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La vida irreal de Salvador Leal

Las Alas del Poder

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En quinto de prepa (en el glorioso y nunca del todo bien ponderado Centro Universitario México, el CUM) conocí a uno de los profesores que modificaron mi manera de ver la escuela y que, de alguna forma, dio cause a las inquietudes radiofónicas que tenía desde la infancia. Su nombre era Eduardo Acosta y tenía la peculiar manía de vestir de boina para ir a clases, lo que en una escuela de puros hombres era visto como un exceso de excentricidad. Ese detalle no demeritó ni tantito las excelentes clases que daba… sobretodo porque eran muy distintas a las clases a las que estábamos acostumbrados la gran mayoría de los delincuentes juveniles que tenía por alumnos.

Mientras que, durante años, los exámenes en las escuelas maristas buscaron que el alumno se aprendiera la mayor cantidad de datos y cifras, los exámenes de Biología en 5° de prepa eran una invitación a usar la creatividad aplicándola a temas tan extraños como las mitocondrias, los cloroplastos y la meiosis. Dicho esto, el día de examen mensual era muy común ver llegar a gente con enormes tableros de juegos al estilo ‘Corre GC Corre’ en donde el objetivo era juntar la mayor cantidad de proteínas que hicieran funcionar el aparato de Golgi correctamente (inserte aquí una carita de ñoño con lentes de fondo de botella, dado de juego de rol y su pocket protector).

Junto con esas actividades, uno podía obtener puntos extras por ir a eventos culturales que él mismo recomendaba. Así, uno podía ir a ver ‘Seven’, hacer una crítica, entregarla y ganar un punto más; o ir al teatro a ver «Un tranvía llamado deseo» (cuando estuvo con Diana Bracho -WOW-), hacer su respectiva crítica y pasar el curso.
No sé si sea una característica de los profesores de biología… pero los que a mí me han tocado tienen un gusto muy particular por crear controversia (cfr. La práctica 28 en este mismo blog). Y su intención se hizo muy clara cuando nos mandó a que fuéramos a un teatro olvidado y perdido por el rumbo de Coyoacán a ver una obra llamada «Las Alas del Poder».
De esta obra sólo recuerdo dos cosas y sé que, si quien está leyendo este blog cursó biología con Eduardo Acosta, por lo menos ya tienen en mente una.

La primera cosa que recuerdo es que el tema de la obra era la vileza humana que despertaba con la cercanía al poder. Las cosas que hacemos por tener poder, usar el poder, desgastar el poder, abusar del poder. El momento climático de la obra (de donde salía el nombre) se daba cuando un personaje de alto nivel político platica con su ayudante, el cual busca crecer dentro del aparato gubernamental. La discusión se vuelve más acalorada momento a momento cuando uno busca la lealtad del otro. De repente, el jefe le pregunta a su ayudante: «¿qué tan alto quieres volar?» y se baja el zipper.
Silencio sepulcral en el teatro. Todos voltean a ver al ayudante.
El ayudante se hinca y comienza a hacerle un blow job a su jefe. En vivo. En el escenario.

De la segunda cosa que me acuerdo es de la cara de un compañero de salón que fue lo suficientemente imbécil como para pedirle a su mamá que lo acompañara a ver la obra de teatro que le había encargado su profesor. Son de esos momentos de pena ajena que uno difícilmente puede olvidar.

El recuerdo de «Las Alas del Poder» viene a colación por el ambiente que actualmente se vive en la política nacional. Y no sólo en el las altas esferas en donde se mueven intereses millonarios, también a nivel de nuestros representantes populares y el aparato burocrático que, se supone, trabaja para nosotros. No hay mucha diferencia en perder la dignidad al aceptar dinero frente a las cámaras que al hacerle sexo oral a tu jefe. Ahora que si te sacan haciéndole sexo oral a tu jefe frente a las cámaras… ya no hay mucho hacia donde rascarle!

Written by Salvador Leal

abril 28th, 2004 at 2:59 pm

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