Limpieza + Cuento
Estoy haciendo limpieza en mi cuarto. Claro, lo voy haciendo por partes. Comencé con la ropa de mis cajones y la ropa del clóset; luego pasamos al grupo de cajas y documentos que tenía guardados de mis dos anteriores chambas… terminar con esto me tomó dos fines de semana (escombrar, como dijera mi abuelita). Acomodé los libros en el librero y puse en una columna todos los que tengo que leer en fechas próximas.
El pasado fin de semana terminé con la zona de los zapatos y comencé con los cajones de mi escritorio. Justo en uno de los primeros cajones me encontré un cuento que escribí hace varios (muchos) años. Y como nunca les he puesto *verdadera* creación literaria original, pues aquí se las dejo.
El cuento no tiene título, así que se aceptan sugerencias. Ahí les va:
El Sol estaba a punto de llegar a su posición más alta en el cielo. Ya era la hora.
Como lo marcaban los códices y las tradiciones, el juego comenzaría en el instante preciso en que nuestro Sol, aquél por el que trabajamos, vivimos, dormimos y cantamos, llegara a su cenit. Todos los juegos eran importantes, pero ésta no era cualquier confrontación para Mazatzin. Su vida dependía del resultado y no pensaba dejar que Totocani fuera quien se llevara el triunfo, la gloria y la supervivencia.
Un juego de pelota no era nada sencillo; requería una destreza y una velocidad que muy pocos alcanzaban después de arduos entrenamientos que hacían desfallecer aún a los guerreros más fieros. Pero en este caso, los contendientes eran fuertes y experimentados; tanto, que el anuncio de la confrontación entre Totocani y Mazatzin había causado revuelo aun más allá de su círculo de amistades… ¡el propio Tlatoani, gran emperador de Tenochtitlán, iría al encuentro!
El juego no fue fácil. El Sol, nuestro Sol, descargaba con especial saña sus rayos sobre los dos jóvenes que se batían en el campo. Por momentos parecía que uno aventajaba al otro para que, instantes después, éste se recuperara y cobrara terreno sobre el primero. Ninguno de los espectadores recordaba un encuentro tan cerrado y difícil, nadie podría pensar en otra ocasión donde las habilidades de cada jugador alcanzaran tal nivel de perfección y esfuerzo. El marcador, un conjunto de piedras verticales que movían sus muescas según los puntos que cada uno de los jugadores fuera anotando, miraba estoico el desarrollo del partido.
El tiempo transcurría y los dos todavía estaban demasiado parejos para poder adivinar quién sería el ganador, aunque por lo destacado de los jugadores, el Tlatoani, ansioso espectador de la maestría desplegada en el campo de juego, levantaría los brazos de los dos contrincantes en reconocimiento a su esfuerzo.
De repente, un certero movimiento de Totocani le dio la ventaja que tanto había buscado durante el desarrollo del juego. La palidez cubrió los rostros de quienes apoyaban a Mazatzin. Si él no anotaba un punto en la próxima jugada, la victoria de Totocani sería un hecho y la sangre de Mazatzin correría por la piedra de sacrificios según lo establecido por los dos al momento de concertar el partido.
Sólo se escuchaba la pesada respiración de los dos contendientes que ya no transpiraban sudor sino miedo.
La fuerza en el golpe que dio Mazatzin a la pelota, jamás había sido vista y muchos juraron que sería obra de algún tipo de energía sobrehumana, resultado no sólo de años de entrenamiento sino inclusive de intervención divina. El tiro tenía la fuerza de un rayo y dio a los testigos mucho de qué hablar durante los años venideros. La pelota salió disparada, surcando el campo de juego y trazando el destino del partido.
A la mañana siguiente, al despertar el alba, Mazatzin fue desollado vivo con una doble afrenta. No sólo había fallado el tiro y perdido el partido. El golpe fue tan rápido y potente, que el Tlatoani nunca supo que fue lo que lo mató.