Archive for enero, 2010
Decisiones
Lo primero que te enseñan en tu clase de Economía (o de Introducción a la Microeconomía, o Eco I, o Palitos Económicos I) es que el ser humano tiene deseos ilimitados y recursos limitados. «Los recursos son escasos», nos dicen. Y esto, nos guste o no, nos obliga a tomar decisiones que muchas veces no son las más agradables. Una que se me ocurre como ejemplo es que si tú decides tener 20 hijos (o 10, o 5, o 2) y tus recursos no son muchos, tendrás que decidir cuál de tus hijos va a la universidad y cuál no; y aún suponiendo que tienes recursos económicos suficientes, el tiempo que les darás a cada uno de ellos no podrá ser mucho. De nuevo, tendrás que elegir cuál de tus hijos requiere más atención que los otros; cuál de todos ellos tendrá más de tu tiempo que los demás. Decisiones ojetes, vaya. No por nada a la Economía le llaman ‘the dismal science‘.
Pero dejemos el asunto de la escasez de recursos a un lado por un momento.
El domingo fui a ver, finalmente, Sherlock Holmes. Mi crítica será para otro momento y otro lugar, pero me generó muchísima curiosidad algo que sucedió antes de la función. Una chava de Cinépolis se dirigió a voz en cuello a toda la sala y dijo que si alguien quería donar dinero para ayudar a personas que no podrían ver, ella pasaría a recoger la cooperación de las personas interesadas (el programa se llama «Del Amor Nace la Vista«). Varias personas levantaron la mano, le dieron dinero a la chava y ésta a su vez, les dio las gracias y un flyer informativo. Todo esto mientras, casi de manera simultánea (era domingo), en miles de iglesias a lo largo y ancho del país, pasaban la charola de la limosna en misa. ¡Ah! y además mientras vivimos una crisis humanitaria en Haití que ha movido a que muchísimas personas aporten dinero, despensas, cobijas y demás para que les llegue a los afectados del terremoto de la semana pasada.
Ok. Muy bien. Hasta aquí, los hechos. Ahora la reflexión, en dos partes.
I. ¿A cuál de las tres cosas le debí dar dinero? ¿En cuál de las tres situaciones debí haberme involucrado? ¿Apoyando a personas que no conozco de un país que ni me va ni me viene pero obligado por algún tipo de lazo moral humanitario? ¿Apoyando a más que mexicanos puedan ver, y tener una de las herramientas fundamentales para la productividad? ¿O dándole dinero a una institución que no reporta de forma transparente las acciones en donde se gasta el dinero de las limosnas pero que tiene la confianza de millones de mexicanos que consideran loable seguir otorgándole parte de sus ingresos?
¿En dónde ayudar? ¿Por qué ayudar?
Retomemos la idea de que los recursos son escasos. Supongo que si yo tuviera muchísimo dinero, podría darme el lujo de ayudar a cuanta causa se me pusiera enfrente: niños con cáncer, damnificados haitianos, mexicanos ciegos, niños de la calle, computadoras en salones de clases, jóvenes sordos, niños con discapacidad mental, huérfanos… Haití necesita ayuda, por supuesto. Es un país que literalmente está en ruinas. ¿Pero nuestro país está mejor? Más de la mitad de la población es pobre. Miles de niños no van a la escuela y los que van tienen un rendimiento terrible ahí, ya sea por los maestros, por el sistema educativo o porque no tienen dinero para comerse un pan antes de entrar al salón de clases. Miles de profesionistas no pueden encontrar un trabajo. El chafísima Estado de Derecho permite las peores corruptelas y desigualdades. Nuestra situación también es trágica. ¿Quién está peor? ¿El que no tiene más que escombros (niño haitiano) o el que tiene algo pero que necesita un empujón para salir adelante (niño mexicano)? ¿A quién darle dinero? ¿En dónde poner nuestros esfuerzos/dinero/pensamientos, en Haití o en México? ¿Por qué?
Sí, sí. Entiendo que todos necesitamos salud, educación, amor de nuestros padres y una sociedad que nos procure. Sí. Pero en esta reflexión no estamos hablando de lo todos quisiéramos tener en el mundo. La discusión se basa en que tenemos poco (o mucho, pero limitado) dinero. No podemos darnos el lujo, como dije antes, de darle a todas las iniciativas altruistas que existen. No le puedo dar a los mexicanos Y a los haitianos. Así que he decidido darle a los mexicanos, a pesar de que los reflectores del mundo se encuentren ahorita en la isla caribeña.
Pero esta primera reflexión no termina aquí. Si de verdad quisiera hacer bien mi tarea, «los mexicanos» no es una buena respuesta a la pregunta de a quién darle dinero. Ni siquiera «los niños mexicanos» o «los niños pobres mexicanos» lo es. Aquí cabría un análisis profundo de en dónde mi dinero tendría más impacto positivo: ¿en los niños de primaria? ¿de secundaria? ¿o en los alumnos de posgrado? ¿debería apoyar un programa de becas para mexicanos en Harvard? ¿o un programa de becas en el ITAM? ¿niños sordos? ¿ciegos? ¿adultos mayores? Vaya, salgámonos de la categoría del capital humano y preguntémonos: ¿carreteras? ¿bibliotecas? ¿debería apoyar un programa de construcción de infraestructura?
No lo sé. Pero derivada de estas dudas es que viene la segunda parte de mi reflexión.
II. Una de las razones por las que no le doy a Haití es que no estoy seguro de que el dinero realmente llegue a las manos adecuadas. No sé si las despensas que estoy mandando están llegando a los damnificados por el terremoto o se están quedando en una bodega de Puerto Príncipe de donde las toman funcionarios del gobierno para usarlos como moneda de cambio. Y no, no me conformo con la filosofía de conductor de televisión que dice «lo importante es dar». No, no es cierto. Lo importante NO es dar. Lo importante es que lo que se dé, llegue.
Pero luego pensé, ¿y quién me garantiza que lo que dono a otras organizaciones realmente llegue a sus destinatarios? ¿qué institución altruista informa transparentemente no sólo los destinos de sus recursos sino también la eficiencia de los mismos? ¿qué tal que por cada peso que yo dono, el costo administrativo de la institución altruista se come 90 centavos y el resto se va para la verdaderamente a la causa por la que fue recaudado? ¡Ya ni el SAT!
Entonces se me ocurrió que sería bueno crear un indicador de mejores prácticas dentro de las instituciones de beneficencia. ¿A poco no estaría bien? Un sistema de calificación que permitiera que los que donamos supiéramos qué tan bien hacen su chamba dentro y fuera de la institución. La eficiencia y transparencia de los recursos sería fundamental para la calificación (y aquí la Iglesia católica reprobaría estrepitosamente… por qué, ¿cuándo fue la última vez que a ustedes les dijeron qué porcentaje de su limosna paga los autobuses de algún cura en la sierra de Oaxaca y qué parte le toca al club de golf de Onésimo Cepeda?), pero creo que el indicador ideal sería aquél que además nos dijera que el impacto de esa agrupación es significativo para el país. Una calificación que me pudiera ayudar a elegir entre darle dinero a una causa o a otra, que me permitiera saber si ayudo a construir bibliotecas o si mejor se lo doy a un niño con deficiencia mental.
Suena rudo. Pero recordemos que los recursos son limitados.
… de hecho, más que rudo, no deja de ser absolutamente ojete.
Adentro
Últimamente me ha dado por compartir mis lecturas virtuales en Google Reader. El GReader, contrario al blog, se actualiza prácticamente todos los días (algunas veces varias veces al día) porque todo el tiempo estoy leyendo algo en la computadora.
Me gusta compartir lo que leo con mis amigos y mi familia, así que no me basta con ponerle esa etiqueta de ‘shared’ que marca el GReader, sino que también se los mando por mail y muchas veces lo termino posteando en Facebook. Creo que sin quererlo en un inicio, pero ahora bastante conscientemente, quiero decirle al mundo que me rodea «soy lo que leo… y esto es lo que soy, hoy».
Supongo que por eso me he vuelto más fanático del GReader que del Twitter (también disponible aquí, cómo de que no). Porque creo que darle a tus contactos las lecturas que estás haciendo (o las imágenes y videos que estás viendo) es como dejar pequeñas migajas de pan, pistas de lo que estoy pensando durante estos momentos. Algunos días es tipografía y arte, otros es política o literatura. Es mucho menos directo que decir EXACTAMENTE lo que estás haciendo o pensando en ese momento, y por eso creo que también es más elegante
No me he puesto a hacer una clasificación de los temas que me gustan/inquietan/llaman la atención, pero supongo que apenas son un puñado que se repite por ciclos. GReader me ha dado la oportunidad de, en mi imaginación, ser algo que siempre quise ser: editor de un periódico. No tiene nombre ni planilla de escritores fija, no tiene instalaciones ni sala de redacción… sin embargo tiene el corazón de un periódico: información. Ir por la vida preguntándole a la gente si ha leído mi GReader se me hace tan pretencioso como preguntarles si ya leyeron mi blog, mi twitter o mi status de Facebook, pero creo sentir la misma satisfacción que tiene un editor de periódico al estar en una conversación con amigos que hablan de algo que puse en el GReader unos días antes. En pocas palabras, vivo su misma fantasía: la información que es relevante para mí, lo es para otras personas.
Tengo la percepción de que pocas personas usan el GReader porque tengo pocos contactos ahí. No sé si estoy equivocado o sea el seguimiento del argumento de que ya nadie lee y por lo tanto ya nadie comparte lo que lee. Estoy convencido de que saber qué es lo que lee/ve/escuchan otras personas (particularmente personas que nos parecen relevantes) es indispensable. ¿Qué lee nuestro Presidente? ¿Qué películas le gustan a nuestros legisladores? ¿Qué artistas son la fascinación de nuestros ministros de la corte? ¿Qué concierto no se pierden nuestros secretarios de estado? ¿Cuáles son los sitios de internet que no pueden dejar de visitar los que ya se encuentran en la adelantadísima carrera presidencial?
A mí me gustaría saberlo. Así como me gusta saber lo que leen mis contactos del GReader. Así como me gustaría saber qué leen los que leen SL.com.