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La vida irreal de Salvador Leal

Peggy

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Leía uno de los últimos posts de Almaviva (Ricardo pa’ los cuates) e hizo que me diera escalofrío por toda la espalda.

Hoy que miro hacia atrás, me doy cuenta que el lugar con la mayor cantidad de sociópatas y lunáticos por metro cuadrado en donde me ha tocado estar es el Instituto México Secundaria. Cuando en mi trabajo me piden algún reporte de un momento para el siguiente o me cambian las reglas del juego de un instante al siguiente, para mí es como si nada. ¿Que este brief ya no es para las dos sino para las once y además va a color y engargolado? ¿Que el reporte ya no va a ser con un punto de vista financiero sino político? ¿Que vas a tener que exponer el plan de acción que se supone que únicamente se iba a entregar y te lo acaban de decir? Been there, done that.

Las locuras de mis maestros llegaban a niveles de la desesperación o el valemadrismo (la desesperación para los ñoños y el valemadrismo para el resto). Al finalizar la secundaria, uno estaba plenamente capacitado para realizar cualquier trámite gubernamental que requiriera los más disparatados requisitos y hacerlo sin el menor esfuerzo.

Uno de esos maestros era, precisamente, aquella de la que habla Almaviva: la maestra de mecanografía, la Peggy. La Peggy recibía su nombre debido al notable parecido con el famoso personaje de los Muppets (que, en realidad, se llama Miss Piggy, no Peggy… pero bueh!). Nos recibía en un salón frío y oscuro del tercer piso del colegio y nos hacía sentar frente a máquinas de tiempos de la Segunda Guerra Mundial con teclas durísimas y pintadas de distintos colores que evitaban saber cuál era la letra correspondiente a la tecla que presionabas.
Durante el año, las infantiles manitas de los alumnos (digo, apenas teníamos 12 años) terminaban mutiladas debido a que los dedos solían entrar entre las filosas teclas y tratar de sacarlos era -literalmente- una tarea sangrienta.

Una de las frases que mejor recuerdo (y con la que algunas veces me despierto, sudoroso, por una pesadilla) es «tú trabash la máquina y yo te trabo la calificación». Eso significaba que si en algún momento a tu máquina de escribir se le antojaba descomponerse (cosa nada extraña en máquinas con más de cuarenta años de ‘servicio’), tu calificación se veía drásticamente reducida. ¿A poco no les encanta que tu calificación dependa de si funcionan el rodillo o la cinta de una máquina de escribir de 1945?

Supongo que la Peggy jamás se casó. Su personalidad no era fácilmente digerible; en los raros momentos en los que soltaba una carcajada (y que generalmente estaba ligada a la notable desgracia de algún alumno), el rictus de su cara invitaba a no desear verla de nuevo sonreir. Si cometías la tontería de quitarte el suéter en clase, ya sea por calor o por comodidad, la Peggy estallaba: «a ver, 21, no te estés desnudando aquí!»… porque esa era otra, la Peggy nos llamaba por nuestro número de lista, jamás por nuestros nombres (o nuestros apellidos, como solía suceder en mi escuela).

Los ejercicios de mecanografía iban aumentando de dificultad y poco a poco, los dedos meñique, que jamás habíamos utilizado, adquirían fuerza y destreza. Los exámenes eran extremadamente complicados, pues tenías que tener un número determinado de golpes (es decir, letras bien puestas en la hoja) en un cierto tiempo. Era una prueba de destreza y eficiencia. Además, tenías una cosa que se llamaba ‘cubreteclados’, que era un pequeño mandil que le colocabas a la máquina y bajo el cual ponías las manos para escribir sin ver absolutamente nada. Algo así como cuando Obi-Wan pone a Luke Skywalker a practicar con un casco que le tapa los ojos, nomás que en este caso nosotros no éramos Luke y la Peggy por supuesto que no era Obi-Wan Kenobi.

Yo, sufrí como pocas veces en mi examen final.

Sin embargo, debo reconocer que esas clases de mecanografía han sido lo mejor que me dejó la secundaria del Instituto México. Diariamente me vanaglorio de la cantidad de golpes que doy (ya no en máquina de escribir, sino en mi laptop) así como la velocidad y los pocos errores que suelo cometer. Todos los días utilizo la mecanografía y si me pongo a reflexionar un poquito -como hoy-, me puedo sentir en mi salón de clases, con la adrenalina a todo lo que daba y con la Peggy enfrente a punto de gritar un «Comienzen!».

Written by Salvador Leal

agosto 17th, 2005 at 12:26 pm

Posted in nostalgia

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  1. Otras màximas:
    «No hagan ruido con los bancos!!»
    «Suspenden, cuidado! Tres interlineas»
    «Checan màquinas, preparan hojas»
    «El dia de hosh, el programa nos indica: EVALUACION!»
    «Escuincles, respétense, valorense!»

    Juan Pablo

    7 Ago 13 at 8:28 am

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