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La vida irreal de Salvador Leal

Max & Beto

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A pesar de haber sido educado en una escuela de religiosos (o quizás, debido a eso), no suelo confiar en los curas. Si tengo un problema, si me carcome la conciencia y necesito confesárselo a alguien o si necesito consejo, no acudo con mi padrecito de cabecera (que, además, no tengo) o con mi consejero espiritual. Siempre que tengo alguno de esos problemas, generalmente se resuelve al calor de unas chelas o unos vodkas con algún cuate.
Pero si todo eso falla y necesito un verdadero gurú al que necesito contarle mis males o pedirle consejo… voy a la peluquería de Max & Beto.
Resulta que esta peluquería tiene su historia. El dueño es un mexico-italiano de nombre Max que tenía su local muy cerca de la que ahora es mi casa. De hecho, yo nunca habría conocido este lugar sino fuera porque en el ocaso del año de 1977 (comienza a sonar ‘Blowin’ in the Wind’ de Joan Baez) a un par de mocosos se les ocurrió casarse. Dentro de los preparativos, el novio fue a cortarse el pelo a alguna estética de renombre y lo dejaron como oveja trasquilada. Paniqueado porque la boda sería en dos días, preguntó por alguna buena peluquería donde le pudieran arreglar el horrible corte que le habían hecho a precio de oro. Una amiga le recomendó un pequeño local ubicado cerca de la Colonia Narvarte. El resto es parte de una historia con final feliz: el novio queda con un corte magnífico y se casa con la novia y son felices para siempre.
Bueno, no para siempre, pues dos años después tienen a un pequeñuelo que vendría a modificar de muchas formas su vida y sus niveles de presión arterial.
 
Así es, adivinaron. La joven pareja son mis papás y el pequeño retoño soy yo.
Desde entonces, mi papá no acude con otro peluquero que no sea Max y a mí, que desde mi primer corte de pelo me llevaron a esa peluquería, me lo corta su ayudante de nombre Beto.
De esta forma, nunca he conocido otro peluquero ni otra peluquería. Sólo hubo un pequeño paréntesis en donde Beto huyó por razones desconocidas para regresar tres meses después al sentir el karma de todos aquellos cuya vida se encontraba absolutamente desequilibrada por la falta de su peluquero de cabecera.
En mi caso, ir a la peluquería es todo un evento. !Imagínense cuando llego al lugar en donde llevan cortándome el pelo veinticinco años! Desde luego me echaron muchas porras cuando entré a trabajar al radio y también cuando decidí salirme, ahí estuvieron cuando tuve mi etapa de rebeldía (todos los ñoños tenemos una etapa de no-ñoño) y decidí dejarme el pelo largo y también cuando tuve mi primer trabajo serio y tenía que tener un corte impecable.
Durante el corte se hablan de muchas cosas, de política, cultura, sexo, religión… Generalmente el que comienza es Max (que ya está bastante viejito) y el que le da cuerda es Beto. Son como pareja cómica; imagínense a Beto y Enrique o a Don Teofilito y Andobas en donde Max dice algo y Beto nomás contesta ‘maestro, ya está usted muy viejito… mejor fíjese dónde corta porque el señor ya está quedando de casquete corto’ (si no tienen ni idea de quiénes son Don Teofilito y Andobas, vayan aquí) .
 
Uno no puede llegar con mucha prisa pues, como bien sabemos los usuarios de una peluquería, el corte de pelo tiene sus tiempos y sus formas. Al tomarnos con calma y reservar cierto tiempo para ir a la cortarnos el pelo, ese momento se presta para platicar de muchas cosas y pensar otras tantas. Así que si yo tengo un problema y lo comienzo a platicar, Beto no es el único que ayuda con la solución, ya que la participación de Max también es vital. Son algo así como un Sigmund Freud dividido en dos y con batita corta de color gris. Algunas veces, hasta el resto de los clientes intervienen y se arman buenos debates.
 
Generalmente salgo con una perspectiva mucho más clara que con la que entré a la peluquería y sintiendo que, en cuanto salgo de la puerta, Max le dice a alguno de los que están bajo la tijera ‘¿Ve usté a ese chamaco? Pues él se corta el pelo con nosotros desde que nació!’.
 
La peluquería se cambió de lugar y ahora está bastante más lejos de lo que estaba originalmente. Sin embargo, no me atrevo a ir con otra persona que me corte el pelo y me dé alivio espiritual por el mismo precio. Porque además, el precio es ridículo (por lo menos para un corte de pelo en la Ciudad de México). En aquellos meses en los que Beto huyó para encontrarse con él mismo, tuve que hacer uso de los servicios de una estética de más o menos buen ver. Salí de ahí pagando $200 pesos por algo que en mi peluquería cobran $40!!
 
Como se podrán imaginar, ayer me fui a cortar el pelo. Y mientras escuchaba los tijeretazos de Beto y a ‘El Fonógrafo’ de fondo (sólo le cambiaban de estación cuando yo estaba al aire *snif*), pensaba en cuántas cosas han sucedido desde entonces, en cuántas personas que son como personajes muy secundarios de esta serie de televisión que algunas veces parece mi vida, siguen ahí, temporada tras temporada.
En todo eso estaba pensando cuando de repente, estornudé. (les recuerdo que tengo gripa)
Sólo alcancé a escuchar a Beto diciendo algo así como ‘uuuts!’.
 
Moraleja: No se vayan a cortar el pelo cuando tengan gripe. No hay nada como salir a la calle con gripe Y con una parte de la cabeza sin pelo, como si se te estuviera cayendo a puños. Pensé en usar una gorra, pero no puedo venir a la oficina de traje y con la única gorra que me queda (porque además soy de cabeza grande). También pensé en usar sombrero pero me voy a ver aún más ridículo. Maldita gripe!

Written by Salvador Leal

julio 27th, 2004 at 11:15 am

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