Hijos de la… Televisión
En varias ocasiones he declarado que me considero un MediaJunkie™ que adora consumir información todo el tiempo, sobretodo si es en forma de imágenes o sonidos. En estos últimos meses y por razones que no platicaré en este momento, he estado muy metido investigando acerca de procesos de comunicación y del poder de los medios de comunicación.
Pero resulta que el enfoque que he tomado en estos últimos días me ha llevado a consultar obras que fueron escritas en la década de los años 70 y que, por tratarse de comunicación en Latinoamérica, están llenas de referencias a conceptos que en aquel tiempo han de haber sido la bomba pero que ahora están más out que los pisacorbatas. Me refiero, desde luego, a cosas como «yugo capitalista», «imperialismo salvaje», «poder del proletariado» o «resistencia a la influencia de las multinacionales».
Cuando leo cosas de ese estilo me da como penita por todos aquellos que dedicaron gran parte de su vida y su tiempo a aprender y defender dogmas o ideologías que hoy son tan demodé. De hecho, no sé quién me da más lástima, si los que fueron ardientes defensores de las ideas socialistas y audaces luchadores en contra del «imperialismo yanqui» pero que ahora son pasivos, obesos y burgueses jefes de familia… o los que fueron luchadores sociales en aquellas épocas y que ahora, más de 30 años después, siguen defendiendo las mismas causas con los mismos argumentos.
Sí, sí… sé que me estoy pasando de neoliberal. Pero para redimirme, les voy a dejar algo que encontré durante el pasado fin de semana en una de mis muchas lecturas acerca de comunicación que traen conceptos ideológicos vintage. El título del ensayo es «Inocencia y Neocolonialismo: un caso de dominio ideológico en la literatura infantil» y es escrito por Ariel Dorfman. Aquí, los primeros párrafos:
«Ese niño que tiene a su lado -cerca en todo caso, siempre hay un niño cerca- es, en potencia, el revolucionario del mañana. O quizá llegue a ser el más resuelto de los defensores del orden establecido. El proceso de socialización de ese pequeño ser humano constituye uno de los puntos neurálgicos de toda sociedad: ahí deben generarse las actitudes, condicionarse los supuestos prerracionales, que permitan que ese niño crezca integrándose, cómodo, funcionante, ‘tuerca’ entusiasta, en el statu quo.
«En la sociedad capitalista (desarrollada o subdesarrollada) la función de la literatura infantil de consumo masivo es coadyuvar a que el niño preinterprete las contradicciones de la realidad (i.e. autoritarismo, pobreza, desigualdad, etc.), a medida de que las vaya encontrado como naturales, como hechos perfectamente claros, comprensibles y hasta inevitables. El niño debe tener a su alcance, de antemano, las respuestas ideológicas que sus padres han internalizado, las formas de pensar, de sentir, de vivir que superan y unifican en la mente las tensiones que el crecimiento hará cada día más evidentes.
«En esa literatura, el mecanismo de sustitución, compensación y deformación utilizado al justificar o racionalizar ocultamente, al definir con falsedad un problema para resolverlo triunfalmente, reafirmando en todo momento un sistema total, invariable, de preferencias psicológicas y morales desde el cual todo se ordenará, viene a reforzar el proceso pedagógico que la clase dominante -y la familia, que es su agente- quiere imponer al niño para que cumpla una determinada función ahora y, especialmente, cuando sea adulto.
(…)
«El centro privilegiado de esa educación es el hijo de la burguesía que está recibiendo, además, los beneficios del sistema mismo, pero los hijos del proletariado también son bombardeados con esas imágenes para que las consoliden interiormente, aunque su condición misma de explotados tienda constantemente a hacer notoria la falsedad del esquema que se establece como norma.»
¿A poco no quisieran ver la cara de Ariel Dorfman cuando se da cuenta que su teoría acerca de la literatura infantil ha quedado superada por la realidad?
Hoy a nadie le importa que el neo-colonialismo se auto-perpetue a través de la literatura infantil, no sólo porque ya nadie lee (y los niños menos que nadie) sino que para esa auto-perpetuación ya existe Nickelodeon, Discovery Kids, Disney Channel y el Cartoon Network.
O qué… ¿a poco no se han dado cuenta que los niños que comienzan viendo Nickelodeon modelan el target de MTV? ¿a poco no se han dado cuenta que nuestra generación sigue mirando a los Estados Unidos como modelo a seguir con el mismo fanatismo con el que veíamos las caricaturas de Hanna-Barbera cuando éramos niños? ¿a poco no se dan cuenta que todos sus amigos se visten igual que ustedes? ¿a poco creen que eso es casualidad y que las modas suceden por generación espontánea?
La estrategia de perpetuación y generación de ‘tuercas entusiastas’ o de subyugados del sistema (dependiendo de si se es «burgués» o «proletario») ha superado las expectativas. El éxito ha sido tanto, que nos hemos convertido en maquinitas de consumo para vestirnos con tenis Puma, playeras NaCo, sacos Hugo Boss, corbatas Hermès o jeans wannabe Diesel dependiendo el target que seamos. Y seguimos viendo la tele buscando modelos a copiar, no importa si son de E! o son los Guaguarones de Telehit.
Dorfman hablaba de los niños de nuestra generación como generadora de una de dos opciones: o seríamos los revolucionarios del mañana (del hoy) o los más resueltos defensores del orden establecido. Y hoy por hoy, somos el resultado exitoso de un sistema perpetuado. ¡YEAH!