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La vida irreal de Salvador Leal

Cosas que me gustan…

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Como la mayoría de los grandes blogs que conozco, llegué aquí sin querer. Y me quedé como estúpido leyendo y al mismo tiempo recordando porqué me gustan tanto las bitácoras en línea que la gente escribe.

Pensé en hacer algo similar, pero tratar de copiar algo tan auténtico no sólo sería muy chafa sino también medio patético. Sin embargo, me hizo acordarme de algo que tenía que contarle a alguien y qué mejor manera que contarlo en el blog. Son dos hábitos que tengo, unidos por un mismo factor: me encanta sacar de onda a las personas que están haciendo trabajos repetitivos.

Por ejemplo, si llegas a un Burger King, el tipín que te atiende conoce todos los pasos que debe hacer para atenderte: saludarte, pedirte tu orden, ofrecerte un postre, etc, etc. Si le cambias ese esquema, el cuate que te atiende se pierde en la inmensidad de su rutina y, si te fijas bien, puedes ver en sus ojos el reflejo de cinco o seis neuronas que se avientan al vacío durante el proceso de entender lo que les estás haciendo.

Y aquí van mis dos placeres culpables:

El primero es cuando voy a rentar alguna película al Blockbuster.
Llegas a la caja, le das al cajero tus películas y tu credencial e, instintivamente, te preguntan «tu-nombre-y-teléfono-por-favor». Tu contestas «Salvador Leal» (bueh, o le das tu nombre, ¿no?) pero después, cuando llega el turno de darles el número telefónico, les cambias la jugada.
En lugar de decirles el número como están acostumbrados, ya sea por pares (55-34-89-22) o número por número (5-5-3-4-8-9-2-2), se los das como si les estuvieras dando una cifra y dices «cincuenta y cinco millones, trescientos cuarenta y ocho mil novescientos veintidós».
Nunca, NUNCA, lo captan a la primera. Y si se quieren ahorrar el ridículo de demostrar que su manual no dice qué hacer cuando el cliente se hace el gracioso de esa forma, finjen que entendieron el número y que concuerda con lo que están viendo en pantalla… aunque a kilómetros se note que no es así.

El segundo es en el Starbucks. Como ustedes saben (y si no, les informo), la cadena de café Starbucks ha llegado a invadir y conquistar la Ciudad de México y yo, como buen seguidor de modas, he caído víctima de sus placeres.
Algo que me gustaba las primeras veces que fui es que, cuando terminan de hacerte el pedido, te preguntan tu nombre para anotarlo en el vaso de tu café; cuando tu café está listo, desde la barra, el barista grita «Un alto caramel frapuccino para Salvador!» que es la señal para ir por tu cafecito e irte a desparramar en alguno de los sabrosísimos sofás.

Pues bien, desde hace algunos meses para acá me divierto dándole nombres falsos a los baristas. Pero no nombres falsos como Arturo o Ricardo, no, no, no.
No hay nada como estar esperando tu café y de repente escuchar un «Un capuccino grande para Onofrio del Sagrado Corazón de María!»

La verdad es que, dentro de mí, me río como imbécil.

Written by Salvador Leal

noviembre 25th, 2004 at 5:41 pm

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