Prom Night
Doce años son casi la mitad de mi vida. Doce años es el tiempo que uno pasa en la Primaria, la Secundaria y la Preparatoria juntas. Doce años fueron los años que pasé bajo el yugo de la educación impartida por los hermanos maristas. Doce años fueron los que fui deformado, en cuerpo y alma, por los fieles seguidores de Marcelino Champagnat. De esos doce años, no todos fueron malos, no todos fueron buenos tampoco; pero si hay una etapa en mi vida de la cual quisiera olvidarme por completo, es de la época que viví de septiembre de 1991 a mayo de 1994. La Secundaria.
Les recuerdo que mi condición de ñoño no era el mejor lugar dentro de la jerarquía social que se podía vivir en una escuela sólo para hombres que se jactaba de tener la plantilla docente más pirada de la ciudad de México. Mi condición de antisocial -que conservo a la fecha- tampoco me ponía en una posición que me permitiera distinguirme por mi *popularidad*, mi *coolness* o mi *allure*. Para que se den una idea, yo era el ñoño antisocial que se refugiaba en la música y la tele para aislarse del mundo real; hacía mi tarea (no me costaba demasiado trabajo), estudiaba y luego me pasaba horas enteras escuchando música, viendo tele y rentando todas las películas que pudiera rentar en el entonces monopólico Videocentro. Gracias a esos años mi conocimiento acerca de la cultura pop de la última mitad del siglo veinte es bastante vasto mientras que la cantidad de amigos que conservo de aquel tiempo es prácticamente inexistente. Poquito me faltó para tomar medidas al estilo Columbine.
Pero pasó el tiempo, salí de la prepa, tuve muchos amigos, entré a la universidad, tuve uno de los trabajos que yo considero más cool y poco a poco fui caminando por el sendero de la vida donde, finalmente, los ñoños son apreciados -y cotizados- en el mundo de las empresas y el gobierno. Si bien no me volví *popular*, mi nivel ya no estaba en el despreciable hoyo al que llegó en la secundaria. Según yo, todo estaba superado, olvidado y cerrado.
Hasta el sábado.
Como ya saben, tengo una hermana que es diez años menor que yo y que acude, por razones del destino, a la misma secundaria a la que yo asistí. Sí, resulta que en estos diez años la secundaria que antes era sólo para hombres se volvió mixta y ahora mi hermanita sufre en los mismos salones y con los mismos maestros que a mí me tocaron.
Pero ese no es el problema (cada quien vive su adolescencia como mejor puede), sino que el sábado pasado tuve que ir a su graduación de tercero de secundaria. Craso error!!
Fue como volver a tener 14 años y de nuevo ser el peor vestido de toda la escuela. Se me ocurrió ir al baño y las conversaciones eran idénticas a las que tenían los weyes populares de mi salón: que si el antro, que si el reloj, que si los zapatos, que si habían salido con fulanita o si se iban a ir a Acapulco. Yo estaba a punto de tener un emotional breakdown.
Me gustaría contarles que fue mejorando conforme fue pasando el rato y que recuperé la confianza en mí mismo que he ido construyendo desde aquellos años de la secundaria, pero les estaría mintiendo. Saliendo del baño me encontré con ‘La Luchadora’, maestra de literatura universal que hizo un infierno mi tercero de secundaria. En la misma mesa estaban «Chichilla» (maestro de química que solía llegar jarrísima a darnos clases), «Amezcua» (el de dibujo constructivo que nos obligaba a tener maquetas de construcciones para nivel licenciatura en segundo de secundaria), «Gorilú» (la de inglés) y muchos más.
Era vivir una pesadilla. Yo juraba que en cualquier momento iban a esconder mi mochila o me quitarían el saco para jugar ‘role’ entre varios weyes.
Para acabarla de fregar, resulta que esta es la segunda graduación a la que asisto en mi vida. La primera fue cuando salí de sexto de primaria y desde entonces no he acudido a ninguna. Y aunque mis amigos nunca me perdonaran que no haya ido a la graduación de prepa, no me arrepiento de mi antisocialidad y mi vocación de Scrooge. Jejejeje, releo mi párrafo y en verdad recuerdo cuando era un adolescente enojado con el mundo que prefería irse a escuchar oscuras canciones de rock de la Europa del Este.
Al final mi mente se fue aclarando y poco a poco pude hacer más disfrutable el hecho de estar en la graduación de mi hermana. Digo, al fin y al cabo, ella que sí es popular y tiene una activísima vida social, le tocó limpiar el apellido de la familia en su paso por la escuela. A pesar de todo, aún no se me quitan del todo las nauseas por recordar lo que viví en aquel reclusorio de paga conocido como Instituto México Secundaria.
Ahora supongo que me encerraré en mi oficina a escuchar Teenage Angst de Placebo.