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La vida irreal de Salvador Leal

Luz

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No soy muy fan de la comida china.
Mezclar lo dulce con lo salado simplemente no me gusta. Dicen en mi casa que cuando era pequeño me daban las cosas por separado: papilla de pollo, papilla de zanahora, papilla de calabacita, pero nunca lo revolvían todo en la licuadora y me lo daban. Tampoco me daban Gerber a menos que fuera una emergencia.
Con eso me desarrollaron un sentido del gusto capaz de distinguir varios de los ingredientes que conforman un platillo en particular… pero también me crearon un gusto muy limitado por la mezcla de sabores tan distintos como lo dulce y lo salado.

Todo esto para decir que no soy muy fan de la comida china (puf, se nota que estoy aburrido, que tengo mucho trabajo y muy pocas ganas de hacerlo).

Sin embargo, hay un restaurante de comida china muy cerca de la zona de Polanco cuya mayor virtud es alcanzar velocidades nunca antes vistas en lo que a entrega a domicilio se refiere. La primera vez les llamé y les dije que salía de mi oficina a las 3.30 por lo que necesitaba que mi orden llegara antes de esa hora y que si no se comprometían a hacerlo, que mejor ni se molestaran. Eso fue a las 2.50 en una zona en la que lo menos que te hacen esperar en entrega a domicilio son 45 minutos y eso si te va bien! El tipo llegó tan pronto que me sorprendí y le agradecí personalmente que se hubiera apurado tanto.

Esta semana he tenido que comer a las carreras… y debido a eso he tenido que pedir a ese mismo restaurante de comida china (siempre lo mismo, eso sí: pollo hunan y coca-cola light). Hubo días en los que tenía que hacer tantas cosas y tan a la carrera que ni siquiera pude usar los palillos y utilicé un tenedor que guardo aquí en mi oficina. ¡Imagínense!

Lo curioso es que cada vez se han esmerado más en la llegada temprano. Estoy realmente impactado.
Ayer, junto con mi orden, me regalaron una vela.

Así como lo oyen, una vela.

Tengo sentimientos encontrados con respecto al regalo. Por un lado puedo entender que es una excelente forma de promoción para el lugar (el restaurante se llaman Zen). Pero por otro me preocupa que los tipos se hayan dado cuenta que siempre estoy a las carreras, que siempre pido lo mismo y que siempre solicito que lleguen rapidísimo, poniendo en riesgo la vida de su repartidor y, qué sé yo, quizás hasta la de sus cocineros.
En pocas palabras, no sé si me dieron la vela para que la prendiera por ellos o por mí.

Lo que sí sé es que me gusta cómo se ve una velita prendida en mi oficina. Le da vida.

Written by Salvador Leal

julio 21st, 2006 at 1:57 pm

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