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La vida irreal de Salvador Leal

Archive for 2010

Pepino

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Este post está dedicado a mis papás, que hicieron todo lo posible porque no me convirtiera en un monstruo capitalista/consumista durante mi infancia. Este post también está dedicado a la televisión, compañera desde mis primeros años, que hizo todo lo que pudo para que mis papás no tuvieran éxito en sus empeños. Y triunfó.

Cuando yo estaba en la primaria, el mejor incentivo que tenía para hacer la tarea, era la televisión. Llegaba a la casa a eso de la una, comíamos a las dos y para las cuatro de la tarde (a menos que tuviera que hacer una maqueta del sistema solar o un diorama de la Independencia o alguna mafufada del estilo), yo ya estaba sentado frente a la televisión.

En una época en donde toooodos los niños de mi generación veíamos el mismo canal (Canal 5 de Televisa) y los mismos programas, ser niño en los ochenta era mucho más fácil que ser niño en el siglo XXI, lo mismo que ser Gerente de Marca de alguna empresa de alimentos era mucho más sencillo entonces que ahora: uno contrataba un anuncio durante las caricaturas del Canal 5 durante seis meses y aseguraba la recordación del comercial en la mente de los infantes por mucho tiempo. De hecho, el Gerente de Marca no lo sabía, pero realmente estaba tatuando el comercial en la psique de los niños y asegurando su recordación no por meses sino por décadas.

La brecha generacional creada por los medios de comunicación, entre nuestros padres y nosotros, eran abrumadores. Mientras que ellos, cuando eran pequeños, cantaban tradicionales canciones infantiles mexicanas durante los viajes en carretera, la generación de los ochenta cantábamos jingles comerciales. Gansito Marinela, Coca-Cola, Sabritas, Panditas («hay panditas de sabores, fresa, piña, naranja y limón») y un larguísimo etcétera, eran nuestros gritos de guerra gracias a que la televisión se había encargado de aleccionarnos entre la hora de la comida y la hora de irse a dormir.

Mis papás, sin embargo, no eran de los que se dejan vencer fácilmente. Además, ellos eran lo que ahora se conoce como «contraculturales» (goooeeeeiii), egresados de la UNAM, lo suficientemente conscientes de su entorno como para querer que su pequeño heredero se convirtiera en un Cerdo Capitalista®. Su contraataque fue brutal. Me enviaron los veranos a la casa de mis abuelos en Michoacán a que aprendiera a hacer resorteras, comer elotes asados en hoyos de tierra y mojarme con las lluvias veraniegas, me acercaron a libros que no tenían personajes de Disney en las portadas y me generaron un verdadero interés por las mitologías griegas y romanas, me dieron cómics de otras latitudes (así conocí a Tintin) y las estaciones de radio que escuchaba eran Radio Educación (con Emilio Ebergenyi) y Radio Infantil (qepd).

Al hacer esto, mis papás creyeron que estaban vacunándome contra el constante impacto mediático de marcas y conceptos «extranjerizantes». Pero la verdad es que lo único que me estaban haciendo era generarme una esquizofrenia cultural de magnitudes bíblicas que hasta la fecha rige mis gustos culturales.

Pero todo este choro es porque, dentro de las cosas que me acercaron mis papás en aquellas épocas, fue un cassette llamado «El Tío Pepe y Pepino» en donde el tema de todas y cada una de las canciones era hacer pensar a los niños sobre la televisión, los refrescos, las golosinas y todo aquello que las Grandes Corporaciones® se encargaban de vendernos todas las tardes. Si mal no recuerdo, Pepino era una marioneta que acompaña a (obviamente) el tío Pepe en su quijotesca labor de conscientizar a los escuincles sobre la publicidad engañosa y los productos inútiles y caros.

Si el Tío Pepe y Pepino tuvieron éxito, no es tema de este post. Pero curiosamente hoy en la mañana me desperté tarareando una canción que reconocí de aquellos años y le pregunté a Google sobre el mentado tío Pepe y su carnal Pepino. Ahí encontré el blog de Alaíde Ventura en donde cuenta que se encontró a Pepe González aka «el tío Pepe» en Xalapa. En estos años perdió la vista pero sigue cantando; ella se acercó y él insistió en regalarle la versión en CD del cassette que tanto Alaíde como yo, escuchamos en nuestra infancia.

Esperando que me compartiera algunas canciones, le mandé un mail a Alaíde esperando que un día de estos lo viera, se compadeciera de mí y me ayudara a recuperar ese pedacito de infancia que le di al tío Pepe. No tuve que esperar más de 3 minutos cuando tenía en mi mail las canciones «contraculturales» de Pepe y Pepino. Y se las dejo aquí para que sepan el tipo de información al que -también- me expusieron mis papás…

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El Tío Pepe y Pepino – No veas tanta Televisión

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El Tío Pepe y Pepino – Confesiones de un Refresco

Written by Salvador Leal

junio 3rd, 2010 at 5:03 pm

Posted in nostalgia

Lost

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Por razones que se explican en el texto, este post NO CONTIENE NINGÚN SPOILER

En el ocaso de la década de los noventa, un grupo de amigos preparatorianos que se había ido de vacaciones a una ciudad colonial mexicana decidió coronar su viaje con un pequeño twist. Regresarían a la ciudad un día antes de lo planeado y no le dirían a sus familias que ya no estaban de viaje, esto les permitiría salir esa noche, reventar hasta más no poder y no tener que llegar a casa de sus papás sino hasta la hora en la que el regreso original estaba planeado.

Por supuesto, la anécdota se complica hasta niveles insospechados y dignos de ser pasados al cine. Sin embargo, en este post no pienso hablar de lo sucedido esa noche, sino de la sensación de angustia y estrés que uno de esos amigos preparatorianos tuvo al saberse en la misma ciudad que el resto de sus conocidos, pero sin que nadie supiera que había regresado. Sentía que a la vuelta de la esquina se iba a encontrar a sus papás, a algún familiar, o peor, a algún amigo lejano de su familia que, por azares del destino, terminara echando a perder todo el plan de aquella noche de farra.

Pues bien, hoy me siento como ese joven preparatoriano de la anécdota que no voy a contar en esta ocasión. Resulta que el día de ayer se transmitió el último capítulo de Lost y yo no lo veré sino hasta hoy por la noche. Y desde ayer he estado tratando de evitar cualquier contacto con la tecnología que me vaya a arruinar la experiencia del final de mi serie favorita del momento.

Me desconecté de twitter (@salvadorleal), no he entrado a Facebook, ni al Messenger y deshabilité el chat de mi Gmail para evitar que algún chistoso me vaya a hacer pasar un mal rato. Ninguna medida es suficiente; tan sólo el mes pasado, un amigo me arruinó uno de los momentos claves de la serie al publicar en sus status del Facebook su shock por lo que acaba de ver en la televisión. Me sucedió como en el capítulo de los Simpson en donde Homero sale de ver ‘The Empire Strikes Back’ y dice «¿Quién hubiera imaginado que Darth Vader era el padre de Luke?» Así, nomás que versión 2.0

Pero nada de todo a lo que he tenido que renunciar el día de hoy ha sido tan duro como dejar el Google Reader. Porque, como lo he dicho en otras plataformas (jo!), lo mío, lo mío, lo mío, es el Google Reader (mis compartidos, aquí). Y sé perfectamente que en cuanto lo abra, un buen porcentaje de los feeds a los que estoy suscrito me spoilearan (del inglés, spoiler: adelanto en donde se revela total o parcialmente el argumento de una obra, particularmente relativa al teatro, el cine, la televisión o la literatura) lo ocurrido la noche de ayer en Lost. Tampoco he entrado a YouTube por aquello de los Features que salen por default en la página principal y que pudieran darme alguna pista del desenlace.

Así pues, llevo 12 horas de un ayuno tecnológico sin precedentes. Ni he entrado ni a los portales de noticias, vaya. No vaya a ser la de malas. En el más patético de los intentos de dejar de pensar en entrar a mis redes sociales, he regresado aquí, a mi viejo blog, a desfogarme.

Es 2010 y tratar de desconectarme del mundo que me rodea (peor, del mundo que he construido a mi alrededor) se vuelve casi imposible. Supongo que las únicas plataformas más o menos seguras serían LinkedIn y Blip. Y de la primera no estoy tan seguro porque muchos ligan sus estatus a Twitter, en donde sé que ha habido un intercambio de información sobre Lost digno de ser analizado por el departamento de Comunicación de alguna institución educativa. Afortunadamente tengo el capítulo en Apple TV y lo puedo ver hoy por la noche. No sé qué sería de mi si tuviera que esperarme hasta mañana martes para verlo en AXN. Supongo que no llegaría. Me marchitaría antes por falta de información.

Continuaré encerrado en esta cuevita, en mi último reducto de privacidad, en este mensaje dentro de una botella enviado desde una isla desierta. Y aún así, estaré entrando a mi blog con muchísimas reservas. O qué, ¿a poco creen que no sé que en los comments pueden poner información sobre Lost?

Written by Salvador Leal

mayo 24th, 2010 at 10:43 am

Posted in medios

Fuego

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Estoy leyendo «This Is Your Brain on Music: The Science of a Human Obsession» [link], un libro de un cuate que está muy clavado en descubrir qué es lo que, neurológicamente, hace que el ser humano esté obsesionado con la música. Esta persona, de nombre Daniel J. Levitin, quiere saber qué es lo que se activa en nuestros cerebros cuando escuchamos una melodía que nos gusta, cómo es posible que unas canciones nos gusten mucho y otras no tengan éxito y saber si las melodías que cantan los seres humanos a lo largo y ancho del planeta tienen algo en común.

Leyendo la parte de las letras, me encontré con esta frase en donde reflexiona acerca de la poesía y de su importancia para las letras de las canciones. Me gustó mucho y les comparto un párrafo traducido por mí, en este blog que poco a poco ha dejado de ser un espacio de diálogo (Twitter se llevó las conversaciones) y se ha vuelto más un lugar para guardar mis filias y obsesiones:

«Hace casi cien años, la Enciclopedia Britannica, en su edición de 1911, publicó que la poesía había «tenido tanto efecto en el destino de la humanidad como el descubrimiento del uso del fuego». Comparar la poesía con el fuego no sólo es metafóricamente satisfactorio sino también dramático (¿el fuego en el alma de hombres y mujeres? ¿el deseo quemante de expresar sentimientos con rima y ritmo?). ¿Pero queremos creer que la poesía realmente ha ejercido un efecto profundo en el curso de los eventos de la humanidad? La Británica dice que sí, que la poesía y presumiblemente, la letra de las canciones, han cambiado la historia, comenzado y terminado guerras, documentado la historia de la humanidad y cambiado la mente de los hombres acerca del curso de sus vidas.»

Written by Salvador Leal

mayo 13th, 2010 at 1:09 pm

Posted in arte,música

Mórbido

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La idea es absolutamente mórbida. Pero creo que justamente por eso funcionaría muy bien en una película de suspenso/terror psicológico.

Estaba leyendo un post acerca de cómo los chimpancés reaccionan a la muerte de otro chimpancé [link] y me encontré con este párrafo:

(…) At the opposite end of the age spectrum, a group of researchers were studying chimpanzees in Guinea, and observed the death of two infants from flu-like respiratory infections. The mothers responded by carrying around the bodies of their children for weeks or months, to the point where the corpse was mummified. They would take them everywhere, groom them, and take them to sleep. Slowly, over the course of this period, the mothers would begin to let the other chimps come in contact with the dead babies for longer and longer periods. They would increase the length of time they could handle being separate from the bodies, even allowing other young chimpanzees to play with them (like in the video below). They appeared to slowly and gradually accept the passing of their younh.

Los chimpancés son nuestros primos (primates, jo) más cercanos. ¿Qué tal que los humanos tuviéramos una mejor reacción a la muerte al imitarlos? Y ahí fue cuando se me ocurrió la historia de una señora a la que se le muere su hijo y que reacciona exactamente igual que como describe el párrafo anterior: lo sigue llevando a todos lados, le da de «comer» y lo arrulla. Y así durante varios meses hasta que finalmente acepta lo que ha pasado, ha tenido tiempo suficiente para despedirse de él… y lo deja ir.

Me hizo pensar un poco en la película «the Cement Garden«… pero con un toque aún más oscuro. ¿No?

Written by Salvador Leal

abril 26th, 2010 at 7:03 pm

Posted in cine,ideas

Obsesivo

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Hoy leí esto:

If you feel the need to turn a light switch on and off exactly seven times before leaving a room, you have OCD. If you need to run exactly five miles every day before breakfast to feel right, you are considered disciplined and athletic.

Y me hizo pensar mucho en los dos años que estoy por cumplir corriendo diariamente. ¿Alguien nota un patrón por aquí?

Ah sí, y recuerden que el 19 de marzo es mi cumpleaños.

Fuente: Aquí.

Written by Salvador Leal

marzo 2nd, 2010 at 3:45 pm

Posted in personal struggle

Locutor

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En otras ocasiones he hablado del enorme respeto profesional que le tuve y la fuerte carga emocional que tuvo en mí Emilio Ebergenyi. Mis incursiones como locutor (llamar «carrera» a una verdadera vocación siento que es menospreciarla un poquito) no se explican sin la influencia de este señorón. Y desde hacía tiempo tenía ganas de reproducir este texto que Juan Villoro publicó en el periódico Reforma en noviembre del año pasado; me parece un homenaje con mucho sentimiento de alguien que tuvo la fortuna de tenerlo como amigo y que fue víctima de sus ocurrencias. Ahí les va. Disfrútenlo.

Acto de presencia
Por Juan Villoro

(27-Nov-2009)
Locutor que marcó una época en Radio Educación, Emilio Ebergenyi dividió su relación con la escritura en dos zonas: la diurna y la nocturna: «Escribo a cualquier hora del día, pero cuando lo hago de noche, me cubro con aires de grandeza pensando que soy un gran escritor, un poeta. Sólo para descubrir, al día siguiente, que soy una persona a la que le gusta escribir». Apasionado a ultranza, amaba desvelarse y amaba madrugar. Tomaba en serio la poesía y luego la trataba como algo prescindible.

De 1977 a 1981, lo vi escribir al reverso de los guiones de El lado oscuro de la luna. Durante las canciones, trazaba bosquejos y escribía poemas. Nunca tachaba sus dibujos (máscaras fabulosas, una iglesia bizantina convertida en mezquita, estilizadas guitarras eléctricas). En cambio, casi siempre tachaba sus poemas. Había algo más que pudor en ese gesto: la escritura como una forma efímera y sencilla del afecto.

Emilio nunca dudó de su vocación como locutor, pero su elocuencia dependía de su relación con otras artes. Sus incursiones en el teatro, la pintura y la poesía dieron consistencia a la voz que brindaba complicidad a la distancia. En Marrakesh, Elias Canetti se estremeció con los llamados que salían de los minaretes: «faros habitados por una voz». Eso fue Ebergenyi. En la marea del tráfico o las brumas que aún no eran combatidas por el alba, operaba como un vigía dotado de creencias. Un faro habitado por una voz.

Durante un tiempo Emilio viajó en tráilers. Fue una escuela imprescindible para su voz. En las cabinas que recorrían desiertos aprendió que el transporte es una operación narrativa. El aburrimiento sólo se mata hablando y hay que tomar en cuenta a quien escucha. «No es la voz sino el oído lo que guía la historia», escribe Calvino en Las ciudades invisibles.

El querido locutor de Panorama del jazz y De puntitas murió en 2005, a los 55 años. La editorial La Cabra y Radio Educación acaban de editar cuatro hermosos libros con sus textos, los puntos cardinales de Ebergenyi.

México de lejitos es un diario de viaje por Buenos Aires y Santiago de Chile, escrito en 1994. Emilio acompaña a su amigo de hierro, el músico Marcial Alejandro, cómplice de sus más alocadas tertulias radiofónicas. Durante la ruta se concentra en la conversación y los dones de lo diario, y se aparta de las cabinas de grabación. Un día no puede más y acompaña a Marcial a una entrevista. Encuentra las paredes sencillas, el micrófono esencial, los papeles en desorden sobre una mesa, los materiales pobres de los que surge la magia radiofónica. A propósito de esta experiencia comenta: «El potencial persuasivo de la voz no radica en el timbre o en la modulación. Se ubica en la claridad de la mirada, en la brisa que desprenden las manos en conversación callada». La voz como tacto y paisaje. Hay que ver lejos y hay que saber frotar las manos para hablar bien.

En Palabra de zurdo ofrece sus credenciales de poeta y en Actor reflexiona en verso sobre el oficio de desnudar sentimientos en escena. Su escritura tiene el tono de una confesión conversada; no busca abrumar ni desconcertar sino compartir. Ante las molestias de la vida, Emilio podía perder la paciencia y sulfurarse con ojos de minotauro, pero jamás se irritaba por escrito.

Compuesto en 2004, poco antes de morir, El abrazo de la locura es su libro más seguro y fiero. Muestra desencanto ante el micrófono y las banalidades que rodean el oficio de la radio, pero reafirma sus predilecciones. Ahí aborda el tema crepuscular de quien se va, pero lo hace con cálida entereza. Emilio fue, ante todo, un poeta que agradece.

Nunca quiso imponerse como autor. En El abrazo de la locura, comenta con ironía: «Una persona me envió como regalo un libro con su poesía y la recomendación de leerlo. En castigo le voy a mandar uno con la mía. Quién sabe, a lo mejor le damos cuerpo a un nuevo género: la poesía penitenciaria».

El locutor poeta sabía que si alguna vez se reunían sus textos, sería por voluntad ajena. En cambio, en «Lo que soy, seré», confirma su oficio inmodificable. Después de enlistar profesiones seductoras y repudiables, se define: «Volvería como locutor, de eso estoy seguro». Su capacidad para convencer era absoluta. Como Naphta, el personaje de Thomas Mann, «mientras hablaba siempre tenía razón».

Durante tres años nos dejamos de ver porque me fui a vivir a Alemania. Él no sabía que yo había vuelto y un día me vio caminando en una calle. Emilio iba a bordo de un camión atestado; se abrió paso hasta llegar al chofer y, según me contó después, exclamó: «¡Ahí está un cabrón que quiero un chingo!». En su voz, la frase era un mandamiento del afecto. El chofer se detuvo y aguardó a que me diera un abrazo mientras los pasajeros aplaudían, como si esperaran ese encuentro desde el inicio de la ruta. Las palabras de Emilio eran las de un proselitista que altera la realidad con lo que siente.

Sólo su voz hubiera vuelto tolerable la noticia de su partida.

Esa voz ha regresado por escrito.

P.D. Tengo que conseguir esos libros..

Written by Salvador Leal

febrero 17th, 2010 at 6:29 pm

Posted in radio

Decisiones

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Lo primero que te enseñan en tu clase de Economía (o de Introducción a la Microeconomía, o Eco I, o Palitos Económicos I) es que el ser humano tiene deseos ilimitados y recursos limitados. «Los recursos son escasos», nos dicen. Y esto, nos guste o no, nos obliga a tomar decisiones que muchas veces no son las más agradables. Una que se me ocurre como ejemplo es que si tú decides tener 20 hijos (o 10, o 5, o 2) y tus recursos no son muchos, tendrás que decidir cuál de tus hijos va a la universidad y cuál no; y aún suponiendo que tienes recursos económicos suficientes, el tiempo que les darás a cada uno de ellos no podrá ser mucho. De nuevo, tendrás que elegir cuál de tus hijos requiere más atención que los otros; cuál de todos ellos tendrá más de tu tiempo que los demás. Decisiones ojetes, vaya. No por nada a la Economía le llaman ‘the dismal science‘.

Pero dejemos el asunto de la escasez de recursos a un lado por un momento.

El domingo fui a ver, finalmente, Sherlock Holmes. Mi crítica será para otro momento y otro lugar, pero me generó muchísima curiosidad algo que sucedió antes de la función. Una chava de Cinépolis se dirigió a voz en cuello a toda la sala y dijo que si alguien quería donar dinero para ayudar a personas que no podrían ver, ella pasaría a recoger la cooperación de las personas interesadas (el programa se llama «Del Amor Nace la Vista«). Varias personas levantaron la mano, le dieron dinero a la chava y ésta a su vez, les dio las gracias y un flyer informativo. Todo esto mientras, casi de manera simultánea (era domingo), en miles de iglesias a lo largo y ancho del país, pasaban la charola de la limosna en misa. ¡Ah! y además mientras vivimos una crisis humanitaria en Haití que ha movido a que muchísimas personas aporten dinero, despensas, cobijas y demás para que les llegue a los afectados del terremoto de la semana pasada.

Ok. Muy bien. Hasta aquí, los hechos. Ahora la reflexión, en dos partes.

I. ¿A cuál de las tres cosas le debí dar dinero? ¿En cuál de las tres situaciones debí haberme involucrado? ¿Apoyando a personas que no conozco de un país que ni me va ni me viene pero obligado por algún tipo de lazo moral humanitario? ¿Apoyando a más que mexicanos puedan ver, y tener una de las herramientas fundamentales para la productividad? ¿O dándole dinero a una institución que no reporta de forma transparente las acciones en donde se gasta el dinero de las limosnas pero que tiene la confianza de millones de mexicanos que consideran loable seguir otorgándole parte de sus ingresos?

¿En dónde ayudar? ¿Por qué ayudar?

Retomemos la idea de que los recursos son escasos. Supongo que si yo tuviera muchísimo dinero, podría darme el lujo de ayudar a cuanta causa se me pusiera enfrente: niños con cáncer, damnificados haitianos, mexicanos ciegos, niños de la calle, computadoras en salones de clases, jóvenes sordos, niños con discapacidad mental, huérfanos… Haití necesita ayuda, por supuesto. Es un país que literalmente está en ruinas. ¿Pero nuestro país está mejor? Más de la mitad de la población es pobre. Miles de niños no van a la escuela y los que van tienen un rendimiento terrible ahí, ya sea por los maestros, por el sistema educativo o porque no tienen dinero para comerse un pan antes de entrar al salón de clases. Miles de profesionistas no pueden encontrar un trabajo. El chafísima Estado de Derecho permite las peores corruptelas y desigualdades. Nuestra situación también es trágica. ¿Quién está peor? ¿El que no tiene más que escombros (niño haitiano) o el que tiene algo pero que necesita un empujón para salir adelante (niño mexicano)? ¿A quién darle dinero? ¿En dónde poner nuestros esfuerzos/dinero/pensamientos, en Haití o en México? ¿Por qué?

Sí, sí. Entiendo que todos necesitamos salud, educación, amor de nuestros padres y una sociedad que nos procure. Sí. Pero en esta reflexión no estamos hablando de lo todos quisiéramos tener en el mundo. La discusión se basa en que tenemos poco (o mucho, pero limitado) dinero. No podemos darnos el lujo, como dije antes, de darle a todas las iniciativas altruistas que existen. No le puedo dar a los mexicanos Y a los haitianos. Así que he decidido darle a los mexicanos, a pesar de que los reflectores del mundo se encuentren ahorita en la isla caribeña.

Pero esta primera reflexión no termina aquí. Si de verdad quisiera hacer bien mi tarea, «los mexicanos» no es una buena respuesta a la pregunta de a quién darle dinero. Ni siquiera «los niños mexicanos» o «los niños pobres mexicanos» lo es. Aquí cabría un análisis profundo de en dónde mi dinero tendría más impacto positivo: ¿en los niños de primaria? ¿de secundaria? ¿o en los alumnos de posgrado? ¿debería apoyar un programa de becas para mexicanos en Harvard? ¿o un programa de becas en el ITAM? ¿niños sordos? ¿ciegos? ¿adultos mayores? Vaya, salgámonos de la categoría del capital humano y preguntémonos: ¿carreteras? ¿bibliotecas? ¿debería apoyar un programa de construcción de infraestructura?

No lo sé. Pero derivada de estas dudas es que viene la segunda parte de mi reflexión.

II. Una de las razones por las que no le doy a Haití es que no estoy seguro de que el dinero realmente llegue a las manos adecuadas. No sé si las despensas que estoy mandando están llegando a los damnificados por el terremoto o se están quedando en una bodega de Puerto Príncipe de donde las toman funcionarios del gobierno para usarlos como moneda de cambio. Y no, no me conformo con la filosofía de conductor de televisión que dice «lo importante es dar». No, no es cierto. Lo importante NO es dar. Lo importante es que lo que se dé, llegue.

Pero luego pensé, ¿y quién me garantiza que lo que dono a otras organizaciones realmente llegue a sus destinatarios? ¿qué institución altruista informa transparentemente no sólo los destinos de sus recursos sino también la eficiencia de los mismos? ¿qué tal que por cada peso que yo dono, el costo administrativo de la institución altruista se come 90 centavos y el resto se va para la verdaderamente a la causa por la que fue recaudado? ¡Ya ni el SAT!

Entonces se me ocurrió que sería bueno crear un indicador de mejores prácticas dentro de las instituciones de beneficencia. ¿A poco no estaría bien? Un sistema de calificación que permitiera que los que donamos supiéramos qué tan bien hacen su chamba dentro y fuera de la institución. La eficiencia y transparencia de los recursos sería fundamental para la calificación (y aquí la Iglesia católica reprobaría estrepitosamente… por qué, ¿cuándo fue la última vez que a ustedes les dijeron qué porcentaje de su limosna paga los autobuses de algún cura en la sierra de Oaxaca y qué parte le toca al club de golf de Onésimo Cepeda?), pero creo que el indicador ideal sería aquél que además nos dijera que el impacto de esa agrupación es significativo para el país. Una calificación que me pudiera ayudar a elegir entre darle dinero a una causa o a otra, que me permitiera saber si ayudo a construir bibliotecas o si mejor se lo doy a un niño con deficiencia mental.

Suena rudo. Pero recordemos que los recursos son limitados.
… de hecho, más que rudo, no deja de ser absolutamente ojete.

Written by Salvador Leal

enero 19th, 2010 at 4:08 pm

Posted in economía

Adentro

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Últimamente me ha dado por compartir mis lecturas virtuales en Google Reader. El GReader, contrario al blog, se actualiza prácticamente todos los días (algunas veces varias veces al día) porque todo el tiempo estoy leyendo algo en la computadora.

Me gusta compartir lo que leo con mis amigos y mi familia, así que no me basta con ponerle esa etiqueta de ‘shared’ que marca el GReader, sino que también se los mando por mail y muchas veces lo termino posteando en Facebook. Creo que sin quererlo en un inicio, pero ahora bastante conscientemente, quiero decirle al mundo que me rodea «soy lo que leo… y esto es lo que soy, hoy».

Supongo que por eso me he vuelto más fanático del GReader que del Twitter (también disponible aquí, cómo de que no). Porque creo que darle a tus contactos las lecturas que estás haciendo (o las imágenes y videos que estás viendo) es como dejar pequeñas migajas de pan, pistas de lo que estoy pensando durante estos momentos. Algunos días es tipografía y arte, otros es política o literatura. Es mucho menos directo que decir EXACTAMENTE lo que estás haciendo o pensando en ese momento, y por eso creo que también es más elegante

No me he puesto a hacer una clasificación de los temas que me gustan/inquietan/llaman la atención, pero supongo que apenas son un puñado que se repite por ciclos. GReader me ha dado la oportunidad de, en mi imaginación, ser algo que siempre quise ser: editor de un periódico. No tiene nombre ni planilla de escritores fija, no tiene instalaciones ni sala de redacción… sin embargo tiene el corazón de un periódico: información. Ir por la vida preguntándole a la gente si ha leído mi GReader se me hace tan pretencioso como preguntarles si ya leyeron mi blog, mi twitter o mi status de Facebook, pero creo sentir la misma satisfacción que tiene un editor de periódico al estar en una conversación con amigos que hablan de algo que puse en el GReader unos días antes. En pocas palabras, vivo su misma fantasía: la información que es relevante para mí, lo es para otras personas.

Tengo la percepción de que pocas personas usan el GReader porque tengo pocos contactos ahí. No sé si estoy equivocado o sea el seguimiento del argumento de que ya nadie lee y por lo tanto ya nadie comparte lo que lee. Estoy convencido de que saber qué es lo que lee/ve/escuchan otras personas (particularmente personas que nos parecen relevantes) es indispensable. ¿Qué lee nuestro Presidente? ¿Qué películas le gustan a nuestros legisladores? ¿Qué artistas son la fascinación de nuestros ministros de la corte? ¿Qué concierto no se pierden nuestros secretarios de estado? ¿Cuáles son los sitios de internet que no pueden dejar de visitar los que ya se encuentran en la adelantadísima carrera presidencial?

A mí me gustaría saberlo. Así como me gusta saber lo que leen mis contactos del GReader. Así como me gustaría saber qué leen los que leen SL.com.

Written by Salvador Leal

enero 14th, 2010 at 2:32 pm

Posted in arte,blog,blogosfera