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La vida irreal de Salvador Leal

The Jazzy Bunch’s Big Musical Adventure III

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Behind the Scenes: The Jazzy Bunch’s Big Musical Adventure
 
Me han dicho que todo en el viaje parece haber sido color de rosa (y no necesariamente por nuestros episodios gay). Así que este post está dedicado a aquellos momentos que, en conjunto nunca tendrán importancia, pero que demuestran que no todo en el Jazzy Bunch fue dulce y sencillo.
 
1. Yo tengo un tío que parece sacado de una novela de Jorge Ibargüengoitia. Es solterón, vive en un rancho perdido de donde sólo sale para sus jueves de póker y sus sábados de brandy, y su vocabulario está casi limitado a decir refranes.
Imagínense las comidas familiares en donde se discute de política y economía y cada uno de los que estamos sentados a la mesa tenemos oportunidad de hablar. Cuando le toca el turno a mi tío, toma un sorbo de su tequilita y dice algo así como ‘Pues a cualquier dolencia, es remedio la paciencia’ y sigue comiendo.
El tema cambia y ahora se habla de religión (en mi familia no seguimos esa regla de oro de evitar hablar de sexo, política o religión) y cuando mi tío abre la boca es para decir ‘Tanto peca el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata’, y así es toda la comida. Para el postre, cuando mi tío ya ha bebido bastante, suele pasar que no termina los refranes, así que uno se queda con dudas que rayan en lo existencial al tratar de adivinar la frase que falta. Una vez se me acercó y me dijo al oído: «Acuérdese m’hijo que si con pañuelo de seda vas a la arada…» Y ahí se quedó.
A la fecha, me sigo preguntando qué quiso decir con eso.
 
¿Que por qué les cuento ésto? Bueno, pues porque uno de los refranes que en algún momento me dijo fue ‘Si quieres conocer a Andrés, viaja con él un mes’. Y esto viene a cuento porque si bien Peter, Joe y Rodrigo nos conocemos desde hace mucho tiempo, nunca habíamos convivido durante taaaaaanto tiempo.
Después de varios días, nuestras mejores caras (las que les ponemos a los cuates que nos honran con su compañía) fueron desapareciendo y cada quien fue sacando sus propias obsesiones: que si X no puede dormir si antes no ha tomado lechita caliente, que si Y deja el jabón de la regadera llena de pelos o si Z no puede salir del departamento si antes no se ha aplicado su tratamiento facial para la resequedad en los poros.
Aquí quiero aprovechar para agradecer y pedir perdón a mis compañeros de viaje. Sé que soy un pain para muchas cosas (en efecto, no como leche ni huevo y por lo tanto, el 98% de las combinaciones posibles de desayuno práctico no son válidas conmigo), soy un obsesivo-compulsivo de primera (sí, me gusta llegar con 2 horas de anticipación a la sala de espera del avión y no me separo de mi pasaporte ni para bañarme) y tengo mis malos momentos del día (en efecto, si nos retrasamos demasiado en la hora de comer, no respondo por aventar bandejas de comida a los fulanitos de Burguer King). Es por eso que les agradezco que me hayan aguantado y pido perdón en público por cualquier momento especialmente incómodo que les haya podido generar.
 
2. Los momentos amargos y estresantes también estuvieron presentes en Montreal. Uno de ellos fue cuando Joe fue a comprar libros y el cajero le comenzó a hacer plática de los libros que había comprado. Fácilmente fueron diez minutos en los que Peter, Rodrigo y yo estuvimos esperando a que los dos nuevos mejores amigos terminaran su conversación. Poquito faltó para que se despideran de beso y quedaran de tomarse un café juntos. Dos horas después, cuando Joe quiso pagar en Ikea, se dio cuenta que su tarjeta de crédito no estaba.
 
«No mames… no encuentro mi tarjeta de crédito» dijo Joe, aventando el librero de roble y la mesa de centro que traía en los brazos. «Segurito fue el gay de la librería que te estaba ligando y te distrajo para no regresarte tu tarjeta» dijo Peter, «O a lo mejor quería volverte a ver y quedarse con tu tarjeta le pareció una buena excusa». Después de fulminarlo con la mirada, Joe llamó para cancelar su tarjeta y regresamos rumbo a Montreal rezando porque no la hubieran utilizado demasiado. Llegamos muy noche y ya habían cerrado el lugar. Así que a la mañana siguiente, Joe se puso sus mejores galas (just kidding joe!) y lo acompañamos cual chaperones a ver qué había sido de la tarjeta.
Cuál sería nuestra sorpresa, cuando descubrimos que la tarjeta la tenían en la librería, que no la había utilizado y se indignaron cuando se enteraron que habíamos cancelado el número. Parece ser que los canadienses no están acostumbrados a usar tarjetas de crédito de turistas despistados. Go figure.
 
3. El movimiento era arriesgado pero era posible. Saldríamos a las 3 de Boston para llegar a las 6 a Atlanta y alcanzar el vuelo de las 6.35 a México. Lo único que teníamos que hacer era estar coordinados, ser los primeros en salir del avión y correr a dónde estuviera el avión que nos regresaría a tierras mexicas.
Todo comenzó con la cara de horror de la señorita del mostrador cuando vio la caja en donde traíamos las cosas de Ikea. La caja realmente podría traer cualquier cosa, desde unos manteles bordados hasta una peligrosa bomba antiaérea; y la señorita lo sabía pues llamó a Seguridad. Nos hicieron sacar todo, volverlo a meter y llevar la caja a nombre de Joe a un cuarto especial con varias cámaras de rayos X y robots desactivadores de bombas a control remoto. Subimos al avión… y el avión nomás no despegaba. Cinco minutos. Diez minutos. Quince minutos.
(voz de señorita de Delta) «Mister Espinousa, Youzé Manuell… Mister Espinousa, Youzé Manuell, please raise your hand». Joe levantó tímidamente su mano e inmediatamente dos sobrecargos se pusieron tras de él. «Can I see your passport and visa, please?» Momento de freak para el Jazzy Bunch. Mientras el sobrecargo revisaba los papeles, volteó hacia nosotros y nos preguntó si veníamos con él.
En un acto de cobardía y traición que no se veía desde que Pedro negó a Jesús tres veces, los tres, al unísono dijimos que no. Rodrigo incluso se atrevió a decir «I’ve never seen him in my whole life«. El sobrecargo vio que todo estaba bien y ordenó que finalmente podrían cerrar la puerta del avión y despegar.
Joe, desde luego, no nos volvió a hablar sino hasta que le explicamos que si lo detenían, el avión despegaría mucho más rápido y podríamos llegar a tiempo a hacer la conexión en Atlanta, además de que era mucho más sencillo que nosotros organizáramos su defensa estando fuera de la cárcel que dentro. Y que era lo más práctico y que él habría hecho lo mismo. Creo que se la creyó… aunque es día que no responde mis mensajes en el messenger.

Written by Salvador Leal

julio 16th, 2004 at 12:00 pm

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