Salvador vs. El Ejercicio
Desde el inicio del año voy al spinning. El spinning, para aquellos que no saben, es el milenario arte de treparse en una bicicleta fija y seguir las órdenes que te grita el ‘instructor’.
A estas clases voy dos veces por semana pues es la ocasión en las que el resto de las actividades en las que he cometido el terrible error de meterme, me permite ir a hacer ejercicio. La verdad es que después de tres meses de sesiones intermitentes, comenzaba a disfrutarlo y, por qué no decirlo, hasta me resultaba ‘sencillo’ (notemos que al inicio de las sesiones dejaba la mitad de mis pulmones desperdigados por todo el lugar y que ahora sólo salgo de ahí como si me hubiera atropellado un camión)
Ahora, resulta que el año pasado yo tenía la firme intención de seguir en el spinning, pero el lugar a donde iba cerró de un día para otro. Así, cual negocio de lavado de dinero. El tiempo pasó y cuando comenzó el 2005 decidí que era tiempo de volver a hacer ejercicio y buscar un lugar adecuado. Lo encontré y durante tres meses fui feliz haciendo ejercicio los martes y jueves por la noche.
Sin embargo, a partir de la próxima semana, el lugar a donde voy (supongo que para diversificarse), utilizará el sitio del spinning para clases de pilates (los martes) y box (los jueves). Al box no le entro ni en drogas… y si ya tengo ciertos conflictos con la masculinidad del spinning, hacer pilates sería como convertirme de facto en una Mamá Windstar del Pedregal™.
Sufro. Pareciera como si al ejercicio le cayera tan mal que hace todo lo posible para que yo no me involucre con él. Y si los martes y los jueves ya los tengo agendados como ‘los días en que voy a hacer ejercicio’, creo que tendré que buscar -una vez más- otro lugar a donde ir.
Se aceptan sugerencias. Es buscar otro lugar o simplemente aceptar que el ejercicio y yo no fuimos hechos el uno para el otro y romper relaciones.