi tarea, «los mexicanos» no es una buena respuesta a la pregunta de a quién darle dinero. Ni siquiera «los niños mexicanos» o «los niños pobres mexicanos» lo es. Aquí cabría un análisis profundo de en dónde mi dinero tendría más impacto positivo: ¿en los niños de primaria? ¿de secundaria? ¿o en los alumnos de posgrado? ¿debería apoyar un programa de becas para mexicanos en Harvard? ¿o un programa de becas en el ITAM? ¿niños sordos? ¿ciegos? ¿adultos mayores? Vaya, salgámonos de la categoría del capital humano y preguntémonos: ¿carreteras? ¿bibliotecas? ¿debería apoyar un programa de construcción de infraestructura?

No lo sé. Pero derivada de estas dudas es que viene la segunda parte de mi reflexión.

II. Una de las razones por las que no le doy a Haití es que no estoy seguro de que el dinero realmente llegue a las manos adecuadas. No sé si las despensas que estoy mandando están llegando a los damnificados por el terremoto o se están quedando en una bodega de Puerto Príncipe de donde las toman funcionarios del gobierno para usarlos como moneda de cambio. Y no, no me conformo con la filosofía de conductor de televisión que dice «lo importante es dar». No, no es cierto. Lo importante NO es dar. Lo importante es que lo que se dé, llegue.

Pero luego pensé, ¿y quién me garantiza que lo que dono a otras organizaciones realmente llegue a sus destinatarios? ¿qué institución altruista informa transparentemente no sólo los destinos de sus recursos sino también la eficiencia de los mismos? ¿qué tal que por cada peso que yo dono, el costo administrativo de la institución altruista se come 90 centavos y el resto se va para la verdaderamente a la causa por la que fue recaudado? ¡Ya ni el SAT!

Entonces se me ocurrió que sería bueno crear un indicador de mejores prácticas dentro de las instituciones de beneficencia. ¿A poco no estaría bien? Un sistema de calificación que permitiera que los que donamos supiéramos qué tan bien hacen su chamba dentro y fuera de la institución. La eficiencia y transparencia de los recursos sería fundamental para la calificación (y aquí la Iglesia católica reprobaría estrepitosamente… por qué, ¿cuándo fue la última vez que a ustedes les dijeron qué porcentaje de su limosna paga los autobuses de algún cura en la sierra de Oaxaca y qué parte le toca al club de golf de Onésimo Cepeda?), pero creo que el indicador ideal sería aquél que además nos dijera que el impacto de esa agrupación es significativo para el país. Una calificación que me pudiera ayudar a elegir entre darle dinero a una causa o a otra, que me permitiera saber si ayudo a construir bibliotecas o si mejor se lo doy a un niño con deficiencia mental.

Suena rudo. Pero recordemos que los recursos son limitados.
… de hecho, más que rudo, no deja de ser absolutamente ojete.

Written by Salvador Leal

enero 19th, 2010 at 4:08 pm

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Adentro

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Últimamente me ha dado por compartir mis lecturas virtuales en Google Reader. El GReader, contrario al blog, se actualiza prácticamente todos los días (algunas veces varias veces al día) porque todo el tiempo estoy leyendo algo en la computadora.

Me gusta compartir lo que leo con mis amigos y mi familia, así que no me basta con ponerle esa etiqueta de ‘shared’ que marca el GReader, sino que también se los mando por mail y muchas veces lo termino posteando en Facebook. Creo que sin quererlo en un inicio, pero ahora bastante conscientemente, quiero decirle al mundo que me rodea «soy lo que leo… y esto es lo que soy, hoy».

Supongo que por eso me he vuelto más fanático del GReader que del Twitter (también disponible aquí, cómo de que no). Porque creo que darle a tus contactos las lecturas que estás haciendo (o las imágenes y videos que estás viendo) es como dejar pequeñas migajas de pan, pistas de lo que estoy pensando durante estos momentos. Algunos días es tipografía y arte, otros es política o literatura. Es mucho menos directo que decir EXACTAMENTE lo que estás haciendo o pensando en ese momento, y por eso creo que también es más elegante

No me he puesto a hacer una clasificación de los temas que me gustan/inquietan/llaman la atención, pero supongo que apenas son un puñado que se repite por ciclos. GReader me ha dado la oportunidad de, en mi imaginación, ser algo que siempre quise ser: editor de un periódico. No tiene nombre ni planilla de escritores fija, no tiene instalaciones ni sala de redacción… sin embargo tiene el corazón de un periódico: información. Ir por la vida preguntándole a la gente si ha leído mi GReader se me hace tan pretencioso como preguntarles si ya leyeron mi blog, mi twitter o mi status de Facebook, pero creo sentir la misma satisfacción que tiene un editor de periódico al estar en una conversación con amigos que hablan de algo que puse en el GReader unos días antes. En pocas palabras, vivo su misma fantasía: la información que es relevante para mí, lo es para otras personas.

Tengo la percepción de que pocas personas usan el GReader porque tengo pocos contactos ahí. No sé si estoy equivocado o sea el seguimiento del argumento de que ya nadie lee y por lo tanto ya nadie comparte lo que lee. Estoy convencido de que saber qué es lo que lee/ve/escuchan otras personas (particularmente personas que nos parecen relevantes) es indispensable. ¿Qué lee nuestro Presidente? ¿Qué películas le gustan a nuestros legisladores? ¿Qué artistas son la fascinación de nuestros ministros de la corte? ¿Qué concierto no se pierden nuestros secretarios de estado? ¿Cuáles son los sitios de internet que no pueden dejar de visitar los que ya se encuentran en la adelantadísima carrera presidencial?

A mí me gustaría saberlo. Así como me gusta saber lo que leen mis contactos del GReader. Así como me gustaría saber qué leen los que leen SL.com.

Written by Salvador Leal

enero 14th, 2010 at 2:32 pm

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Quickie

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Post rápido.
Leyendo una entrada de Wikipedia, me encontré con las reglas para historias cortas de Kurt Vonnegut. Aquí las dejo para futura referencia:

1. Use the time of a total stranger in such a way that he or she will not feel the time was wasted.

2. Give the reader at least one character he or she can root for.

3. Every character should want something, even if it is only a glass of water.

4. Every sentence must do one of two things—reveal character or advance the action.

5. Start as close to the end as possible.

6. Be a Sadist. No matter how sweet and innocent your leading characters, make awful things happen to them—in order that the reader may see what they are made of.

7. Write to please just one person. If you open a window and make love to the world, so to speak, your story will get pneumonia.

8. Give your readers as much information as possible as soon as possible. To hell with suspense. Readers should have such complete understanding of what is going on, where and why, that they could finish the story themselves, should cockroaches eat the last few pages.

Link.

¡Ah, sí! Y feliz 2010…

Written by Salvador Leal

diciembre 30th, 2009 at 9:43 pm

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Mix

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En las épocas de WFM recuerdo que se hicieron una serie de promos utilizando utensilios de todos los días: refrigeradores, cucharas, cacerolas. No recuerdo el copy del promo pero creo recordar con que la música electrónica de la estación (en forma de mix) estaba (o podía estar) en todos lados.

Hoy me encontré este video que, aparte de estar alucinadísimo, me hizo recordar esos promos.

Looping Around The House from Si on Vimeo.

Written by Salvador Leal

diciembre 16th, 2009 at 8:40 pm

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Comin’ back

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¡Y que regreso al blog!
Perdón, perdón. Siento mucho haberme ausentado pero Twitter (y el trabajo, y la maestría, ajem) han ido consumido cada vez más el tiempo que le dedicaba a mi juguete virtual. Además, más que escritor de un blog, poco a poco me he vuelto más bien un lector profesional de blogs y contenidos web; con el Google Reader y Facebook puedo compartir lo que leo que, finalmente, dice muchísimo de lo que traigo en la cabeza. Claro, faltaría un post para amarrarlo, pero o leo, o escribo, o trabajo.

Resulta que en un poquito más de un mes, mi blog cumplirá seis años. Un sexenio nomás. Supongo que habrá que hacer campaña para ver si me reeligen por otro periodo, je. En el transcurso de los próximos días trataré de ponerme al corriente en mis posts atrasados. Tengo en los drafts un par de anécdotas que sé que serán del gusto del respetable y que nomás encuentre unos minutos para redactarlas, estarán arriba. Mientras, recurriré a la lista de «cosas que tengo que postear algún día» para contarles lo que me ha llamado la atención en estos meses de ausencia.

1. Seguro que ustedes están familiarizados con los husos horarios, esta serie de gajos en los que está dividido el planeta y que permite saber cuántas horas de diferencia hay entre un país (o una ciudad) y otro. Por ejemplo, si ustedes están en México y quieren saber qué hora es en Londres, uno le suma seis o siete horas, dependiendo de la época del año. Para NY son una o dos, etcétera.
Sin embargo, buscando la diferencia de horarios con Venezuela me enteré que uno tiene que sumar una hora y media a la hora de México. Es decir que Venezuela dijo «para qué usar husos horarios completos si podemos usar también medios husos horarios». Raro, pensé. Pero resulta que no sólo Venezuela tiene esta fea costumbre de agregarle o quitarle medias horas al horario del resto del mundo, la lista de lugares del mundo en donde hacen algo similar son:

1. Hawai, -9:30 horas con respecto al meridiano de Greenwich
2. Canadá (Hora del Este), -3:30
3. Venezuela, -4:30
4. Irán, 3:30
5. Afganistán, 4:30
6. India, 5:30
7. Sri Lanka, 5:30
8. Nepal, 5:45
9. Myanmar, 6:30
10. Australia (hora central), 9:30
11. Nueva Zelanda, 12:45

Y como pueden ver, no sólo usan medias horas. A Nueva Zelanda se le ocurrió usar husos horarios de cuarenta y cinco minutos!! Alguien en el Observatorio de Greenwich debe estar estresadísimo con eso…

2. Junto con viejos amigos de batalla, escribimos el piloto de una serie cómica de televisión. La idea tiene muuuucho potencial ahora nomás falta encontrar una productora que quiera hacer el piloto y una televisora que quiera comprar la serie. Nomás. La verdad es que escribir comedia es de las cosas más complicadas pero también de las más divertidas que hago. Para el piloto tuvimos más de seis tratamientos prácticamente distintos el uno del otro y no fue sino hasta el séptimo que más o menos estuvimos de acuerdo todos en todo. El único problema que tenemos es que es demasiado largo; una serie cómica de televisión dura 22 minutos, lo que significa un guión de 18 páginas. En nuestro último conteo, el guión era de 47 páginas.

3. Descubrí que lo mío, lo mío, lo mío, es aprender. Así de ñoño y así de directo. Aprender. Cualquier actividad que me permita aprender algo es una actividad que quiere estar en mi lista de cosas por hacer. He comezando, por ejemplo, a aprender de tipografía. Ahora sé que las letras tienen ojos, colitas, hombros, piernas, espinas y brazos. Y si no fuera tan mal dibujante, estaría a tres de comenzar a fabricar mis propias tipografías. Mientras tanto, he comenzado a acumular odio diario contra la Times New Roman. Estoy a nada de formar un grupo de Facebook en contra de esa tipografía fea.

4. Y hablando de Facebook, me saca mucho de onda que gente que yo conocía en la primaria/secundaria/prepa/universidad, esté en FB. Lo que me freakea es ver que X y Y sean amigos en Facebook mientras que en la vida de la primaria/secundaria/prepa/universidad no se toleraban (en el mejor de los casos) o terminaron a golpes (en el peor). No logro hacerme de una imagen mental de mis compañeritos de escuela ahora crecidos, con trabajos, esposas e hijos. Cualquiera que los hubiera visto en alguna comida de la prepa no hubiera dado un quinto por ellos y ahora son respetables (o «respetables») jefes de familia. Facebook y su capacidad de unir personas que no tienen absolutamente nada en común más que un perfil en línea y un ligero saludo por el pasillo de una escuela en 1996, merece un largo ensayo que algún día haré.

5. Otro ensayo que tengo muy pendiente es sobre Ayn Rand y por qué los mexicanos deberíamos leerla más. El escrito sería un primer paso, pero también ha cruzado por mi mente la posibilidad de una fundación que se dedique a a) comprar y regalar a escuelas los libros de Rand y b) a darle cursos a maestros para que puedan guiar a sus alumnos en la lectura de los libros. Creo fervientemente que a este país le hace falta leerla para así irnos quitando ideas anquilosadas del imaginario nacional.

6. Este ha sido el año en el que cumplí treinta años y estoy a cuatro meses de cumplir 31. Debo aceptar que me ha gustado esto de tener 30; claro, no dejo de tener muy presente que es justo en esta época de la vida en la que uno, como dijera un personaje Héctor Aguilar Camín en ‘La Guerra de Galio’, «pasa de ser una joven promesa a un pobre pendejo».

Para quienes se estresan -como yo- pensando que a sus treinta años no han revolucionado la forma en la que se mueve el mundo, les dejo este link de las personas que tuvieron éxito después de los treinta años. Siempre es mejor recordar que Han Solo (bueno, Harrison Ford) tenía 34 y no que Mozart triunfó a los 4 años.

7. Leí en el blog de Andrés Lajous, una descripción perfecta de este blog (y todos los demás, para tal caso): Tras un rato de leerlos me pregunto otra pregunta zizekiana ¿que no lo blogs sirven para reflejar las mentiras que nos contamos a nosotros mismos sobre nosotros mismos? (link, acá)

8. Finalmente, y no más porque los quiero harto porque no han dejado de visitar este blog, les dejo un cover BOENÍSIMO. Púchenle al play.

Clip de audio: Es necesario tener Adobe Flash Player (versión 9 o superior) para reproducir este clip de audio. Descargue la versión más reciente aquí. También necesita tener activado Javascript en su navegador.

Written by Salvador Leal

noviembre 19th, 2009 at 1:37 pm

Old School

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Debo confesar que ver ese logotipo de nuevo me trajo viejos recuerdos…

Written by Salvador Leal

octubre 14th, 2009 at 12:55 pm

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Me Acuerdo

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Para entender este post, hay que leer este post de Mariana H.

Me acuerdo de dormir muy alterado las noches antes de ir a Reino Aventura.

Me acuerdo de mi mamá corriendo tras un camión de bomberos un 5 de enero.

Me acuerdo del olor al cigarro de la alfombra de la oficina de mi papá. A la fecha, el olor a cigarro viejo me sigue gustando.

Me acuerdo de que, cuando los artículos del supermercado no tenían el precio, había que regresarse a buscar uno que sí lo tuviera.

Me acuerdo de las dos primeras veces que vi un rayo láser. La primera fue en un súper, la segunda fue en un reproductor de CDs. Las dos fueron en Toronto, Canadá.

Me acuerdo de cuando me gustaba el huevo con jamón y salsa catsup.

Me acuerdo de jugar canicas en calles empedradas de Michoacán.

Me acuerdo de fantasear con subirme a un avión con una botella de talco para soltarlo mientras volaba. Me acuerdo de pensar que con eso, la gente creería que estaba nevando.

Me acuerdo de pasar a la Baguette de Insurgentes, frente a Plaza Inn, todos los domingos después de acompañar a mi papá a correr al canal de Cuemanco. Yo llevaba mi bici.

Me acuerdo de comer sandwiches de mayonesa en casa de mis abuelos.

Me acuerdo de hacer márgenes de color rojo el primer día de clases. Me acuerdo de cómo lo odiaba.

Me acuerdo de dormirme más tarde viendo el especial de David Copperfield en canal 5. Me acuerdo de la sensación tan avasalladora al ver la magia. Afortunadamente, eso aún no se me quita.

Me acuerdo de cuando Cablevisión tenía 14 canales. Y su logotipo era en forma de corazón.

Me acuerdo de cuando lo más complicado de mi vida era una maqueta de plastilina.

Me acuerdo de cuando mi mayor hit era aprender a manejar.

P.D. Las bases para el concurso «Me Acuerdo» están aquí. Y no, yo no pienso participar.

Written by Salvador Leal

octubre 1st, 2009 at 6:15 pm

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Gorjeo

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Pues sí, pa’ que negarlo… ahora también estoy en Twitter. Y eso ha hecho que descuide este lugar. Damn! Perdón, blogcito, te juro que en cuanto me aburra de twittear -o encuentre un nuevo distractor- regresaré para acá.

Mientras, soy @salvadorleal

Written by Salvador Leal

septiembre 18th, 2009 at 2:31 pm

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Dismal

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No hay más que decir.

Written by Salvador Leal

septiembre 2nd, 2009 at 2:40 pm

Posted in economía,itam